Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Héctor Manuel Popoca Boone

Los maestros

 

Los maestros pueden y deben ser los protagonistas de la regeneración social. Sin magisterio activo, preparado y con compromiso popular no puede haber más que sociedad pasiva anodina y convenenciera. Si a los maestros los concebimos como seres violentos, fracasados e indolentes, entonces también debemos concluir que la sociedad democrática en que vivimos es un fracaso redondo.

La educación es el empeño más humano y a la vez humanizador de todos. Por eso no es irrelevante el debate sobre los contenidos y mejores métodos para emprenderlo, así como procurar tener docentes de gran calidad para llevarlo a cabo.

La enseñanza presupone un optimismo permanente por la vida. Los maestros deben irradiar siempre una vitalidad creadora y constructiva; evitando al máximo actitudes destructivas o rijosidades castrantes. El primer requisito para enseñar es haber vivido con la marca de bien nacido.

Lo segundo para educar a otros, es haber tenido experiencias positivas antes que ellos, es decir, no el simple haber vivido en general, sino haber sentido el conocimiento que desea transmitirse. La condición humana nos da a todos la posibilidad de ser al menos en alguna ocasión maestros de algo para alguien.

El proceso de enseñanza nunca es una mera transmisión de conocimientos objetivos o de destrezas prácticas, sino que se acompaña con un ideal de vida y de un proyecto de sociedad. Eso es educación integral. Y en eso cuenta mucho las circunstancias y vivencias que hayan tenido en su vida los maestros.

Los humanos nacemos siéndolo ya, pero no lo somos del todo hasta después de hacernos con la educación que nos da la escuela. Si no hay reconocimiento, aceptación y/o atribución de ignorancia con la debida humildad, tampoco habrá esfuerzo por enseñar o ganas de aprender.

Humana es la vocación de compartir lo que ya sabemos con otros, enseñando a los recién llegados cuanto deben de conocer para hacerse socialmente válidos y trascendentales. Si la cultura puede definirse, al modo de Jean Rostand, como lo que el individuo añade de positivo al individuo, la educación es el acumulamiento efectivo de lo humano y allí donde solo existe como posibilidad, el magisterio siempre será la correa de transmisión para su concreción.

Lo propio del individuo no es tanto el mero aprender como el aprender de otros seres humanos, ser enseñados por ellos. Lo importante es la propia vinculación inter subjetiva con otras conciencias, con otros seres pensantes. El hecho de enseñar a nuestros semejantes y de aprender de nuestros semejantes es más importante para nuestra humanidad que el propio bagaje de conocimientos concretos que así se transmite.

La verdadera educación no sólo consiste en enseñar a pensar, sino también en aprender a pensar sobre lo que se piensa, y en ese momento reflexivo constatar nuestra pertenencia a una comunidad de criaturas pensantes. La educación nos viene siempre de otros seres humanos… las ausencias y carencias de los que nos instruyen reducen las posibilidades de perfectibilidad e integralidad de los alumnos por la vía educativa.

Jaime Blanes dice que el arte de enseñar a aprender consiste en formar fábricas de reflexión y no puros almacenes de información. Por supuesto, dichas fábricas funcionarán en el vacío si no cuentan con provisiones almacenadas a partir de las cuales elaborar nuevos productos cognitivos.

El profesor tiene que fomentar las pasiones intelectuales porque son lo contrario de la apatía esterilizadora que se refugia en la rutina y la conformidad con un ralo confort material que es lo más opuesto que existe a la cultura.

Lo primero que se debe aprender en la escuela es que no se puede estar toda la vida jugando. Que en este mundo de derroche, corrupción y de vida facilona, la escuela debe ser lugar donde se tomen responsabilidades en serio, soportar una disciplina, comportarse éticamente y cumplir los programas académicos trazados. Solo así cobra razón de ser la educación.

PD. Extractos del libro, con agregados propios, de Fernando Savater: El valor de educar

 

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