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Jaime Castrejón Diez

Mancera vs Marcelo

M&M no es un dulce. El gobierno de la Ciudad de México es el principal y único real bastión de la izquierda en el país, aunque muchos se preguntan si sigue siendo de izquierda. El PRD que gobierna a la capital ha experimentado un progresivo “deslavado” desde Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador hasta llegar a Miguel Ángel Mancera, pasando antes por Marcelo Ebrard.
A ojos de Ebrard, incluso, el gobierno actual de Mancera se ha acercado demasiado al PRI de Peña Nieto. Otros analistas consideran que la divergencia tiene que ver menos con temas ideológicos y más con cuestiones de poder. Quizá: los cuatro jefes de gobierno que ha tenido el PRD se encuentran distanciados entre sí, lo cual refleja claramente la rivalidad en torno al papel estratégico que tiene el Distrito Federal en la carrera política de todos ellos.
Por lo pronto, la competencia se ha centrado en los dos últimos jefes de gobierno. Para nadie es un secreto que Mancera no era el candidato de Ebrard (quien se inclinó por su ex tesorero Mario Delgado). No fue gracias a su ex jefe, sino a pesar de él que llegó al poder. El problema todo indica, es que Mancera considera que tampoco le debe mucho al PRD a juzgar por el abrumador voto popular con el que conquistó los comicios de verano pasado (63 por ciento de la votación).
Ebrard y Mancera no se han reunido en privado en más de tres meses, y antes de eso lo hicieron incluso con menor frecuencia de Calderón y Peña Nieto, a pesar de que los primeros pertenecen al mismo partido. La distancia se ha acentuado por las modificaciones asumidas por el nuevo gobierno con respecto al paquete fiscal 2013 que dan marcha atrás a posiciones de Marcelo.
Pero las amistosas relaciones de Mancera con Peña Nieto es lo que ha descolocado a buena parte de la izquierda. Ebrard, Morena y los bejaranistas, cada uno por su lado, consideran que el alcalde ha ido mucho más allá de la distancia que debe existir entre gobiernos de distintos partidos.
Ellos consideran que la actitud de Mancera con el PRI es un coqueteo con el tricolor. Un coqueteo por demás recíproco. El PRI quiere recuperar el gobierno del Distrito Federal luego de 21 años de preeminencia perredista (se cumplirán en 2018) y Mancera y un delfín de éste podrían ser la carta para conseguirlo.
Sin embargo, Los Chuchos, corriente que domina la cúpula del PRD, no han querido quedarse con los brazos cruzados. En las últimas semanas se han acercardo a Mancera y, en esa proporción, alejado de Ebrard de quien habían sido aliados. Hasta hace poco, Jesús Zambrano, presidente del partido y representante de esa corriente, no ocultaban su preferencia por Ebrard, pensando en que este era la única alternativa frente al liderazgo radical de López Obrador. La separación de AMLO y Morena hacían inevitable que Ebrard se convirtiera en la más sólida promesa de cara a las candidaturas presidenciales de 2018, que en realidad detonan en 2017. Es decir, en cuatro años.
Para desgracia de Los Chuchos y Ebrard, la cúspide del partido es demasiado estrecha para ambas fuerzas. Sintiendo la carencia de una plataforma visible una vez que dejó la jefatura de Gobierno, Marcelo Ebrard pretendía convertirse en el próximo presidente del PRD lo cual haría de él un actor político de primera línea los próximos años. Pero Los Chuchos consideraron que eso significaría perder el único patrimonio político que poseen. Una cosa era recibir en casa a un huésped atractivo y otra cederle las llaves y el control de la cocina.
Por lo pronto, los actuales dirigentes del partido han expresado ya su negativa a la candidatura de Ebrard a la presidencia del PRD. Con ello Marcelo queda colgado de una brocha y sin plataforma que le haga de escalera. Esto no significa que todo esté perdido, pero tendrá que esperar las elecciones intermedias al Congreso, en 2015, cuando busque la coordinación de los diputados perredistas, para llegar al cierre del sexenio en una posición visible que permita su candidatura a la presidencia de la república.
Mientras tanto, PRD y PRI cortejan a Mancera. Esto ha permitido al alcalde ocultar su escasa experiencia en temas de gobierno que no sean los de seguridad pública. Mancera no tiene el oficio de AMLO o de Ebrard, y se nota. La pregunta es si su carisma y el arropamiento de los dos partidos le permitirán superar la curva de aprendizaje, o si su gobierno terminará entre el descrédito y las expectativas frustradas. Tomará un par de años descubrirlo.

@jorgezepedap
www.jorgezepeda.net

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