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Buena la señal de pobreza del papa Francisco, pero habrá que esperar sus acciones, dice Sicilia

Silvia Isabel Gámez / Agencia Reforma

Ciudad de México

“Hace mucho que esperábamos una señal de pobreza del Vaticano”, afirma Javier Sicilia. Al escritor le gusta la imagen del papa Francisco, su humildad, pero aún falta saber, dice, qué camino seguirá. “Habrá que aguardar a que comience sus acciones y conozcamos su primera encíclica para saber realmente hacia dónde va. Por el momento todo es especulación”.
Sicilia recuerda que en la novela de Morris West, Las sandalias del pescador, el primer acto de Cirilo I al asumir el pontificado es anunciar la enajenación de los bienes de la Iglesia para remediar una hambruna en China, provocada por un embargo norteamericano. “Un gesto así de grande y así de evangélico”, afirma el poeta, quisiera que tuviera el nuevo Papa.
O que organizara un acto del tamaño del Concilio Vaticano Segundo. “De lo contrario, dudo mucho que reforma alguna pueda sanar los grados de deterioro y de descrédito que hoy tiene la Iglesia jerárquica”.
El escritor no cree que la atractiva imagen del Papa sea un cálculo del Vaticano para distraer de temas como la corrupción de la curia. “Sería muy sano que ese edificio que poco o nada tiene que ver con el pobre de Nazaret y mucho con el imperio romano, se derrumbe”, asegura. “Todas las instituciones modernas que nacieron de las entrañas de esa Iglesia, el Estado, el poder económico, se están también desmoronando. ¿Por qué esa forma de la Iglesia, que ya no le dice nada a nadie, o sólo a muy pocos, no debería seguir el mismo proceso?”.
La humanidad vive un parteaguas civilizatorio en el que nuevas instituciones surgirán de las ruinas de aquellas que las precedieron, dice Sicilia.
“Quizá su desmoronamiento permita volver al sentido profundo del Evangelio que la Iglesia –llamémosle militante– preserva en las cárceles, en las chabolas, en el cuidado de los otros, en la bondad de cada día, en esa bondad sin doctrina que no se ampara en ningún bien religioso ni social, sino en el gesto simple de la gratuidad del amor que nos enseña el Evangelio”, propone el escritor. “Cuando pienso en la crisis que vive la Iglesia jerárquica me viene a la mente un aforismo de Nietszche: ‘La Iglesia es esa losa que impide a Cristo resucitar’”.
Sicilia (Ciudad de México, 1956), autor de poemarios como Trinidad, Vigilias y Tríptico del desierto, y novelas como El Bautista, El reflejo de lo oscuro, y la más reciente, El fondo de la noche, considera necesaria la autocrítica al interior de la institución.
“Los dogmas en la Iglesia son muy pocos. Están en el Credo. Son el fundamento de la fe. Fuera de ellos, todo, de cara al Evangelio, debe y puede ser sometido a la autocrítica. Allí cada uno de los miembros de la Iglesia debemos medirnos con la marca de fuego del Cristo pobre, desnudo, amoroso y libre; lo que nunca es fácil”.
En su novela La confesión, Sicilia creó un personaje inspirado en Marcial Maciel, el padre M., que a diferencia del fundador de los Legionarios de Cristo, acepta sus pecados y pide perdón. Hacia ahí tendría que apuntar, señala, la actitud del Papa con los sacerdotes pederastas y los superiores que los encubrieron.
“Al sacramento de la reconciliación: la confesión, en este caso pública y frente a las víctimas, la petición de perdón y la penitencia. En este caso, una penitencia de servicio que les permita devolver algo por el sufrimiento que provocaron y les permita también rescatarse a sí mismos”.
Para Sicilia, temas como el celibato sacerdotal o la ordenación de mujeres pertenecen a un campo que poco o nada tiene que ver con la raíz espiritual o evangélica de la Iglesia. Los problemas profundos de la institución, considera, no se resuelven con actos de “democratismo”.
“Que haya mujeres sacerdotes o sacerdotes casados no va a mejorar o empeorar a la Iglesia. La hará quizás más moderna, pero no sustancialmente mejor. El verdadero problema, que es también el problema de todos los humanos, es si podemos estar a la altura del amor, de la pobreza y de la libertad; es decir, de eso mejor que un día llegó al mundo con el Evangelio”.

Estirpe política

Javier Sicilia considera que Jorge Bergoglio, hoy convertido en el papa Francisco, debió mostrar un rostro más radical, más evangélico, durante el periodo de la dictadura militar argentina. Como hizo el arzobispo Óscar Arnulfo Romero en El Salvador, dice, o San Francisco en su época.
“Pero esa es una mera opinión, la de un hombre que tiene debilidad por quienes asumen la radicalidad del Evangelio. Bergoglio, sin embargo, pertenece a otra estirpe, la de los políticos. Esa estirpe ha dado también grandes hombres y profundos reformadores, como San Bernardo o como Roncalli (Juan XXIII). De lo contrario no habría llegado al papado”.

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