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Reviven los habitantes de Huixtac la Pasión y muerte de Cristo para limpiar sus pecados

Lenin Ocampo Torres

 

Huixtac

 

Cientos de feligreses vivieron la Pasión de Cristo de una forma particular en la comunidad de Huixtac, municipio de Taxco, donde mujeres, hombres, niños y niñas dejaron atrás sus pecados participando en la escenificación de los últimos momentos de vida de Jesucristo y limpiaron su alma cargando pesados órganos con espinas sobre sus hombros.

Es el fervor de un pueblo enclavado en las montañas de Taxco, donde año con año los pobladores viven la Pasión y la muerte de Cristo, en las calles empedradas y entre las paredes de adobe que forman parte del paisaje de una comunidad que sigue preservando esta tradición católica.

Adalberto Mena Viveros, un viejo de 83 años de edad, es prácticamente el director de escena de este gran teatro del pueblo montado por toda la comunidad. Dirige a los pobladores durante una obra que dura al menos tres horas y que es seguida por cientos de personas oriundas del pueblo y otros visitantes.

Personajes como Jesús de Nazaret, María Magdalena, Caifás, Poncio Pilatos, Juan, Pedro, Judas Iscariote, Barrabas, soldados romanos, entre otros, fueron representados por los artistas improvisados de la comunidad, siguiendo un guión dirigido por Mena Viveros.

Acompañaron la procesión 20 penitentes -entre ellos cinco mujeres-, que se prepararon para cargar pesados órganos con espinas y caminaron al menos una hora y media por las calles del pequeño lugar.

Desde muy temprano se dieron cita en la capilla del Barrio de Santa Cruz, donde una decena de hombres esperó para prepararlos como la tradición marca desde hace más de un siglo.

A diferencia de la ciudad colonial de Taxco, en este poblado no corre la sangre y la flagelación; mucho menos hay medios nacionales e internacionales documentando el momento, aún cuando se encuentra a 30 minutos de la cabecera municipal.

María, una mujer de unos 23 años, es parte del grupo de penitentes desde hace cinco años. Cada Viernes Santo, le amarran una gruesa cuerda que rodea su cintura, baja por sus piernas y se enrolla en su muslo, pantorrilla y finaliza con un nudo en las plantas de los pies. La penitencia es para “dejar atrás las cosas malas”.

Cuando está lista, sus familiares la cubren con un velo negro y le colocan una corona de hojas verdes. La acompañan en su penitencia por más de una hora, donde le tienen que ir diciendo por donde caminar y preguntarle constantemente si puede seguir y llegar a la Iglesia del pueblo que es donde termina todo.

Días antes los jóvenes penitentes van al campo en busca de los órganos con espinas que van a cargar en Semana Santa. Aquí no hay entrenamiento, tampoco pertenecen a las hermandades como en otros lugares donde se preparan por largo tiempo.

Es el sentir y la tradición del pueblo, donde desde temprano las calles son adornadas con papel china morado y blanco. Por el sonido de los cascos de tres caballos que recorren el terreno y que son cabalgados por Poncio Pilatos y dos romanos, que forman parte del elenco odiado por los niños y niñas que asisten a la Pasión de Cristo.

Pilatos grita desentonado, en forma de canto por todas las esquinas y a cada momento, la frase: “Yo Poncio Pilatos, presidente de la inferior Galilea, aquí en Jerusalén, juzgo y sentencio a muerte a Jesús Nazareno, hombre sedicioso, engañador y contrario a las leyes y de nuestro Senado y la plebe galilea y del gran Tiberio César, mando que su muerte sea en una cruz, fijado con clavos”.

Las distintas escenas montadas sobre la Pasión y muerte de Cristo son observadas por cientos de personas que caminan en dos filas, con una vela en la mano y entonando canticos religiosos durante lo que dura la Pasión.

Al final la gente se junta en la explana de la Iglesia del pueblo, donde los penitentes dejan su dolor y Jesús es crucificado ante las lágrimas de su madre y los rezos de la gente.

Es la puesta en escena de un pueblo enclavado en las montañas de Taxco, donde las tradiciones religiosas son respetadas desde hace siglos; donde la gente vive del campo y de las remesas que son enviadas por miles de hombres y mujeres que dejaron la comunidad en busca del sueño americano.

En esta comunidad católica desde hace al menos cuatro décadas no se ha registrado ninguna muerte violenta, mucho menos balaceras y todas esas penitencias que diariamente circulan en los medios locales y que pasan en los pueblos de los municipios cercanos. Aun así, por medio de estas celebraciones religiosas buscan que la paz llegue al estado.

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