Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

* Fotografías de Chilpancingo / y 3

Paquetes temáticos

Hay un libro titulado Evolución Gráfica de la Ciudad de Chilpancingo (1991), de donde don Fotógrafo obtuvo buenas imágenes urbanas. Algunas las fotocopió hasta con la inscripción que traen al pie en el citado libro. Extraña, por cierto, que con las facilidades que los avances cibernéticos ofrecen para mejorar una imagen, para ocultar la palidez de algunas tenga que recurrir a embalsamar la foto con laca o acrílico, antes de dirigirse al escáner o al laboratorio fotográfico.
Los clientes de Don Fotos suelen distribuirlas, en las paredes de su casa o su oficina, en paquetes temáticos: el quiosco del jardín Cuéllar desde milchorrocientosnoventaicuatro; en 1902; en la época en que sus gradas vieron al poeta colombiano Porfirio Barba Jacob empinándose su tlapehue antes de echarse un verso, y de ahí pa’ delante. La Farmacia Central en 1950 y tantos, la Central en 1960, la Central en el 2002, la Central en el 2013 (…¡y aparece un Oxxo!). Al fondo de la foto, el mercado Nicolás Bravo. El mercado como era en los 50, el mercado un año después, el mercado cuando aún era emblema del comercio y el hambre que se mataba con unos tacos de La China o un esquimo de don Salomón, el mercado tras la quemazón que lo volvió polvo del mito y asunto de fantasmales fotografías…
Hablando de paquetes fotográficos: allá por 1988, la dirección de cultura municipal expuso al público, en el vestíbulo de Palacio Municipal, dos centenares de fotografías cuyo tema era el movimiento de 1960. Había festivas: la gente reunida, tomando café, platicando, o los puestos del mercado que solidariamente se acercaron al edificio del Colegio del Estado; especulativas, preñadas de una tensión radical, como la doble fila de soldados cercando el Edificio Docente, y dramáticas, como esa en la que un supermontón de estudiantes, maestros, empleados, mercaderes y chilpancingueños alzados avanzan decididos sobre la avenida Guerrero –a la cabeza va una maestra con el puño apretado y en alto–, tan indignados por los abusos del gobierno que les vale gorro que los soldados ya estén a cuadra y media de írseles encima a bayoneta calada. Apostado en la azotea de la esquina de Guerrero y Galeana (puro gallo suriano sin correa), Saúl López enfocaba rezongos, jaloneos, choques y ciudadanos que iban cayendo ante la bayoneta o las balas, cuando recibió un balazo en la cara. Los soldados apuntaron a la cámara y le dieron en la quijada. Casi treinta años después, el general que estaba encargado de la plaza no estuvo de acuerdo en que el movimiento del 60 ya era historia, sino (que seguía siendo) asunto de Estado, y el Ayuntamiento tuvo que retirar las fotos. Indispensables, para cubrir el conjunto del movimiento cívico y popular, las de Jesús Salmerón que completan el libro El movimiento social de 1960, de Pablo Sandoval Cruz.
En las fotos del legendario Amando Salmerón también han de estar las calles (centradas, con buena luz, sin perros ni marranos), las casas y, desde luego, la gente del pueblo quelitero. Como luego lo hicieron sus descendientes, en especial el citado Jesús, le tomó fotos a muchísimos personajes distinguidos de la política, la literatura y la picaresca guerrerense. De Baltazar R. Leyva Mancilla a Rubén Mora, Agustín Ramírez y Juan García Jiménez; del cantinero refinado que, como había hecho de su bar un templo a María Félix, a la que había dedicado un soneto que él mismo calificaba de magnífico, un día tuvo la fortuna de recibir la visita de la mismísima diva del cine nacional, al Güero Sol, a Agapito (el chofer del Circunvalación –verbigracia el (único) camión de transporte colectivo de Chilpancingo, o al Chaparrito que durante muchos en plena madrugada arrancaba gritando ¡Diario de Guerrero!, ¡Diario de Guerrero!…
Paquetes de fotos, de épocas, de historias. Hay fotos de don Porfirio en Chilpancingo, una de las más chingonas de Zapata la tomó Amando Salmerón, dicen que hay fotos de Obregón llegando a Chilpancingo, y hay fotos de muchos presidentes inaugurando edificios o estatuas en la ciudad, de desfiles cívicos, mítines y ceremonias oficiales, de bailes y coronaciones de la Reina. Hoy reunimos puras fotos pueblerino-urbanas. Las de don Guadalupe Damián. Si a éstas juntamos las de Ernesto Rosas, las de Rogelio Memije, nos daríamos cuenta de cómo, a pesar de temblores y crisis económicas y sociales, la ciudad se transforma y, cuando puede, crece, como si se empeñara en creer en sí misma.

Con los baches abiertos

Llena de charcos, de parches, de grava, arena y ladrillos amontonados (como las aspiraciones de los burócratas), de varillas temblando sobre edificios de dos, tres o cuatro pisos (qué le vamos a hacer, así es la prosperidad), la ciudad siempre se está reconstruyendo. Chilpancingo ya no te recibe con los baches abiertos. Se retuerce, se medio deshace –y ella como las torres de la iglesia de Santa María de la Asunción y la Puerta de Alcalá, ahí está. Nacen colonias con fuereños o desplazados. Medio la destruye un temblor o un reordenamiento urbano le borra pedazos de casa, metros y estilo, y la reconstruye el capital, el comercio, el lavado de dinero, el propio terror cotidiano de estos tiempos, su cualidad de centro político y educativo del estado.

Mercando identidad

A veces son “detalle folclórico”, “ambiental”; en estudios fotográficos, oficinas y escuelas llaman la atención y en cafeterías y restoranes suscitan pláticas profundas sobre el Chilpancingo que fue y el que es. Ora sí que se juntaron las fotos y la ciudad, el agua y la sed, los recuerdos “materiales” y las vivencias verdaderas. Los chilpancingueños antiguos las gozan, las padecen y las reinventan: ya sabemos que ciertas imágenes son capaces de recrear (y hasta de crear) ciertos recuerdos a gusto y conveniencia del cliente. Sus hijos heredaron su afición a “los Toros”, al Porrazo del Tigre y al pozole; traen, pues, el gusto popular. Los hijos de los hijos ya casi no saben nada de nada, pero quizá las fotos del pueblo les proporcionan una cierta manera de conocer, de participar en la plática colectiva, en los recuerdos de todos: hijos de los meros Sentimientos de la Nación, ahijados de José María Morelos y Nicolás Bravo, nietos predilectos de la grieta de San Andrés, aquí nos tocó vivir, en la región más espirulada y maicera de la tierra, en la región más temblorosa del aire. Y el condenado Chilpancingo, como las torres de Santa María de la Asunción, como la Puerta de Alcalá…
El Señor Fotovejero, como el Señor Tlacuache (con sus ca chi va ches…), pasa por las calles con su dichoso pregón: ¡Memoriaaas!…, ¡¿quién merca meeemorias de Chilpanciingoooo?!… Ahora que lo encuentre, le voy a preguntar: ¿cuántas fotos de Chilpancingo tiene en su archivo? ¿Hace lo mismo en Iguala, en Taxco, en Acapulco? Sonreirá bajo su sombrero de Indiana Jones y se despedirá con la socarrona cordialidad de los fantasmas viajeros que venden memorias a la gente. Como en ese trance cualquier fotografía de Chilpancingo resulta buena para documentar nuestra nostalgia por la ciudad, seguro que le acabaré comprándole más de una.

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