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Caleta y Caletilla, gran mezcla de productos, pláticas y risas de turistas por todos lados

Mariana Labastida

Meseros en la sombra, vendedores informales, niños corriendo con chalecos salvavidas, personas de la tercera edad sentados a la orilla del mar, pelotas, caracoles y un dueto de guitarras son parte del ambiente de las playas Caleta y Caletilla.
Llenas más no abarrotadas es como se ven las dos playas de la zona Tradicional de Acapulco, a lo lejos salta a la vista los nuevos aparatos colocados para hacer ejercicio en la explanada de playa Caleta; a lo lejos las sombrillas y mesas señalan el camino a la zona de embarque y desembarque de las lanchas con fondo de cristal.
“¡Empanadas de arroz de leche!”, se escucha a lo lejos a una vendedora, una morena de avanzada de edad que viene caminando entre las mesas y sillas que están sobre la arena, mientras ofrece lo que lleva en una charola verde sobre la cabeza.
“¡Nieve de coco!”, le secunda un vendedor parado junto a su carrito, resguardándose un poco del sol, ofrecimiento que se entrelaza con la letra de la canción Libro abierto, que cantan dos jóvenes con sus guitarras a un grupo de turistas que están comiendo en uno de los restaurantes de Caletilla.
A mitad de la semana, a unos días que termine el periodo vacacional de Semana Santa Caleta y Caletilla lucen llenas, no abarrotados como en los días de más afluencia turística, pero el vaivén de los paseantes no cesa en el muelle de las lanchas de fondo de cristal, mientras los niños corren entre las sombrillas y mesas, hacia la playa a darse un chapuzón.
“¡Ya mamá!”, apura un pequeño de unos siete años a su madre, que está sentada en una silla en la hilera de primeras sombrillas viendo bolsas bordadas que le muestra una vendedora; el menor, con los goggles puestos, se impacienta ante la urgencia de meterse al mar, allá donde hay otros niños brincando entre las pequeñas olas.
Aquí el código de vestimenta está de más, para meterse al mar no importa lo que se lleve puesto, por lo menos no le importó a una señora de avanzada edad que, sentada en la orilla del mar con una blusa de olanes y bermudas, quien ríe mientras lanza agua sobre la cabeza de un niño que juega a su lado. Atrás de ella no dejan de pasar los comerciantes ofreciendo desde dulces, artesanías y hasta ropa de playa.
El movimiento es poco, por lo menos para algunos de los meseros que trabajan en esa zona los cuales están sentados bajo la sombra de algunas de la palmeras, y es que algunos visitantes llegaron con hieleras con bebidas e incluso comida, para disfrutar de la playa con 50 pesos que es el costo de la sombrilla con dos sillas.
Aprovechando que no todas las sombrillas están ocupadas un grupo de niños con los sombreros, las chanclas y pareos que ofrecen descansan bajo una de ellas después de caminar varias horas por la arena en busca de clientes.
En el camino, al muelle que separa las dos playas los comerciantes ya no tienen tendida en el piso la mercancía, ahora están en mesas de plástico con sombrillas, artesanía, collares, aretes, después plátanos fritos hechos en ese momento, quesadillas de papa y pescado, nieve de limón y coco, enchiladas, sombreros, trajes de baño, flotadores, son algunos de los productos que ofrecen los comerciantes a los visitantes.
Además de los que circulan de un lado a otro de la playa con productos similares, además de imágenes de la virgen, llaveros y el ofrecimiento de servicios como masajes que no son desaprovechados por algunas turistas y las famosas trencitas para hacer en el cabello.
A la orilla de la playa una lancha con conchas, caracoles y otros artículos del mar llama la atención de los visitantes que se acercan a pedir precios, mientras prestadores de servicios acuáticos ofrecen paseos en la banana o la renta de cámaras de llanta, esas negras con líneas mal trazadas pintadas a mano, que se ofrecen por 20, 30 o 50 pesos dependiendo del tamaño.
Una mezcla de sonidos de ofertas de productos, pláticas, risas y olores es la estancia de los turistas en Caleta y Caletilla.

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