Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Julio Moguel

HOY, HACE 200 AÑOS

* Las batallas de Morelos

El Veladero

Veíamos en nuestra entrega anterior (El Sur, 8 de marzo) que el ejército encabezado por Morelos se dirigía de Oaxaca hacia Acapulco para cumplir dos objetivos estrechamente relacionados entre sí: tomar primero el fuerte de San Diego (ganar en definitiva la plaza de Acapulco), y convocar enseguida a un Congreso que unificara bajo un solo mando las fuerzas insurgentes y estableciera las bases constitucionales del México naciente. El trayecto de las fuerzas rebeldes desde la antigua ciudad de Antequera hacia el puerto de mayor relevancia económica y política del Pacífico se extenderá del 9 de febrero al 29 de marzo de 1813 –el viernes 29 de marzo pasaron justos 200 años–, en una ruta zigzagueante y escabrosa con escalas en Tlaxiaco, Amuzgos, Ometepec y La Sabana. El punto de llegada de este periplo de las fuerzas insurgentes será el campo atrincherado de El Veladero (en ese momento bajo las órdenes de Julián de Ávila).
En las entregas que siguen retomaremos el tema ya esbozado en torno a la justeza o no de la decisión tomada por el cura de Carácuaro de dirigir sus fuerzas hacia el puerto de Acapulco y no hacia Puebla y la capital del virreinato (veíamos que de “error fatal” había sido calificada dicha decisión por el historiador Julio Zárate). Por ahora haremos un paréntesis para hablar particularmente del punto de la geografía nacional que fue, digámoslo así, el centro-base o centro operador más importante de las fuerzas insurgentes en el ciclo de guerra comandado por Morelos.
El Veladero constituye una amplia zona montañosa que rodea la bahía de Acapulco. Sus laderas escarpadas y molduras caprichosas, acantilados, picos, peñascos, pendientes y rugosidades naturales ofrecieron a Morelos el espacio ideal para fincar en él el campamento principal de operaciones de su ejército. Con ventajas extras a las ofrecidas por las variaciones bruscas del relieve, pues allí reinaba entonces una densa vegetación habitada dominantemente por encinos y una fauna capaz de destruir, enfermar o aniquilar sin miramientos a quienes se aventuraran a pasar sin prevención a sus adentros.
Pero, ¿cómo es que el ejército insurgente se hizo del lugar y lo mantuvo como su espacio más importante de refugio y reserva militar en el periodo? Recordemos. Después de su paso por Zacatula, todavía en octubre de 1810, el entonces reducido núcleo armado de Morelos se dirige a Tecpan, donde se le unen los Galeana. El movimiento en armas crece entonces exponencialmente en la misma medida en que se precipita: para el 13 de noviembre el riachuelo se ha vuelto ya río portentoso, con dos mil hombres armados que llegan al Aguacatillo después de haber puesto un pie en el pueblo de Coyuca. Ese mismo día una avanzada militar de setecientos insurgentes dirigida por Rafael Valdovinos enfrenta a cuatrocientos enemigos en una de las faldas cerriles que bajan hacia Acapulco. El triunfo apabullante del movimiento envolvente proyectado por el genio militar del de Carácuaro permite entonces ocupar holgadamente los puntos clave del Aguacatillo, las Cruces, el Marqués, la Cuesta y el Veladero.
Muy cerca temporalmente de estos acontecimientos, el sitio que ahora rememoramos vivió otro hito histórico a destacar. Es desde las posiciones marcadas por el avance de noviembre de 1810 que Morelos lanza su primer ataque al fuerte de San Diego, a principios de febrero de 1811. El relato de la batalla y de sus resultados es ahora harina de otro costal. Baste decir aquí que derivó en la derrota del ejército insurgente, obligado entonces a recular. Una nueva ofensiva por parte de los realistas colocó a los rebeldes en un tris del fracaso total. Enfermo Morelos, será ese momento en el que Hermenegildo Galeana despliegue todas sus capacidades de comando para empeñar las acciones que revertirán el curso en ese punto previsible de los hechos, y las fuerzas insurgentes alcancen un nuevo respiro y la reconquista del lugar.
Las limitaciones de espacio no nos permiten detenernos demasiado en esta importante fase en la que se vive en la zona el liderazgo de armas de Galeana.  Saltaremos entonces al 2 de mayo de 1811, cuando ya convertido el lugar en el centro básico de operaciones de la insurgencia suriana, Morelos y sus principales cuadros de comando deciden tomar los relevos insurgentes de la lucha nacional por la reciente aprehensión de Hidalgo, Allende, Aldama, Jiménez.
Es Ignacio Manuel Altamirano quien ofrece la mejor aproximación histórica al desarrollo de la junta en la que el cura de Carácuaro habla a sus patrióticos escuchas: “Ahora se hace indispensable avanzar hacia el centro y hacerlo pronto; mañana mismo si nos es posible (…) Es necesario reanimar con nuestra aparición en las comarcas más próximas a México el espíritu de los que simpatizan con nuestra causa (…). Es necesario probar a la nación que la muerte de un caudillo no acaba con los principios que proclamó ni con el pueblo que los defiende. Es preciso hacerle ver que aunque la estrella de la insurrección palidezca en el norte, todavía sigue brillando en el sur. Es indispensable interrumpir la alegría que hoy enloquece a nuestros enemigos con nuestro grito de guerra lanzado en medio de ellos para que sepan que si muere un insurgente hay mil para vengarlo (…)  Mi intención es –concluyó Morelos, con autoridad– que nos dirijamos mañana mismo al centro de la intendencia de México.” (Ignacio Manuel Altamirano, “Morelos en el Veladero”, en MORELOS y otras historias, México, 2013).
Otros importantes momentos históricos del movimiento insurgente distinguen al sitio que aquí rememoramos. Entre ellos, la ya referida llegada del ejército de Morelos al Veladero desde la ciudad de Oaxaca, el 29 de marzo de 1813. Pero exploremos aún más en este espacio el relato magnífico de Altamirano. Cuenta el tixtleco que en diversos puntos del Veladero ondeaban banderas con una inscripción blanca que decía: “Paso a la eternidad”. Con lo que se anunciaba que, quien se atreviera a traspasar sin el permiso presupuesto la frontera del terreno, se acercaba a la muerte.
He escuchado de un buen conocedor de esta historia, de nombre Francisco Delgado, la hipótesis de que el mensaje pudiera haber significado otra cosa, a saber: que desde la llegada de los insurgentes el mencionado lugar se había convertido en un ámbito geográfico-político ganado a las fuerzas del mal representadas por los realistas, con lo que la fórmula utilizada de “paso a la eternidad” pudo haber tenido más bien connotaciones espirituales. ¿Acaso en la idea de que quien que se sumara a la lucha insurgente desde ese bendito lugar tenía la opción de gozar de los favores del cielo desde la tierra?
Correcta o no, la hipótesis de Delgado nos recuerda que la historia no constituye un expediente sacro y cerrado, de verdades eternas.

* Con esta entrega se reanuda esta serie que se interrumpió por razones no atribuibles al autor, a quien ofrecemos disculpas lo mismo que a los lectores.

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