Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jesús Mendoza Zaragoza

La educación entrampada

El actual conflicto entre la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación en Guerrero (CETEG) y el gobierno del estado ha puesto de relieve condiciones  de gravedad de la educación en México, que ha sido y sigue siendo rehén de la política, en el peor sentido de la palabra. Decía el doctor Pablo Latapí Sarre, uno de los mayores estudiosos del tema en México, que la educación tenía dos grandes escollos que no le permitían ser lo que el país necesita: el gobierno y el sindicato, refiriéndose al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE). Entre gobierno y sindicato ha habido recurrentes juegos políticos en los que han manejado la educación a partir de sus intereses y no de los del país. En suma, la educación ha sido el pretexto para acumular privilegios políticos y económicos.
Por lo regular, cada gobierno ha propuesto reformas educativas, que lo han sido más de forma que de fondo, con los resultados deprimentes que tenemos hoy. La educación no ha tenido condiciones para ser un verdadero factor de desarrollo y para sacar al país de los amplios rezagos que padece. Ha sido una moneda de cambio que se negocia cada sexenio sin resultados sustanciales. La reforma educativa actual no es la excepción, según mi punto de vista, pues forma parte de las así llamadas reformas estructurales que, junto con la reforma laboral, ya aprobada, la de telecomunicaciones en curso y las que siguen como la hacendaria y la energética, son necesarias para cumplir con las recomendaciones de los organismos internacionales como el Banco Mundial (BM) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en el ámbito global.
En ese contexto hay que entender hechos como la sustitución de la señora Gordillo en el SNTE y la reforma educativa, que no expresan un cambio de fondo, sino un ajuste en el interior de un sistema que asigna a la educación tareas específicas relacionadas con el modelo de desarrollo y con el sistema político. En este sentido, la reforma educativa no ha tenido un primordial interés educativo, sino político. Este es el gran problema que prevalece en la educación, que está prevista para mantener privilegios, tanto en el sector gubernamental  como en el sindical. El conflicto actual no trasciende esta estrecha visión, pues ni el gobierno ni la CETEG ven más allá de este modelo educativo incapaz de transformar al país. Por eso, este conflicto sigue siendo una expresión de la educación entrampada en intereses sindicales y gubernamentales.
Lo que está en juego es el modelo educativo que se promueve. Este modelo capacita para hacer cosas, prepara técnicos con una perspectiva economicista. La economía de mercado vigente, que carece de rostro humano, necesita mano de obra, gente con habilidades para mover la productividad de acuerdo a las leyes del libre mercado neoliberal que tiene como alma el lucro. La educación está animada por el ansia de lucro, y queda convertida en un apéndice del modelo económico. Con este tipo de educación solo se refuerzan la desigualdad y la insolidaridad y se condena al país a una permanente postración.
Necesitamos una reforma educativa que vaya más allá de las fronteras de la economía y de la técnica. Necesitamos una educación humanista, que enseñe a recuperar la conciencia y a desarrollar todas las potencialidades humanas de todos, de los alumnos y de los maestros, de los niños, de los jóvenes y de los adultos. Una educación que forma la conciencia para la libertad, para la solidaridad y para la justicia. Una educación que forje ciudadanía y responsabilidad social. Una educación que enseñe a utilizar las herramientas que construyen, tales como la palabra, la razón, la fuerza moral y la coherencia.
¿O qué no nos damos cuenta que, entre otras cosas, las deficiencias del modelo educativo están detrás de la espiral de violencia que ha atrapado al país? Tenemos hombres y mujeres, sobre todo, niños y jóvenes muy vulnerables ante las expresiones decadentes de la sociedad. Con qué facilidad caen en las adicciones a las drogas y al alcohol, y a las garras de las organizaciones criminales. Niños y jóvenes no cuentan con la fortaleza cultural y espiritual que necesitan para resistir ante la seducción de estos flagelos que les amenazan constantemente. La educación no ha cumplido con su cometido.
Si los contendientes en el conflicto generado por la reforma educativa miden sus fuerzas para ver quién tiene más poder, se colocan invariablemente en el interior de un sistema político de privilegios y excluyente. Y esto tiene efectos negativos sobre la educación. El problema de fondo, que tiene que ver con la educación como herramienta de humanización y de desarrollo integral de los pueblos sigue vigente y no se toca porque la lógica del conflicto es endógena al sistema político, después de todo.
Es preciso darle una salida humanista al conflicto generado por la reforma educativa; una salida que visualice a la educación como una responsabilidad social, que no puede ser negociada y que tiene un valor que trasciende los rígidos esquemas políticos y los rastreros intereses económicos. La educación forja personas, forja conciencias y es más que una mera transmisión de conocimientos. Es una tarea amorosa que engrandece al que educa y al educando. O mejor dicho, la educación es educación en la medida en que nos constituye a todos como educandos y nos humaniza haciéndonos personas responsables. Este debería ser el indicador fundamental de una educación de calidad, más allá de las evaluaciones promovidas por la OCDE.
La educación entrampada entre intereses externos a sí misma, requiere la atención de todos para permitirle que sea lo que debe ser. Que en contextos como el nuestro sea una herramienta que ayude a construir la paz en la justicia y la libertad. Que sea capaz de liberarnos del analfabetismo ciudadano y nos abra salidas de dignificación, porque esto no está sucediendo en muchos casos. Hay que reconocer, sin embargo, muchos casos de experiencias valiosas en el ámbito educativo que requieren ser valoradas y difundidas por su significado liberador, que suelen ser marginadas o hasta descalificadas.
La educación debiera generar utopías, enseñar a soñar como condición para orientarnos hacia el futuro, un futuro que pueda superar el presente tan desgarrador. Debiera desarrollar la imaginación, la creatividad y el ingenio, desarrollar no solo ideas y argumentos, sino también una gran riqueza emotiva y espiritual, tan necesarias para convertirnos en personas.
La educación es responsabilidad de todos, no solo de las autoridades y del magisterio. Es una responsabilidad social que tiene potencialidades inimaginables. No puede permanecer entrampada entre jaloneos que, muchas veces, carecen de humanidad.

468 ad