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Federico Vite

¿Autenticidad africana?

Con la intención de saber en qué andan los escritores africanos, tomé como muestra de esa literatura poco conocida en América La flor púrpura, novela de la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie. Este documento me dejó la impresión de que entre África y México no hay tanta diferencia en cuanto a los temas relacionados con la opresión y la violencia.
Ngozi narra en primera persona la vida de Kambili, una jovencita de 15 años, que vive en Enugu, Nigeria. La protagonista es parte de la alta sociedad. Habita una mansión, estudia en un colegio privado. La abundancia la rodea. El asunto es que la vida de esta chica parece ideal. ¿Y uno se pregunta por qué el tono sombrío y opresivo de la voz que cuenta la novela? La respuesta es el padre, un hombre que está obsesionado con la religión y obliga a toda la familia a que sigan reglas estrictas para alcanzar la perfección evangélica. La vida doméstica marchita el espíritu de Kambili. Para fortuna de la muchacha, recibe una invitación de su tía paterna Ifeoma para que tanto ella como Jaja, hermano de la protagonista, pasen una temporada en Nsukka. Los dos adolescentes llegan a un departamento y descubren una nueva forma de relacionarse entre sí: adquieren la perspectiva extraña del amor, la comprensión y la libertad de pensar por cuenta propia. Kambili cambia la forma de ver el mundo y su voz, la prosa que cuidada de Ngozi, adquiere una sensibilidad vital que asombra.
El quiebre sensacional de la novela es un hecho de apariencia incidental, pero que determina el carácter de Kambili. Cuando la protagonista siente que ha encontrado el sentido de la vida, la realidad incide en ella: se consuma un golpe militar. Tanto ella como su hermano deben regresar a la casa paterna. Vuelven pues pero transformados por la comprensión del amor que han aprendido de la tía Ifeoma. El desenlace de La flor púrpura sobrecogerá al lector; le hará pensar que la vida, esa violenta forma de confirmar la humanidad, sólo puede tener sentido si uno defiende lo que ama.
Una de las frases de Kambili que marcan al lector nace cuando ella descubre que se ha enamorado de un sacerdote, alguien con los ideales que profesa su padre, pero definitivamente es más humano y sensible que el resto de las personas que ella ha conocido en su breve existencia. Uno tiene muchas formas de querer a las personas, afirma la jovencita, pero cuando descubres alguien que te cambia la vida, sólo puedes pensar en decirle: “Me resulta cálida tu presencia y mi color favorito ha pasado a ser el tono marrón de tu piel, porque ahí me siento contenta, como si hubiera llegado a la casa que necesito”.
En algunas de las entrevistas que esta mujer ha brindado a periódicos anglosajones explica que gran parte de su tradición literaria se fundamenta en autores ingleses. Eran los más fáciles de encontrar, señala, pero desde que conoció la obra de Chinua Achebe y Camara Laye sufrió un cambio de mentalidad en su perspectiva literaria. “Me di cuenta de que personas como yo, niñas con la piel de chocolate, cuyo cabello rizado no se podía amarrar en colas de caballo, podían también existir en la literatura. Comencé a escribir sobre cosas que reconocí. Y me daba cuenta que no puede haber una historia única, África no sólo es un continente lleno de gente enferma, personas muriendo de hambre y en constante guerra. También hay vidas apacibles que sufren transformaciones bondadosas y deben aprender a defender en lo que creen, en lo que respetan. Un país, por ejemplo”, confiesa la también autora de Medio sol amarillo.
Ngozi revela que cuando terminó el borrador de La flor púrpura se lo mostró a uno de sus profesores en Estados Unidos y, para sorpresa de la escritora, la respuesta del decano fue la siguiente: “No es auténticamente una novela africana”. Ngozi señala que estuvo dispuesta a reconocer que había varios defectos en el libro, que había fallado en algunas partes, pero no se imaginó que la novela carecía de la “autenticidad africana”.
“El profesor me dijo que mis personajes eran demasiado parecidos a él, un hombre educado y de clase media; que mis personajes conducían vehículos; no se morían de hambre. Y pensé que era imposible una historia única sin hablar del poder. Hay una palabra, una palabra en igbo, que recuerdo cada vez que pienso en las estructuras mundiales del poder y es nkali. Es un sustantivo que se traduce como ser más grande que otro. Al igual que nuestros mundos económicos y políticos, las historias también se definen bajo el principio de nkali. Cómo se cuentan, quién las cuenta, cuándo se cuentan, cuántas historias se cuentan, depende realmente del poder. Corregí mi manuscrito y cuando fue publicado me di cuenta que no me interesaba tener una autenticidad africana, pero sí quería una historia poderosa y el resultado ha sido asombroso”, concluye.
Ngozi nació en Nigeria, en 1977. Ha vivido en Estados Unidos durante mucho tiempo. Justamente en ese país es donde La flor púrpura obtuvo el premio Commonwealth Writers’ Prize for Best First Book. Sólo resta decir que la autenticidad africana es como la autenticidad guerrerense: un corazón que si pudiera pensar se detendría.

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