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Raymundo Riva Palacio

PORTARRETRATO

* Echeverría en blanco y negro

Santiago 126, en San Jerónimo al sur de la ciudad de México, es una dirección que no dice nada a muchos. La puerta de madera es discreta y con el ancho para sólo un vehículo. Al cruzarla se abre un gran jardín que creció en una hondonada. En el fondo se encuentra una casa, no inmensa, nada espectacular. Es donde Luis Echeverría ha vivido por casi medio siglo y que habla en silencio de su personalidad. Los muebles son mexicanos y alrededor de lo que era la mesa familiar, sólo hay equipales. La vajilla es de Talavera y los cuadros que saturan las paredes son Riveras, Orozcos y Tamayos. Hay libros apilados por todas partes y fotografías de la historia gloriosa del presidente de México que soñó en el Tercer Mundo.
Echeverría tiene 91 años y la historia no lo deja en paz. Pero no por las razones que ambicionó algún día. Esta semana WikiLeaks difundió alrededor de un millón de cables diplomáticos, incluidos miles de documentos del periodo de Henry Kissinger como secretario de Estado de Richard Nixon y Gerald Ford, en los cuales hay decenas que tienen que ver con el ex Presidente, y que en la visión crítica de quienes los redactaron, se muestran los blancos y negros de un político que no polariza, sino que enciende la ira en su contra. Los cables, particularmente aquellos firmados por el embajador de Estados Unidos en México durante los 70s, Joseph John Jova, son tan críticos que parecen, si el referente es el nacionalista, un elogio.
Político de formación burocrática, Echeverría fue una persona cuya cara no mostraba sentimientos. Frío por dentro y por fuera, fue funcional como secretario de Gobernación durante la administración de Gustavo Díaz Ordaz, un colaborador al que no le temblaba la mano para actuar, como cuando a los pocos meses de su sexenio, tras haber heredado el movimiento médico, ordenó su represión con grupos de choque de burócratas, la toma de tres de los grandes hospitales en paro con médicos militares, secuestros de enfermeras, despido de doctores y el encarcelamiento de sus líderes.
El sistema era rígido y en 1968, como parte del levantamiento juvenil contra un mundo construido sobre las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, estalló en México y en otras ocho naciones, la rebelión estudiantil. Creció por la represión policial y la negativa del gobierno a abrirse políticamente. La conclusión, el 2 de octubre de 1968, fue una matanza en Tlatelolco que ha sido ampliamente documentada a diferencia de la lucha en el gabinete donde Echeverría respaldó la mano dura de Díaz Ordaz, contra la postura conciliadora del secretario de la Presidencia y viejo amigo del Presidente, Emilio Martínez Manatou. Sin pruebas suficientes para demostrar la hipótesis, se ha planteado que ese conflicto definió también la candidatura en 1969, que le permitió a Echeverría ser Presidente en 1970.
Los cables de WikiLeaks no hablan de Echeverría como secretario de Gobernación, ni su papel como un activo de la CIA –como definían a personas en posiciones de poder que servían a intereses de Estados Unidos–, como lo denunció el ex agente Philip Agee en un demoledor libro sobre latinoamericanos al servicio de la compañía en 1975. Dos años después, el reportero Bob Woodward publicó en The Washington Post que por sus servicios, Echeverría había estado en la nómina de la CIA. Pese a ello, reflejó Jova en sus cables, veía con escepticismo a Echeverría, quien al llegar a la Presidencia se volvió un cruzado de los países del Tercer Mundo.
Echeverría tomó ese rumbo socialdemócrata, aunque era un rabioso anticomunista. Perverso y vengativo, puso una trampa a Alfonso Martínez Domínguez, muy cercano a Díaz Ordaz y que cuando fue presidente del PRI, opinó en contra de Echeverría para que fuera el candidato presidencial. Una vez en el poder, Echeverría lo nombró regente de la ciudad de México, y en 1971, una manifestación estudiantil para recordar el 2 de octubre, fue reprimida con trabajadores del Metro y grupos de choque integrados por policías y militares, provocó su caída. Martínez Domínguez no sabía de esos grupos, ni tampoco lo que se había preparado para esa tarde del 10 de junio en las calles de la ciudad de México.
La experiencia de 1968 llevó a Echeverría a cooptar algunos de los intelectuales que simpatizaron con el movimiento o que habían coqueteado años antes con movimientos armados. Sedujo a escritores como Carlos Fuentes y Fernando Benítez, e incorporó al gobierno a políticos como Cuauhtémoc Cárdenas y Víctor Flores Olea. El Jueves de Corpus, como se le conoció a la represión de 1971, resultó también en el surgimiento de las guerrillas, al concluir varias decenas de mexicanos que no había ninguna otra forma de enfrentar al poder. Los años de la Guerra Sucia iniciaron.
Su gobierno estuvo lleno de paradojas. En concordancia con las políticas de Estados Unidos, expulsó a más de 50 diplomáticos soviéticos, que habían hecho de México una de las oficinas de la KGB más importantes del mundo, y denunció a Corea del Norte por entrenar guerrilleros mexicanos. Pero, al mismo tiempo, cuando el presidente Nixon lo amenazó con tomar represalias si votaba por la incorporación de China a las Naciones Unidas, dio instrucciones a la cancillería de cabildear a favor de la entrada de Beijing al sistema de naciones internacional. Las amenazas nunca se cumplieron.
Echeverría fue el único presidente que tuvo una política de apertura hacia África y que exploró Asia. Fue un latinoamericanista que respaldó siempre a Salvador Allende y cuando le dieron el golpe de Estado, le abrió la puerta a toda la clase política chilena que encontró en México un santuario. En 1975, en contraposición a la Doctrina Estrada de no intervencionismo y autodeterminación de los pueblos, se enfrentó públicamente al dictador español Francisco Franco quien ordenó la muerte de cinco miembros del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota con el salvaje garrote vil.
Pero no fueron esas gestas internacionalistas por las que se le recuerde, sino por su política interna. Le tocó enfrentar el shock petrolero que cambió todo, cuando los precios se dispararon y el mundo entró en crisis. Una política económica populista de poco control del gasto lo condujo a una crisis en los últimos meses de su gobierno que acabó con el “milagro mexicano” del desarrollo estabilizador, y en agosto de 1976, 20 años de estabilidad del peso se colapsó: el tipo de cambio se fue en horas de 12.50 pesos por dólar, a 22. La incertidumbre generó temores de un golpe de Estado e inclusive, en alguna medida instigados por la embajada de Estados Unidos –aunque Jova dice que eran rumores externos–, circularon versiones que asesinaría al presidente electo, su amigo de juventud, José López Portillo.
Todavía hoy se recuerda con odio su política económica. Otros sienten lo mismo pero por diferentes razones. Perseguido por el gobierno de Vicente Fox por su participación en la matanza de Tlatelolco, fue el primer funcionario citado a declarar. En ese 2002, arrancó un proceso judicial en su contra que cuatro años después terminó con su arresto, que por razones de salud cumplió con arraigo domiciliario. Nuevas batallas penales lo tuvieron en vilo hasta marzo de 2009, cuando un juez federal decretó su libertad absoluta y lo exoneró de la matanza de Tlatelolco.
Echeverría se encuentra muy delicado de salud, y sólo lo que le queda de su fuerza física lo mantiene atado a una vida que hoy sólo le tiene malas noticias y un recuerdo negro sobre su persona que siempre, como él mismo, se ha negado a morir.

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