Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Julio Moguel

HOY, HACE 200 AÑOS

* Las batallas de Morelos

La toma de Acapulco y el ascenso de Calleja

En el abril de hace 200 años el ejército insurgente comandado por Morelos inicia los combates por la toma del puerto de Acapulco (6 de abril de 1813). Los activos militares con los que cuentan los rebeldes para cumplir su cometido son de 2 mil hombres y algunas piezas de artillería, fuerza de más para ganar calles, plazas y edificios o viviendas del poblado, pero débil en su proporción para una rápida toma del fuerte de San Diego.
Los primeros ataques al puerto se hicieron a partir de un movimiento simultáneo de tres bloques armados dirigidos por Hermenegildo Galeana, Felipe González y Julián de Ávila. Con un resultado inmediato a favor de los rebeldes: Galeana tomaba sin demora la posición de Casa Mata, mientras que De Ávila, con mayores costos y tiempos de combate, conquistaba las posiciones cimeras del cerro de La Mira. El repliegue del ejército realista permitió un cierto nivel de reagrupamiento positivo en el centro del poblado, pero sólo al punto de evitar una derrota inmediata. Fue dicha recomposición posicional la que amplió el margen de ventaja de los españoles, en un esfuerzo de resistencia que extendió las primeras confrontaciones callejeras a lo largo de seis días, del 7 al 12 de abril. La séptima jornada de combates, los pocos soldados realistas sobrevivientes de la plaza decidieron resguardarse en el fuerte de San Diego, posición desde la que abrirían, como veíamos, un largo tiempo de defensa que se extenderá hasta agosto de ese 1813.
Fue a mediados de abril cuando comenzaron los verdaderos dolores de cabeza para el cura de Carácuaro. ¿Cómo tomar el fuerte de San Diego? No contaba con la artillería necesaria y sus recursos de asalto para una fortaleza de tales dimensiones y con tan multiplicados medios de defensa eran significativamente limitados. Protegido por sus muros y sus decenas de piezas de artillería, el fuerte de San Diego recibía desde el mar auxilios de muy variada índole. Otro terrible enemigo de los insurgentes era el clima malsano de la costa. ¿Cómo mantener entre sus tropas el ánimo de guerra? ¿Cómo matar las tantísimas horas que, desde el tedio y las presiones sicológicas de guerra agobiaban a las tropas y enfermaban sus mentes?
Mas Morelos era genio mayor para arrancarle frutos jugosos a lo que casi cualquiera llegaba a juzgar en esa época como empresa imposible. Y ¿cómo no sumar a sus victorias, después de Cuautla, Tixtla o de Oaxaca, la de la toma del fuerte de San Diego? Pues se trataba de una posición que, más allá de los réditos contantes y sonantes que desde el punto de vista económico o militar pudieran derivarse, contenía el reto de arrancarle a la corona de la España imperial una de sus joyas más bellas y emblemáticas.
La fortaleza se consideraba inexpugnable. La más perfecta obra de arquitectura de principios del siglo XVII, diseñada con la forma de una gigantesca tortuga por el trazo maestro de Adrián Boot, es remodelada después del terremoto de 1776 por Miguel de Costanzo. Reducto de defensa básicamente contra los piratas, se convierte en los tiempos de la independencia en el espacio-núcleo realista económico y militar más importante del Pacífico. Morelos encuentra en todos estos réditos de lujo la mayor atracción para su empecinada empresa. Tomar el fuerte de San Diego le representa esa diferencia de poder que le hace falta: para hablar desde la fuerza de un territorio totalmente integrado por las armas con bandera independiente (desde Oaxaca hasta la intendencia de Valladolid, contando con toda la línea de la costa y algunos ramales que se extienden hacia Veracruz o hacia Puebla); para terminar de vencer aquellas resistencias que le impiden aún ejercer el mando único que la nueva fase de la lucha le requiere. Porque sabe que es y será esa específica victoria la que le permitirá convocar finalmente al (primer) Congreso de Anáhuac.
Pero decíamos que la toma del fuerte de San Diego se vuelve, más que reto, pesadilla. Pasan días y semanas sin que aparezcan las señales esperadas de conquista. Una mina potente podría destruir parte de la osamenta amurallada, pero ello tendría costos terribles en vidas de inocentes a los que Morelos no está dispuesto a implicar. Es el mismo Morelos quien escribe: “Estando al concluir la mina para volar el castillo, me acordé por sétima vez de la humanidad y caridad del prójimo. Sabía que en la fortaleza se encerraban más de cien inocentes… Quise más bien arriesgar mi tropa que ver la desolación de inocentes y culpables…”
¿Un ataque desde el mar? No tiene embarcaciones para ello.
¿Y cómo neutralizar o mitigar los daños generados por el tremendo bombardeo que reciben todos los días desde el fuerte?
Ya veremos en una próxima entrega cómo es que finalmente se alcanza la esperada victoria sobre el castillo de San Diego. Echemos mientras tanto una rápida mirada a un acontecimiento central que se despliega en otra parte del reino.
Nos referimos al nombramiento del temible Félix María Calleja como virrey de la Nueva España. La fatídica fecha tiene registro muy cercano a los hechos que antes revisábamos: el 4 de marzo de 1813. ¿Daba lo mismo que fuera Venegas o Calleja el que manejara el timón del gobierno español en la colonia? De ninguna manera: éste tenía mayores arrestos y capacidades gobernantes en el espacio y tiempo precisos de la guerra. Morelos, por su parte, había logrado beneficiarse hasta el momento de las diferencias personales entre el Venegas virrey y el Calleja guerrero. Pero ahora este último quedaba libre y solo en el ejercicio de mando, con lo que marcaría (por fin) una única ruta en la lucha contrainsurgente.
Nos dice Julio Zárate (México a través de los siglos) sobre el tema: “Fue el nombramiento del nuevo virrey de justo temor para los mexicanos, que conocedores ya de su crueldad y de sus instintos rapaces, esperaban que desplegase una y otros con mayor extensión en la órbita anchurosa en que iba a moverse; y por el contrario, los españoles se prometían de su exaltación el pronto término de una guerra desastrosa que amenazaba de muerte sus más caros intereses: fundábase para ello en las relevantes dotes militares de Calleja y en las amargas censuras que éste había hecho de las providencias dictadas por su antecesor, y que transmitidas al comercio de Cádiz, tan influyente a la sazón en el gobierno, decidieron quizás su nombramiento y el relevo de Venegas.”
Sobre las consecuencias concretas de este acontecimiento hablaremos también en otra entrega.

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