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Eduardo Pérez Haro

Siempre hay lugar para una idea mejor

Para Antonio Berumen Preciado

Plantear transformar a México presupone que no está bien, y se está en lo correcto, México no está bien. No sólo es material y extremadamente desigual, a estas alturas ya no es novedad. Los jóvenes y aun los adultos no conocen otra realidad ni reconocen una promesa diferente, desde luego, sólo las personas de la tercera edad podrían contar algo del México que venía en ascenso colocando transformaciones que apuntaban a dejar atrás al México rural y pobre que había sido heredado de las épocas precedentes, pero incluso éstos sólo tienen recuerdos afligidos dada la pauperización en la que han caído.
Mas el problema no es sólo de desigualdad, pobreza y hambre (que en la nueva tecnología de la comunicación política se usa reconocer explícitamente como mecanismo para conjurar la presión derivada de su ocultamiento secular). Se aparejan otros síntomas como la individualización, la fragmentación familiar, el resquebrajamiento de la comunidad, y el aceptado caso de la delincuencia como opción. Las clases medias van en picada, se están desmantelando las instituciones del orden rutinario aun el del trabajo y la cultura solidaria. En su lugar se erige el egoísmo, “que cada quien se rasque con sus uñas”.
Un clima propicio para la hegemonía del pensamiento de “sosegar las fuerzas improductivas en bien del progreso”, cultura de la enajenación distractora (llamada por los emprendedores como “industria del entretenimiento” –por qué no? si se puede aprovechar para un jugoso negocio–) auxiliada eficazmente por la televisión…  y la dominación no pareciera precisar más que la determinación de ejercerla.
Transformar a México precisa de una idea superior al del buen desempeño macroeconómico cuyas ganancias son de las super-élites y tampoco se hace suficiente con agregados ordinarios de justicia social. Se requieren las revoluciones de la cultura y el conocimiento, de un proyecto nacional y de la organización del trabajo así como la producción aparejada a las nuevas tecnologías para la competencia y el aumento social de las capacidades y disfrutes, incluidas las libertades y derechos.
La llamada economía del conocimiento está en la innovación entendida como la generación de nuevos productos acordes a las nuevas exigencias y a la lógica de ampliación de los mercados, interior y exterior. No es un asunto de producir más ni siquiera de distribución del ingreso meramente sino de reproducción ampliada en el contexto de la era digit@l o no habrá justicia social, pero ni siquiera ampliación de nuestra burguesía doméstica y por ende no habrá país para transitar airosamente los tiempos venideros. No es “amenaza con el petate del muerto”; simplemente las cuentas no dan.
Empero, eso se resuelve en el contexto de un mundo donde la suerte del progreso no corre linealmente sino que se somete a la misma controversia de capacidades de la que estamos hablando y reclamando para México. El asunto ya no es tan sencillo como la aspiración de ser como los gringos, eso ya pasó y quien lo sostenga (que los hay) está fuera de época. Estados Unidos está en crisis y ellos mismos no la tienen tan fácil mucho menos nosotros. Siguen siendo los principales, pero su declive está en las gráficas de todos los indicadores.
¿Lo pueden superar? En eso están pero no van solos, la emergencia asiática no es una broma y no sé si es mejor pero es diferente, por lo pronto libran una fuerte tensión en la disputa por los hidrocarburos en la que se involucran quienes los quieren y quienes los tienen, pero también es batalla por las rutas comerciales y también es batalla en la arena del sistema financiero. Mas si fuera poco, las sociedades de base abren otro frente desde su interior y en su entorno civilizatorio que por ahora se expresa en la inconformidad de pagar deudas que se contrajeron sin su anuencia y no aceptan la traducción de la austeridad gubernamental como desempleo (Eurozona y Estados Unidos, y no nada más).
Empero, detrás se radicalizan posiciones por un mundo diferente no sólo justo en su materialidad ni en ausencia de las avanzadas tecnológicas, pero sí con agregados en el bienestar contemporáneo que incluye la salud física, los nuevos alimentos, la eficiencia del transporte, energías no convencionales, la limpieza ambiental, la preservación de recursos naturales, la calidad de la vivienda, de la información y de las artes, el respeto a los derechos humanos, la equidad de género, los derechos de “minorías” con capacidades diferentes, en fin todos aquellos saldos negativos de la gran oferta del mundo que se ha hecho desde el pensamiento mítico y la mística de la dominación con distintos modelos de pensamiento que al final se hermanan en sus resultados incumplidos.
Las revoluciones que se postularon desde el siglo XIX y que se alcanzaron en el siglo XX, no sólo se colapsaron en la práctica y en el mundo de las ideas allanando la emergencia neoliberal, sino que quedaron sin sustento teórico y técnicamente sin posibilidades, y si no fuera suficiente, además, sencillamente, no están en la agenda de las sociedades de base. Mas no se debe de dar por descontado ni el flaqueo del progreso por la guerra de titanes, ni por la efervescencia social desbordada o por la descomposición y el crimen organizado que está ya en las listas de las industrias más dinámicas y su multinacionalización global con todos los aprendizajes, tecnologías y signos de la modernidad neoliberal, en la que, eso sí, México es actor importante.
La historia “se muerde la cola” y tal parece que nos conformamos con ideas simples en pro y en contra pero desde la misma lógica. Por qué no revisar la idea desde las nuevas demandas de la vida contemporánea que son las de todos (no sólo la de los poderes fácticos que son muy ampulosas y ellos muy poderosos pero al fin estrechos desde lo que representa el espectro y la perspectiva de la sociedad y el país todo). El asunto no es un buen negocio –ordinario al fin–, ese es muy mal negocio o, en cualquier caso, muy pequeño por grande que parezca. El tema es sobreponerse a la guerra y a la destrucción donde todos pierden, levantar la vista sin dejar de vigilar la retaguardia para no repetirnos en el fastidio fatal de lo que ya pasó sin pasar más nada.
No podemos conformarnos con el aplauso de Christine Lagarde (FMI) ni con el saludo cordial de Barack Obama (EU). ¿Por qué no abrir el compás e imaginar una idea propia del desarrollo en el diverso y amplio mundo multicultural? No sugiero echar por la borda nuestra relación con la nación aún más poderosa del mundo, pero ¿por qué uncirnos a sus pretensiones? Podemos romper el laberinto de la soledad y erigir un planteamiento aprovechando las lecciones de nuestra historia, nuestra cultura y nuestra oportunidad de entender críticamente el complejo y a la vez simple mundo global, poniendo las premisas de una visión amplia cuya viabilidad exige de una ingeniería del desarrollo con vías accesibles y sacar los arrestos en el arte de la política en su más elevada expresión. “No hay tiempo mejor, este es el tiempo mejor”, expresó hace cuarenta años Anton Arrufat en crítica a la enorme revolución cubana. Todo es cuestionable y siempre habrá lugar para una idea mejor.

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