Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Botica 8

¡Viva El Sur, cabrones!

La carestía del huevo

La actual carestía del blanquillo no es porque falten huevos sino porque no los hay. El almirante Alfonso Argudín nos remite en su libro El Acapulco que perdimos a una ciudad idílica, cuya vuelta no sería de ningún modo retrógado pedir. Para empezar, sus habitantes llegaban apenas a cinco mil –hoy reunidos en una sola unidad habitacional–, posibilitando así que nadie se quedara sin comer. Aparte del mar generoso, los precios de la comida lo eran también.
En una crisis ovoidal como la presente, que también las hubo antes, los huevos llegaban a venderse hasta en cinco centavos por dos unidades. O sea, dos y medio centavos por cada uno, lo que resultaba escandaloso pues el precio normal era un miserable centavo por unidad. Huevo colorado de gallinas gordas de rancho y no abortos de zombis plumíferas, cuyos productos están hoy mismo bajo sospecha de estar creando una generación de mariquitas. ¡Ay, ojalá todo fuera cuestión de comerlos tibios o estrellados!

Lo que se comía

Encarrerados en el tema, rescatemos un menú tipo de aquel tiempo, con acceso general, más o menos .
a) Ceviche de sierra cocido en jugo de naranja agria, cultivada aquí mismo.
b) Sopas de pescado, tortilla o fideos o bien de arroz colorado, guisado con jitomate.
c) Guisados de res y cerdo o pescado cocido de formas diversas (pargo, curvina, picuda, robalo, etcétera). Nunca faltaba la caguama en escabeche o su pecho tatemado en brasas. Igualmente, el “brinche”, una suerte de paella confeccionada a base de arroz guisado con pequeños trozos de callos de lapa y caracol. El “relleno de cuche”, traído por primera vez de Tecpan de Galeana por doña Francisca Silva H. Luz, para sentar sus reales en el Pozo de la Nación, no se acompañaba con bolillo.
Y es que tal forma de pan blanco no se conocía . El relleno se consumía preferentemente con tamales “nejos”, así llamados por estar cocidos con ceniza, envueltos en hojas de plátano. Hoy mismo, ideales con queso fresco o para acompañar el pipián (Se encuentran en la primera cuadra de Vallarta).
d) Las comidas se acompañaban con tortillas, pan o morisqueta, sin nunca faltar frijoles negros de olla, guisados o refritos, además de salsas con chiles de la región.
e) Los postres clásicos eran el arroz con leche, la cocada, las charamuscas, las gollorías, las frutas de horno, los borrachitos, los coacoyules enmielados, la conserva de cáscaras de toronja y un postre tradicional de la Costa Grande conocido como “manjar de Teypan”. Rico.
f) No había refrescos, solo aguas de sabores. La primera gaseosa acapulqueña, llegará hasta los 30: El Trébol, embotellado por la familia Pintos-Quevedo.

El Fuchi

Parecerá increíble pero en aquel entonces los acapulqueños le hacían “el fuchi” a varias especies marinas. Un lista breve: el barrilete, por ser su carne negra; la cucucha, cuyo olor a garrapata provocaba asco; el machete, peligrosamente espinoso; el lopón, venenoso el cabrón; la chopa, comedora contumaz de caca y la corneta, puro hocico toda ella. Más sorprendente será el rechazo al pulpo por feo y baboso, hoy manjar en todas las mesas marineras. Tambien hoy reivindicados, el cuatete y el popoyote.

Rodolfo Acosta

Junto con Carlos López Moctezuma, Miguel Inclán y Víctor Parra, Rodolfo Acosta formó la cuarteta de los más grandes villanos de la época dorada del cine mexicano. El convincente padrote de la película Salón México, estuvo muy relacionado con Acapulco. Aquí radicó su señora madre y aquí radica su hermana Jeanny Acosta viuda de Abraham Molina. Éste, dicharachero y guasón, fue director de Mercados en el gobierno municipal del doctor Virgilio Gómez Moharro. Adicto al dominó, nunca nadie le creyó el cuento de que siempre se trajo “cortito” al cuñado.
El puerto de los siete vicios fue otro de los grandes trabajos de Acosta en su caracterización de proxeneta, caifán, cinturita o tarzán, como ordenan las buenas costumbres llamar a los empresarios sexuales. Para 1951, fecha de la película, Acapulco no contaba con tantos vicios como para ser su escenario. El escenario apropiado para que la hermosa Miroslava Sternova cantara, con voz prestada, necesariamente, aquello de Calla tristeza de Gonzalo Curiel. El buen Chalo que, al enamorarse en y de Acapulco, caminó aquí mismo por su propia Vereda Tropical.
La actividad de Rodolfo Acosta fue también intensa y muy exitosa en el cine “jolibudense”. Allá compartió créditos con los más grandes: John Wayne, Elvis Presley, Marlon Brando, Roberto Mitchum, Glenn Ford, Henry Fonda y Gregory Peck.

El Chamizal

El recio actor mexicano nunca se sintió estadunidense, no obstante haber nacido en El Chamizal. Un territorio mexicano de poco más de 2 kilómetros cuadrados, localizado entre El Paso, Texas, y Ciudad Juárez, y que por los cambios del cauce del río Bravo quedó del otro lado. Luego de un litigio de más de 70 años, México logrará recuperarlo gracias a un acuerdo diplomático entre los presidentes Adolfo López Mateos y John F. Kennedy, consumándose la entrega en 1967 con Díaz Ordaz y Lindon Johnson, dos ojos de pato.
Antes de hospitalizarse víctima de un cáncer terminal, Rodolfo Acosta viaja a este puerto para despedirse de su señora madre, sin confesarle su mal, por supuesto. Morirá a los pocos meses en San Fernando, California, a la edad de 54 años.
Hija del villano cinematográfico, Jeanine Acosta Cohen participa en 1965 en el certamen de belleza Señorita México y lo gana representando al D.F. Será despojado de él cuando una o varias de sus compañeras –“muertas de envidia, las cabronas”, acusa un padre encabronado–, demuestren ante los organizadores la minoría de edad de la hermosa chiquilla.

La prensa decimonónica

Alentado por la derrota que las fuerzas de Juan Álvarez infringen al presidente Santa Anna en el cerro del Peregrino, a su regreso a la capital despues de su fallida incursión bélica en Guerrero, don Ignacio Pérez Vargas publica en 1855 el periódico El Libertador. Exalta en sus páginas el liberalismo y en sus crónicas se solaza con la humillación de su Alteza serenísima en Acapulco.
El Progreso de Guerrero fue un semanario editado en Acapulco con un récord de 73 números, de 1867 a 1869, siempre en defensa de la causa liberal.
El Costeño se llamó un periódico singular publicado aquí en 1868. Su editor, don Procopio Camilo Díaz, no era el clásico gacetillero sino ministro de la iglesia evangélica y su misión no era salvar almas del infierno a través de la palabra escrita. Sus empeños eran propagandísticos y estaban dirigidos a conseguir la reelección del gobernador don Diego Álvarez. Misma cruzada del periódico El Faro, declarado “informativo, político y social”.

Acapulco de Juárez

Cuando sea reelecto como mandatario de la entidad, Álvarez cumplirá una promesa hecha a su padre don Juan: rendir un homenaje permanente a don Benito Juárez, quien había llegado al puerto procedente de Nueva Orleans para sumarse a la Revolución de Ayutla. Pide por ello al Congreso local un decreto ordenando que el municipio de Acapulco sea en adelante “de Juárez” y el 27 de junio de 1873 firma el Decreto número 24, que así lo dispone.
Don Jesús Carreón aparece como director del periódico  Neptuno de 1869, pero tres meses más tarde desaparece del directorio y su lugar es ocupado por don Francisco González. “Algo se comió, el viejo”, fue un comentario entre los redactores. El Amigo de los Niños se publicó aquí en 1874 dirigido por don Eusebio Zavala, también ministro evangélico. Sus temas fueron política y religión en lugar de cuentos infantiles. Don Procopio Camilo, nuestro viejo conocido periodista y ministro evangélico, vuelve a los medios con El Fénix, en clara referencia a su renacimiento.
La Sombra de Guerrero fue un periódico dominical publicado en Acapulco de 1891 a 1893. Sus cuatro páginas estaban dedicadas a información general y a comentarios políticos. Fueron sus redactores Juan Antonio Arizmendi, Manuel de la Torre y Francisco Lagunas Manjarrez. Figuró entre sus colaboradores el joven Homobono Batani, venido de Italia, fundador de una gran familia acapulqueña. Una estancia previa en Manila lo identificará en algunos círculos locales como filipino y su apellido adjudicado a una italianización de la isla de Batán. Hoy se sabe que, incluso, descendía de la nobleza italiana.
Porfirio Diaz se daba tiempo para todo, incluso para nombrar alcaldes en toda la República. En 1887 designa al de Acapulco en la persona de don Antonio Pintos Sierra, de Tepecoacuilco, desempeñándose entonces como cónsul de Guatemala. Don Toño es tronco original de una grande y muy querida familia acapulqueña y a él se le recuerda como un presidente excepcional, tanto que lo fue en cinco ocasiones.
Don José Muñúzuri dará en El Avisador gran cobertura a la noticia sobre la ampliación de la Ciudad y Puerto a través de la integración del Barrio Nuevo. Comenzaba en los palmares de don Alberto Ponce (hoy IMSS), seguía por toda las calle Correos (luego Obregón y hoy Cuauhtémoc) y terminaba en la calle Bravo, donde estará más tarde el diario Trópico. El señor Muñúzuri tenía como timbre de orgullo mantener su periódico con la venta de avisos y suscripciones.

El Imparcial

El Iris del Sur, periodiquito dominical editado por don Miguel Condés de la Torre, dedicará su primera edición para reseñar el levantamiento del primer plano topográfico de Acapulco (1889). Su autor, el ingeniero francés Enrique Lallier y sus patrocinadores, el propio alcalde Pintos Sierra y el Prefecto Político Francisco Leyva. Ya aparecen en el documento los barrios de La Candelaria, El Rincón (La Playa), Las Pozas (La Poza), El Mezón, El Teconche, El Chorrillo, El Capire, Tavares (?), Petaquillas, Del Campo Santo y Barrio Nuevo.
La Sombra de Guerrero (1892) fue el extraño nombre de un periódico editado aquí por don Antonio M. Martínez y La Voz del Pacífico (1894) una publicación dirigida por don Andrés Alarcón.
Ya para cerrar el siglo decimonónico, el periodista José Canedo publica en el puerto El Imparcial, casi simultáneamente con El Imparcial de Reyes Espíndola de la ciudad de México. Fue éste el diario porfirista de la modernidad, hecho a imagen y semejanza de los estadunidenses, y cuyas tiradas alcanzaron los cien mil ejemplares. Será El Imparcial un nombre clásico para periódicos de América y Europa, aunque muy pocos o ninguno cumpla con su divisa.

José Azueta

En la sección de sociales, El Imparcial del 3 de mayo de 1885 da cuenta del nacimiento de un niño hijo del matrimonio formado por el capitán de Corbeta don Manuel Azueta y doña Josefa Abad, residentes en el puerto. Los felices padres han agradecido los parabienes de sus amigos a quienes han anunciando que el primogénito llevará el nombre de José, José Azueta Abad.

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