Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Julio Moguel

HOY, HACE 200 AÑOS

* Las batallas de Morelos

Mecánica de la guerra (popular)

Hemos dejado a José María Morelos y Pavón frente al tremendo desafío de hacerse del fuerte de San Diego (El Sur, 19 de abril), en un ciclo de cerco y de ofensiva militar contra los ocupantes del referido batimento que se inicia el 13 de abril de 1813, después de seis días de combates que permiten al ejército insurgente tomar calles, plazas, casas y edificios del puerto de Acapulco. El reto de tomar el fuerte de San Diego se convierte en un problema mayor, pues, ¿cómo horadar las grandes murallas del castillo si no cuentan los rebeldes más que con una artillería menor –las culebrinas que han logrado ganar en las propias batallas contra los realistas, por ejemplo– que, prácticamente en cualquiera de los ángulos, no alcanza para hacerle daño a la pétrea estructura diseñada y construida en distintos momentos del siglo XVII por la dupla Boot-Costanzó? Armar una mina suficientemente poderosa, con materiales acarreados desde la ya liberada capital de la intendencia de Oaxaca: en eso piensa el cura de Carácuaro. Mas, veíamos en nuestra entrega anterior, a punto de concluir los trabajos de fabricación del potente explosivo, Morelos “(se acuerda) por sétima vez de la humanidad y caridad del prójimo”, y, a sabiendas de que “en la fortaleza se encerraban más de cien inocentes”, decidió “más bien arriesgar (sus) tropas que ver la desolación de inocentes y culpables”.
Ya veremos en un próximo artículo cuáles fueron las rutas y los medios que finalmente escogieron los insurgentes para conquistar por fin la mole amurallada (hecho que acontece hasta el mes de agosto de 1813). Pero por ahora conviene hurgar un poco en la que he denominado genéricamente como la mecánica de la guerra (popular), pues el tema de los instrumentos, medios, técnicas o formas con los que se despliegan las confrontaciones militares tiende a ser olvidado, obviado o subestimado por los escritores, dando por lo general mayor peso en la aproximación histórica a las simples relaciones numéricas de fuerza (número de soldados por bando, con tantos de infantería y tantos de caballería; número de piezas de artillería, etc.).
Quisiera decir antes de entrar en la materia específica que las revoluciones o los movimientos armados populares tuvieron grandes (más) posibilidades de avance y triunfos en los tiempos en que el tiro a distancia por pistola o rifle aún no alcanzaba a convertir los combates cuerpo a cuerpo en secundarios o casuales dentro del marco práctico de las confrontaciones guerreras. (Convendrá en su momento hablar de la revolución que el rifle de repetición generó en los conflictos armados). Ciertamente, el uso de artillería resultaba muchas veces determinante en la forma y en los resultados de una colisión, pero no era medio capaz de imponer el plus de los combates frente a la maniobra felina o a las capacidades envolventes de los flujos humanos que en oleadas recurrentes terminaban por cruzar y desmontar casi cualquiera de los cercos, bloques o trincheras del fortificado campo a conquistar.
Y digamos aquí, sin más demora, que fue justo tal posibilidad de desbocar casi cualquier combate en el contacto físico entre tropas lo que dio a Morelos una superioridad táctica que siempre o casi siempre el líder independentista supo aprovechar. Porque: ¿quién o quiénes eran capaces de manejar o utilizar mejor que los rudos y adiestrados campesinos, pescadores y artesanos de la época el machete o el cuchillo, en su variante primaria, o, ya con una cierta preparación, el sable, la espada o el espadín? Más aún si tales campesinos, pescadores o artesanos contaban con ciertas fortalezas físicas a los que culturalmente se identificaban como propias de la continencia natural de “lo negro” o “la negritud” (lo mulato, naturalmente incluido en este sello). Con otro elemento que –ya lo hemos dicho en otra entrega– necesitamos sumar: la fuerza propulsora o motora de la rabia o de la convicción o prestancia mística o religiosa con la que los soldados insurgentes adoptaron el liderazgo militar de Morelos.
Otro aspecto decisivo de la mecánica de las confrontaciones tenía que ver lo que pudiéramos denominar la ingeniería y administración de la guerra. ¿Cómo desplazar a cientos o miles de soldados por terrenos abruptos, escarpados, tupidos de vegetación o con irregulares cortes de tierra?; ¿cómo atravesar ríos o riachuelos, llanos astrosos, fangos o pantanos? Se requiere entonces otro ejército dentro del ejército, en ocasiones más importante que el propiamente guerrero o militar: el de los zapadores, curanderos, arrieros, cocineros; sin olvidar a los músicos o a quienes tienen el importante papel de distraer a las tropas en los momentos –largos y muchas veces apesadumbrados momentos– de ocio y descanso, en el repliegue, espera o en vísperas de la acción.
No tenemos a la mano información precisa sobre la proporción establecida en el ejército insurgente entre, por ejemplo, zapadores y tropa regular. Pero la importancia relativa de esta actividad dentro de las acciones normales de la guerra en esa época puede aquilatarse con el dato sobre la composición de los contingentes del ejército que en diciembre de 2011 Calleja lanza contra el pueblo de Zitácuaro: “dos mil ochocientos infantes, mil indios zapadores, dos mil doscientos caballos y veintitrés cañones de diversos calibres” (Julio Zárate, México a través de los siglos).
Lo que hemos definido como “la ingeniería y la administración de la guerra” es otra de las especialidades del Generalísimo José María Morelos, virtud de éste –ejercida años antes en la gestión de sus curatos en Churumuco y en Carácuaro– que ha destacado en algunas de sus obras el historiador Ernesto Lemoine. Unas cuantas líneas del comunicado escrito por el cura para establecer los términos en que debe realizarse la salida de las tropas en la fecha en que decide romper el sitio de Cuautla (el 1º. de mayo de 1812) resulta particularmente ejemplar: “Que las lumbradas de los baluartes estén gruesas. Que tras de la avanzada vayan zapadores con herramienta. Síguese la vanguardia de caballería. Luego media infantería. Luego el cargamento de artillería. Luego la otra media infantería. Luego la retaguardia de caballería. Que se den velas dobles y se vendan las sobrantes y el jabón. Que repartido el prest se dé un peso a cada enfermo y la mitad del sobrante se traiga. Que se junten cuarenta mulas, y si no hay que se reduzcan los cañones. Que se repartan los cartuchos a cinco paquetes, dos tiros y clavo.”

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