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Silvestre Pacheco León

El pedimento de lluvias

La alegría se veía en los rostros de los vecinos atraídos por la música de los Mecos y los Chivos, las danzas que estuvieron a punto de desaparecer si no ha sido por la generosidad de quienes apoyaron la compra de su indumentaria y secundaron el ánimo de los jóvenes músicos y danzantes dispuestos a continuar con la tradición.
El desfile por las céntricas calles de Quechultenango comenzó muy de mañana ese 25 de abril, el día de San Marcos, con el que se inician las ceremonias del pedimento de lluvias en las regiones del Centro y La Montaña de Guerrero.
El realce de la ceremonia cuyo origen se remonta antes de la conquista lo dieron las danzas de los Mecos y los Chivos a la cabeza del desfile, seguidos del “Huentli” con el que los mayordomos para el pedido de lluvias acompañan la “cuelga” con los presentes que se llevan a don Arón, el padrino del Santo, puesto heredado de sus padres y que él procura preservar con dedicada devoción, año con año.
Van los Mecos con su atuendo vistoso de plumas y espejos bailando al ritmo de la música de violín con la que crecieron los menguados campesinos que ahora se llenan de nostalgia en éste tiempo de cigarras que cantan sin sosiego evocando la lluvia.
Dicen los viejos del pueblo que la danza de los Mecos es una parodia de los conquistadores, que el hombre vestido de cura es aquel misionero que a fuerza de sermones pretende la conversión de los indios mientras él mismo aparece como víctima de las enfermedades traídas por los soldados de Hernán Cortés, como la sarna y la viruela. Por eso entre bendiciones y rezos se rasca por aquí y por allá mientras el personaje de la muerte acecha con su gran guadaña para cortar el hilo de la vida que tanto se ha desgastado.
El cura lleva en la siniestra, además del recipiente de agua bendita, un libro que simula La Biblia, ostentosamente puesto de cabeza, mientras con la diestra carga el rosario y a veces el hisopo con el que esparce el agua y que aquí Carmelo ha sustituido por una escobilla de palma.
De tramo en tramo con la parsimonia del personaje que encarna, el cura se para a la puerta de los negocios o frente a algún grupo de mirones, simula que lee algún rezo y luego sumerge la escobilla en el agua para rociar con ella al público entre risas y maldiciones.
Los Chivos son otros danzantes que bailan festivos en rebaño al ritmo que les marca la dentadura de la quijada de burro convertida en instrumento musical estremecida a cada golpe del chivo viejo encargado de ese menester. La música de esa danza se acompaña con los acordes de la guitarra que una elegante chiva toca a compás con su pareja que hace lo propio con una pequeña caja de madera atada a la cintura cuya tapa al abrirse y cerrarse simula el ruido de las pezuñas de los chivos al andar en tropel.
Detrás del rebaño va el pastor de gesto adusto. En uno de sus hombros le cuelga el bule de agua y en el otro la inseparable carabina para ahuyentar al coyote. Más atrás va su perro fiel que responde al nombre de Yaqui.
En la fiesta popular todos conviven. Los vecinos que no pueden acompañar hasta el lugar de la ceremonia salen de sus casas a presenciar el desfile, aplauden y sonríen mientras tratan de identificar a sus parientes entre el grupo de danzantes. “Ése es el hijo de mi tío Chu Venegas”, dice la señora señalando a la chivita que baila coqueta enfundada en unas botas, vestido ceñido, guantes de malla y máscara sonriente.
“Allá va un chivo desbalagado”, grita alguien alertando al pastor quien de inmediato manda a su perro para que la recoja.
Así, con la música de viento que anima a las muchachas al rítmico cadereo, fluye el mezcal entre los gritos alegres del Huentli que baila sin descanso simulando que limpia de los malos espíritus a los peregrinos que van a pedir lluvia abundante hasta “donde revienta el agua”, en el nacimiento del río Limpio, a los pies del cerro de Las Naranjitas, donde dicen que vive el Amigo, en la cueva donde han hecho su altar.
Ya el pueblo ha quedado atrás y la gente comienza a subirse a los vehículos que harán el viaje de tres kilómetros. El cueterío ha cesado sus estruendos como señal de que pasamos a otra etapa del camino. La veintena de estudiantes de Filosofía que han venido de la capital no dan crédito a lo que ven del festejo al que han sido invitados.
Allá junto al manantial que nace bajo una gran roca están ya las mujeres encargadas de preparar y servir la comida y el agua fresca. Desde ayer los mayordomos han limpiado el lugar y adornado con tendidos multicolores cada área dispuesta para cada actividad.
Media hora después la gente va llegando y se acomoda bajo la sombra de los árboles, para participar del pedimento, ver bailar a las danzas y formar parte de los comensales cerca del puesto de comida.
Cada vez es gente más joven la dispuesta a caminar un kilómetro de bajada y subida por un camino sinuoso que se mantiene sin cambio para no alentar la presión humana sobre esa zona sagrada y vulnerable. Aún así, con esfuerzo, los viejos siguen alimentando esa tradición con su presencia.
Desde luego, se podría decir que los creyentes que piden al Amigo por un buen temporal de lluvias son más tolerantes que los católicos en éste rito que mezcla lo pagano y cristiano, pues aquellos no tienen empacho en estar en las dos ceremonias.
En éste año primero van al altar del Amigo porque el cura que oficiará la misa se retrasó.
Para participar en la ceremonia indígena la invitación se hace de manera encubierta, “para no herir susceptibilidades”, dicen. Entonces los que saben y los invitados siguen a los iniciados que bajan hasta el río. Mientras lo cruzan comentan que el nivel del agua bajó drásticamente desde el año pasado. “Llovió poco”, oigo decir.
La comitiva que encabeza el padrino lleva la comida y la bebida para el Amigo, también los cigarros y las velas para la ceremonia.
No es a don Fausto con su inseparable sombrero ancho y redondo a quien más trabajo le da subir por entre las rocas buscando los resquicios donde sostener su cuerpo viejo y cansado, si no a los nuevos acompañantes exitados por la curiosidad y el misterio.
En la boca de la cueva a la que se llega escalando la roca calcárea don Fausto saluda al Amigo recordándole que cada año viene a visitarlo y que así lo hará mientras tenga vida y fuerzas para llegar. Le pide al Amigo que tenga consideración de los invitados para que a ninguno le piquen la temibles hormigas tepebianas que abundantes parecen resguardar la entrada de la cueva alborotándose con la presencia humana. (Después de la ceremonia los presentes harán cuenta de que a ninguno atacaron esos insectos que suelen dejar una roncha con el agudo dolor de su piquete).
En el rincón de la cueva, con las velas encendidas el padrino deposita los tamales y el mole guisados para la ocasión. Todo sin ninguna brizna de sal porque así es el gusto del Amigo. Son tamales blancos de masa envueltos en hojas de maíz y mole verde hecho de semilla de calabaza.
Luego de entregar el presente con el ruego de que el Amigo lo asuma como ofrenda y sea de su agrado, comienza el pedimento: “…que el temporal sea bueno para que la siembra se logre… que si el viento viene fuerte lo puedas desviar para que no provoque daños… que las calabazas crezcan, que la milpa tenga una buena cosecha…”.
Después cada uno de los comensales pide por lo mismo y le ofrece un brindis: una copa para el Amigo, otra para el invitado hasta agotar la botella.
En seguida se reparten los cigarros de tabaco fuerte que se fuman al unísono mientras el pedimento se vuelve ruego y va más allá de la simple lluvia, porque se pide que reine la armonía.
“Dios manda en el cielo. En la tierra manda el Amigo”, dice con seguridad uno de los iniciados alentando las peticiones.
Para la despedida el rito se repite. Cada participante bebe otro trago de mezcal en brindis con el Amigo agradeciendo de antemano que los ruegos de cada quien sean atendidos.
Concluida la ceremonia una sonora carcajada se escucha y se repite hasta tres veces haciéndose eco entre las peñas. El efecto del mezcal evita el miedo y hasta la bajada de la peña parece más fácil.
Mientras se inicia el descenso hasta el río todos asumen que el Amigo está contento y que se deben esperar lluvias copiosas en éste municipio donde el ayuntamiento calcula repartir hasta 7 mil toneladas de abono químico para la siembra de temporal.
Mientras tanto en el manantial que abastece al pueblo el grueso de la gente se ha quedado a presenciar algunos sones de las danzas en espera de la llegada del cura.
En el lugar donde se realizará el acto católico está ya adornado el cuadro de San Marcos con maceteros de flores, cadenas de cempasúchil, velas y veladoras. Los rezanderos y rezanderas piden porque el agua abunde y hasta se hace alusión al futuro desértico que nos espera si descuidamos nuestros deberes con el agua que para el caso de Quechultenango es una de las mayores riquezas que debemos preservar.
No todos, ni siquiera la mayoría están atentos a la misa que se oficia en la pequeña explanada de concreto que cubre la toma de agua entubada.
Entre los novedades de ésta festividad anual debemos anotar la presencia de un presidente municipal que convive con la comunidad y que exhorta a no esperar que todo lo haga la autoridad, pues si bien él cumplió con la petición de la mayordomía con la rehabilitación del camino, el médico Toño Navarrete dice que le gustaría que cada familia sembrara y adoptara un árbol en esta zona tan apreciada del ejido.
En ese deseo lo secunda el secretario de la Semaren, el biólogo y ambientalista Carlos Toledo quien ofrece las plantas que hagan falta para reforestar, y aprovecha para felicitar la iniciativa de los campesinos ejidatarios que en asamblea determinaron cuidar como reserva ecológica el área del manantial.
Así continúa la tradición: en el ambiente festivo que se ha convertido ya en asamblea se sigue con el nombramiento de la nueva mayordomía que se integra con propuestas y autopropuestas. Los recién nombrados han sido ungidos con cadenas de flores de cempasúchil y reunidos en círculo primero rezan y luego brindan, otra vez con mezcal, bebida que parece manar en toda la festividad.
Por cierto que el encargado de servir el mezcal y el tequila es el profesor Evencio que en su papel de mayordomo atiende diligente esa responsabilidad.
Lo que la mayoría espera después de los discursos es la comida que ahora tiene un ingrediente ambiental: se anuncia que para cambiar la insana costumbre de hacer basura con el uso de trastes de plástico y unicel, que al quemarse facilitan los incendios y contaminan el ambiente, se servirá en vasos y platos reciclables que cada quien deberá devolver para posteriores fiestas comunitarias. (Al final, en el recuento de los trastes recogidos se anota que entre quienes comieron no han devuelto 50 platos).
Los mayordomos del pedimento de lluvia ofrecen mole y arroz que cocieron en un gran cazo de cobre. Un marrano engordado con esmero por don José Ramírez se destinó para la comida. El guiso, las cocineras y la atención a los más de 500 comensales estuvieron a cargo de doña Elena Juárez y sus sobrinos, Chely y Alberto, ambos jóvenes que han vivido en Estados Unidos y no por ello desapegados a las tradiciones de su pueblo.

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