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Humberto Musacchio

Derrota tecnocrática, ¿triunfo de Keynes?

Desde hace treinta años la economía mexicana crece menos que la población. La causa es un dogma económico que, al igual que los de otras naciones, nuestros “expertos” han seguido con apego religioso: el crecimiento de un país deja de ser viable cuando su deuda va más allá de 90 por ciento de su producto interno bruto.

Las consecuencias de ese falso axioma son desastrosas para las sociedades: lo primero que hacen los gobiernos es recortar el gasto público, especialmente en salud, educación y otros renglones sociales. Paralelamente toman medidas para desalentar la inversión, pues parten del supuesto –evidentemente falso– de que la creación o ampliación de empresas y puestos de trabajo lleva la economía a un “calentamiento” que puede derivar en crisis de mercado, cierre de empresas y más desempleo.

Lo curioso es que mientras se desgarran las vestiduras ante toda posibilidad de un crecimiento que rebase sus mezquinas expectativas, alientan el movimiento especulativo de los capitales golondrinos y los golpes a la economía, especialmente al bolsillo de las mayorías, suelen ser devastadores, como bien lo sabemos en México y ahora lo sufren en Europa.

Gracias al benemérito servicio de Other News se ha dado amplia difusión a un artículo de Sandro Pozzi, originalmente publicado en El País. Ahí se narra cómo Thomas Herndon, pasante de doctorado de la Universidad de Massachusetts, descubrió que estaban equivocados los profesores Carmen Reinhart y Kenneth Rogof, de la Universidad de Harvard, quienes dieron cuerpo a las ocurrencias neoliberales de varias décadas en un trabajo publicado en 2010 en la American Economic Review.

Reinhart y Rogof  diagnosticaron que una economía endeudada más allá de 90 por ciento no sólo entra en problemas, sino que cae de golpe y porrazo. Por supuesto, los tecnócratas de muchos países hicieron del embuste un dogma y lo mismo ocurrió con el comisario europeo para Asuntos Económicos, Olli Rehn, y el ex presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet.

Pero el joven Herndon, en lugar de creérselo, puso a prueba el postulado de Reinhart y Rogof, revisó las tablas en que se basaron los autores y con ayuda de su novia Kyla Walters llegó a los resultados que han puesto en entredicho las Grandes Verdades de la tecnocracia, cuyas medidas causan recesión, desempleo, hambre y sufrimiento para muchos millones de seres humanos.

El descubrimiento de Herndon nos pone de nuevo ante los peligros de la credulidad excesiva. Los jefes de Estado suelen confiar en sus asesores económicos y éstos a su vez dan por bueno un planteamiento o una doctrina sólo por el prestigio de quien lo dice, sin detenerse a considerar la metodología seguida, la información y otros aspectos que llevan a sostener errores como de Reinhart y Rogof, cuando no mentiras redondas que se incorporan al arsenal académico con un aire de legitimidad.

No lo dice Herndon, pero su descubrimiento de la impostura permite a la teoría keynesiana, tan maltratada en los círculos académicos y tecnocráticos, recuperar su validez. Es muy probable que en los próximos meses el Banco Central Europeo liberalice sus políticas hacia los países en crisis o que veamos a unos trabajadores españoles abriendo hoyos y a otros tapándolos. La perversidad economicista ha sufrido una derrota histórica. No se resuelven todos los problemas de la economía de mercado, pero una visión más humana puede paliar los efectos de las grandes crisis.

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