Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

La Costa Azul

Mi recuerdo más antiguo de Marsella lo asocio a la foto de calendario que mi madre guardaba entre sus cosas importantes. Era una marina en cuyo fondo destacaba una construcción morisca. Eso lo pude constatar el mismo día que llegamos a la Costa Azul, procedentes de París.
Palmira y yo viajamos atendiendo la invitación de su sobrino que vive en Suiza. El itinerario lo hemos organizado de tal forma que recorreremos la Costa Azul y luego subiremos por Milán hasta Venecia, antes de llegar a la región de los Alpes.
La marina de Marsella con sus grandes y lujosos yates  se extiende en una amplia área de la ciudad que rodean los edificios de la aduana, el ayuntamiento y la catedral. A una cuadra de ella está una de las pocas estaciones que tiene el servicio del metro junto a los comercios, bares y restaurantes que definen la parte más ruidosa y céntrica de Marsella.
Llegamos el domingo en la tarde a esta ciudad cuyos soldados hicieron famosa la Marsellesa en la guerra de Francia contra Austria a finales de 1700.
La estación del tren en esta ciudad que alberga a más de millón y medio de habitantes es una de las más hermosas que conocemos después de Milán. Uno de sus atractivos que la distingue es la espaciosa avenida techada que tiene 20 árboles adultos de pino (los conté uno a uno) como ornato de las modernas tiendas de moda.
Nuestro hotel está en la zona vieja de la ciudad. Es una construcción antigua, vecina de una guardería. En el desayuno hacemos amistad con una pareja de paramédicos que llevan casi un mes viajando. Ambos vienen de Suiza. Ella es nativa de aquella ciudad y él es de origen colombiano.
Paul es el administrador del pequeño hotel de tipo ecológico, silencioso, apasible y tranquilo. El desayuno es café orgánico, pan integral y tres diferentes mermeladas de manufactura casera.
En el viaje a Marsella hacemos amistad con Esthibault un joven parisino que estudia la maestría en matemáticas. Va a una conferencia a la ciudad de Lyon. Habla muy bien español y dice que le interesa conocer México. Muy citadino nos platica de la vida en París para el común de sus paisanos, los lugares de diversión, sus comidas y algunas de sus costumbres.
Esthibault dice que conoce Perú y que le gustaría regresar para conocer otros países,  pero dice que viajar no es fácil. A la hora de despedirnos nos regala chocolates peruanos y nosotros monedas mexicanas que enriquecerán la colección de su hermano menor, nos dice.
Marsella tiene todos los atractivos de un puerto: playas, comercios, turistas, restaurantes. Para cruzar de lado a lado la marina hay un servicio gratuito de barco que no para en todo el día. Es un espectáculo el simple embarque y desembarque de los pasajeros que así se ahorran tiempo y esfuerzo para cruzar de un lado a otro.
Para conocer la parte turística de la ciudad usamos el servicio de un pequeño tren que hace la ruta costera, (como en todas las ciudades modernas, los trenes, tranvías, trolebuses y camiones turísticos prestan un excelente servicio a los visitantes porque en poco tiempo uno puede tener idea de los lugares de interés) desde la marina va por toda la costa hasta llegar el cerro más alto de la ciudad donde se levanta la iglesia de Notre Dame.
Al fin costera la ciudad, su catedral hace las veces de faro para los marinos y de mirador excelente para los visitantes. Está toda adornada con barcos en miniatura con los que pescadores y comerciantes agradecen los milagros que ha hecho en estas latitudes la madre de Jesucristo evitando un naufragio, calmando tempestades o salvando náufragos.
Un dato más: cuenta la historia que fue esta región de Francia la que tocó a María Magdalena, la amiga de Cristo, para hacer su labor evangelizadora.
En las calles del centro el viento levanta la basura acumulada el fin de semana. Los jóvenes pasean en grupos numerosos y también se ven familias enteras que caminan de prisa. Hay muchos musulmanes, mujeres de vestido largo y cabeza cubierta. En el metro se dan escenas que se repiten en todas partes: algunos jóvenes entran a los andenes sin pagar su boleto. Aprovechan el tiempo que tardan en cerrar las puertas automáticas. Sólo un hombre anciano que seguramente no está incluido en las excepciones de pago del servicio calcula mal el tiempo para cruzar y queda atrapado entre las dos hojas de la puerta que lo aprisionan y lo hacen gritar. Palmira y yo vamos en su auxilio y lo rescatamos, luego pagamos su pasaje y él se aleja agradecido.
Por la mañana visitamos los puestos de pescado que exhiben ejemplares que son realmente raros, aún para nosotros que vivimos en la costa, luego buscamos un restaurante que nos ofrezca la comida típica de los marselleses, sopa de pescado con hierbas aromáticas y pasta abundante con aceite de oliva.
Después de pasear por Marsella vamos a Cannes. El viaje en tren es de dos horas y de la estación a la playa son apenas unas cuantas cuadras. La avenida costera de esta capital mundial del cine es de un lujo chocante, con sus grandes y costosos hoteles junto a las modernas tiendas de moda que venden marcas exclusivas.
En toda la Riviera francesa abundan las palmas sikas adornando los jardines. En la costera, a unos pasos del palacio de festivales del cine, un frondoso y añoso árbol de colorín como los que abundan en el centro del estado, ofrece su sombra a los transeúntes.
Como en Cannes el paseo de las estrellas es obligado, vamos en el recorrido comparando el tamaño de las manos que los famosos han dejado para la posteridad en las baldosas que uno pisa.
Las playas de turistas son diminutas en toda la Costa Azul, por eso en las fotos siempre aparecen atiborradas de bañistas, salvo en la frontera con Italia donde hay grandes extensiones de playa con grava en vez de arena. Desde el ferrocarril, de vez en vez, de tanto en tanto, se ven las casas de veraneo, algún palacio poco visitado, y muchas tiendas de campaña con grupos de lugareños que han acampado para pescar o simplemente para  tomar el sol.
El hotel en Cannes lo administra Manuel, un mexicano joven que se alegra de nuestra llegada y nos atiende como paisanos lejos de su tierra.
El azul del mar hace honor al nombre de la Riviera, pero nada que ver con nuestras tibias playas del Pacífico, aunque en la Costa Azul la superficie del agua está siempre crispada, el agua es fría y sus pequeñas ondas nunca llegan a convertirse en las olas que nos revuelcan. Debo aclarar sin embargo que, pese a las bondades del clima mediterráneo, las mujeres europeas prefieren asolearse, antes que nadar. Así pasan horas bajo el quemante sol, tendidas en la arena.
De Cannes vamos a Niza esa ciudad que me pareció enigmática y bella, no grande, no chica, con sus palacios de lujo y hoteles famosos. Se nota en sus construcciones y decorados la influencia de la aristocracia rusa  e inglesa de finales del siglo XIX. Paseando por la ciudad uno entiende que personajes como Chagall, Chejov y Lenin la hayan visitado para olvidarse un poco del árido clima de su tierra.
Las fuentes y esculturas en los jardines de esta ciudad hablan de la modernidad adaptada a lo antiguo. La plaza en honor a  Miguel Ángel luce su estatua gigante en el centro de una fuente rodeada de esculturas estilizadas de hombres en mármol blanco. Frente a la fuente está el cruce principal de los modernos y elegantes tranvías que no tardan uno tras otro más de tres minutos, llevando y trayendo pasajeros por toda la ciudad. Allí en esa plaza, una tarde de viento y con amenaza de lluvia, nos arrobó la voz de una elegante brasileña cantando ópera para los transeúntes que la rodeaban. El arte aquí está al alcance de toda la gente.
Las tiendas en Niza cierran tarde y la seguridad en sus calles se ve y se siente porque, sin la presencia de policías, a cualquier hora de la noche, solas y acompañadas se ven las personas caminar despreocupadas bajo los pirúes y limoneros que realmente adornan la ciudad.
De Niza vamos a Mónaco el principado de apenas 32 mil habitantes que se aloja en unas cuantas hectáreas de escarpada montaña que bebe en el mediterráneo. Es una ciudad blanca y moderna, de calles empinadas y altos edificios con servicios de primera.

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