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Jesús Mendoza Zaragoza

Ante el hambre, una simulación

La Cruzada Nacional contra el Hambre, emprendida por el gobierno federal, se ha apoyado en una gran maquinaria desde la Secretaría de Desarrollo Social para abatir el hambre crónica y secular de muchos mexicanos que sobreviven en condiciones infrahumanas, al margen de los beneficios que el modelo de desarrollo vigente mal reparte. Este es el programa estrella que el actual gobierno promueve emulando al programa Hambre Cero que el gobierno de Lula promovió en el Brasil a partir del año 2003, con resultados prometedores. ¿Qué podríamos esperar de este programa en México?

Sólo quiero destacar algunos hechos que me hacen escéptico ante este programa y otros más, que recurrentemente se promueven sin el soporte necesario para que se cumplan sus buenas intenciones, si es que alguna vez las hay. Con este programa se busca abatir el hambre, que es algo digno de reconocimiento. Pero hay que ponderar lo que hay detrás de esta apuesta gubernamental para evaluar sus posibilidades reales.

En primer lugar, hay que evaluar la capacidad ética de quien lo promueve. Yo creo que quien llega al poder mediante artimañas inmorales como la compra masiva de votos y el dispendio monumental de dinero como lo hizo el actual gobierno federal, carece de calidad ética para hacer creíbles y confiables sus buenas intenciones. Un gobierno que engaña para tener acceso al poder no puede hacer otra cosa para conservarlo. Si el poder se conquista a la buena, con respeto a los ciudadanos y con muestras claras de honorabilidad, entonces tiene credibilidad y es muy posible que mantenga dicha actitud en sus acciones de gobierno. Quien manifestó desprecio a los pobres comprándoles su voto, no puede apreciar a los pobres para aplacar su hambre. Si el desprecio a los pobres se da en la campaña electoral, también se dará en la manera de gobernar. Desde esta perspectiva, este programa parece más una estrategia de legitimación que una estrategia de solución al problema del hambre.

En segundo lugar, esta cruzada está diseñada de manera asistencialista, una actitud que entraña una manera de despreciar a quienes se pretende beneficiar. Muchos programas sociales se han diseñado de esta forma y no son más que migajas que no remedian el hambre. Es asistencialista, sencillamente, porque en su diseño los hambrientos son sólo beneficiarios de un programa que consiste en repartir limosnas a quienes no pueden valerse por sí mismos y no podrán hacerlo nunca porque no se prevén condiciones para que puedan hacerlo. Tenemos un gobierno benefactor, que apoyándose en empresas productoras de alimentos –y chatarra– los hace llegar a multitudes de hambrientos. En este caso, los hambrientos no son personas sino cifras, no son sujetos sino objetos, no son protagonistas sino beneficiarios, condenados a serlo de por vida. La ruta de este programa alimentario es estrecha pues no toca las causas del hambre sino solo las mitiga y no convierte a los hambrientos en protagonistas de su propio desarrollo. Es un programa para seguir nadando de muertito pero no significa un avance para un cambio sustancial del problema del hambre.

En tercer lugar, el problema del hambre no puede ser resuelto sin democracia, sin la participación reconocida de todos. El asunto de fondo, en las actuales circunstancias, es que el Pacto por México ha generado una propuesta pseudodemocrática para resolver los problemas del país, en la que los principales partidos políticos han mostrado la arrogancia de ser los representantes de los ciudadanos, siendo que esta representatividad está muy cuestionada. Los partidos no nos representan y no representan las aspiraciones del pueblo mexicano, pues sus decisiones no representan ni siquiera a sus afiliados. Representan intereses muy estrechos que tienen que ver con cuotas de poder y con privilegios económicos como la condonación de miles de millones de pesos que el Sistema de Administración Tributaria (SAT) ha hecho a Televisa. Sin democracia no es posible resolver los problemas del país y menos aún, el problema del hambre. Las reformas estructurales que el Pacto por México está realizando no tienen que ver con el bienestar del país, sino con el reacomodo de los poderosos de México en torno a los procesos de globalización. Este Pacto por México es una simulación democrática que deja a la sociedad a merced de los partidos y del gobierno. Sus decisiones no tienen capacidad para recoger las aspiraciones de la gente y, menos, para resolver sus problemas.

En cuarto lugar, el modelo económico asumido por quienes deciden en el país es de suyo excluyente. Amontona la pobreza, por una parte, y amontona los privilegios por otra parte. El neoliberalismo en su versión más salvaje como el que se promueve en México es generador de hambre. Si ni a Europa le está yendo bien con este modelo, cuando a los países europeos les ha tocado disfrutar el lado amable de la economía neoliberal. No es casual que una economía que excluye genere tanta hambre, pues ésta es un efecto fundamental de la misma. Por lo tanto, con un modelo económico como el nuestro, una cruzada contra el hambre no es sino una mera simulación y una canallada. Hay que cambiar de modelo económico para que no haya hambrientos y no habrá necesidad de cruzadas contra el hambre. Ellos saben que no es la solución y que no habrá resultados porque esta cruzada no tiene condiciones para que los haya.

Concluyendo, si no hay ni voluntad política, ni democracia, ni calidad moral, ni una economía incluyente ¿qué significado tiene esta cruzada? Es una farsa más, que va a acumular más frustración entre los postergados y más cinismo entre los poderosos.

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