Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

* Un trovador sentimental

Don Fide estaba en su silleta, en el corredor de la calle, cuando pasa Elio y le dice: “Compa, qué te pareciera si te meto una bala aquí”. El compadre, burro, contesta “estaría güeno, compa”. Y ya. Al tío Chano le acababan de bordar tres cruces en la panza y todavía no sabe por qué. Por gusto, sería… Un caso que hizo historia es el de Marcial Toluachi Carvajal, que se pasó un día entero y parte del otro defendiéndose, él solo –y su alma y su arsenal–, de una mancha de polijudiciales y guachichiles armados hasta los dientes, en un cerro cercano a Tlacotecpan, en el mero refile de la sierra. Todo un macho cabral: a ese sí que la vida le valía madres… ¡por completo! Eso era lo menos que se decía de Marcial.

No sólo aquí, en su tierra. En las costas, la montaña y la sierra se compusieron muchísimos corridos sobre él. Pero el único que sigue cantándose –en cantinas, en una que otra fiesta popular de las que no controla el gobierno– es el corrido que Toluachi Carvajal se compuso a sí mismo, a modo de Vía Crucis, en los descansos que tomaba mientras iba huyendo de milites y polijudiciales. Marcial se escapó hasta siete veces de la cárcel. Los periodistas decían que se dedicaba al asalto de bancos y al secuestro, que en sus ratos libres servía de correo a la guerrilla, a la que entregaba mensajes cifrados en la letra de sus corridos. Para la gente los periodistas estaban más vendidos que nunca y sólo creía en un Marcial atrevido y justiciero que, con su hondo y sarcástico bajo sexto en una mano y un toque de yerbabuena en la otra, siempre se las ingeniaba para burlar a la tirana ley. Una rabiosa jauría de ex compañeros y uniformados de diversos colores le iba mordiendo los pasos al buen Marcial.

De jovenzón, Marcial había sido policía y en la judicial todavía tenía amigos y hasta familiares. Cuando anduvo “recto”, llegó a enseñar fotografías donde está compartiendo, en una mesa, con tenientes y capitanes. Pero nada le valió. En Acapulco habían asesinado a un empresario gringo, quién sabe quiénes le compusieron una bala en la sien después de haber cobrado tres o cuatro millones de pesos por su rescate, y el gobierno y los militares quedaron tan embiliados por la mala imagen internacional que ese secuestro les daba que les fue fácil decir no hay problema, ya sabemos quién fue, ya andamos tras sus pasos… Fue un grupo de guerrilleros desbalagados, que se salieron de su línea y del ámbito regional que conocen, pero pues no hay problema, ya andamos tras sus pasos… Las autoridades agarraron y presentaron a un chingado vago de Ocote Chico, pero ni ellas se la creyeron, y, sin excluir la participación de la guerrilla, al otro día decidieron que lo mejor era reconocer que el mero responsable era un fulano tan antisocial que hasta con los guerrilleros se había peleado, un loco entre locos que andaba cometiendo atracos y cantándolos, como ya era notorio, debido a la masiva difusión del corrido donde se las echa de víctima y redentor, un zorro engañabobos y con un oído musical espantoso al que de todos modos ya tenemos bien identificado y sobre el cual ya anda una de nuestras mejores hordas de perro de caza. Ah: el gobierno federal ya había tomado cartas en el asunto.

Al tercer día, si no en la plaza en el mercado y con toda seguridad en las cantinas del puerto y de muchos pueblos costeños, pudo oírse la voz del perseguido:

 

No andan buscando al culpable

de la miseria social,

al que se roba los robles

y el agua mancomunal,

no al que fracciona los montes,

comerciantes ventajistas

–ya va empezando el corrido–,

políticos prostituidos,

líderes enmascarados,

guardaespaldas entreguistas,

caciques y cacicatotas

y explotadores cuanto haya

hacen un frente total

y cualquier pedo que estalla…

¡se lo achacan a Marcial!…

 

La poli supo que Marcial estuvo en San Bartolomé, donde empieza la sierra, y acababa de estar en Agua Chirla, donde, para arriba o para abajo, los caminos eran pura terracería. En una de esas rancherías le prestaron a Marcial una camioneta de redilas y Marcial jaló para arriba. Iba acompañado por su mujer y por su hijo de tres o cuatro años. Se llevó una atrofiada televisión, como para que no se aburriera la familia. En cada pueblo por donde pasaba, Marcial era conocido como amigo y se tomaba su tiempo. ¡Hasta al baile de al rato se quedaba!… Dicen que gustaba responder a todas las preguntas que le hicieran, que con gusto volvía a contar anécdotas sobre su mala relación con la falsa justicia, y que hasta chistes hacía sobre los sabuesos que lo perseguían…

Lo más bonito es que en cada poblado por donde pasaba Marcial le añadía coplas a su propio corrido, “La verdadera historia de un prófugo de la injusta justicia”, como él mismo lo tituló, aun sin haberlo terminado.

Que Marcial tuviera ligas familiares con todos, pero ningún compromiso con nadie. De claro, se sabe que sus abuelos participaron en la fundación de su pueblo y que desde los dieciocho años pasó a integrar las filas de la polijudicial, como madrina, por recomendación de un influyente tío. Burros entre burros, no sabía en dónde andaba metido ni qué importante era mi papel de burrero, y un día quedé mal, confiesa entre rimas musicales Marcial, no di cuentas claras de un bisne y –buh, requinta–, en lugar de chingarme a mí, chingaron a mi novia, a mi primera mujer… ¡y pos no había derecho!…

¡Por Marcial mismo supimos que su disque delincuencia empezó porque dos de sus propios compañeros mataron a su compañera!…

Los periódicos sólo hablaron de la mujer no identificada que fue violada y asesinada de un botellazo en la frente en la playa Maraví por un grupo de desconocidos, pero él sabía a qué comandante y a qué compañeros les tocó vigilar esa noche esa parte de la Costera.

–El pedo no es maldecir la vida que nos dio Diosito, que como quiera es sagrada, sino poder ponerle música a un pedo de semejante tamaño –comentaba con sus seguidores El Compositor del Corazón Destrozado, al que poco le ha de estar importando que una de sus primeras rolas hayan alcanzado los mejores índices de popularidad, gracias desde luego a personal interpretación vernácula cuyos timbres huérfanos y sentimentales superan, con mucho, a todo lo que se parezca a Cornelio Reyna, cuantimás cuando este emotivo delincuente justiciero no ha dejado de cantar a pesar de que –como él mismo narra en sus famosos corridos– la tiranía no deja de morderle los pasos.

Toda la ley contra el pobre y el jodido, ¿no?, resumían los locutores de estaciones de radio comunitarias o clandestinas, que en náhuatl, mixteco y español ya habían integrado a Marcial como un Sérpicos tan irredento y atrevido que “¡hasta a los soldados obligó a participar!”…

Corridos y charangas que aparecieron después aseguran que preventivos, judiciales y soldados nomás siguieron el hilo de las coplas que Marcial aventuraba en las comunidades por las que, en su fuga, pasaba a convivir, para ubicarlo y cercarle las huellas. La gente apapachaba a Marcial, le daba de comer a él y a su mujer, le inventaba un baile popular en la cancha de básquet, le preparaba bastimento…

El mordaz cancionero expiatorio se metió por donde la sierra se hiela y parece un caracol de roca y espinas, y por ahí lo fueron siguiendo. Donde se termina un camino, aparece otro, se burlaba Marcial, cantándoles, desde la punta del cerro interminable, la última de sus rimas jocosas, como cualquier Pancho Villa que les pasara por encima a sus persecutores y desde su airoplano les dijera gurbay!…

Abajo, en el lejano silencio de los abismos, en el cachito que va quedando de carretera, los perrones apagaban el motor de sus trocas para entender mejor lo que decían las burlescas rimas del aire que la maldita ley de la gravitación y lo imantado de la región insistían en traerles, entre nubes cargadas y rebuznos de granizo que en cuanto se estrellaban en el suelo, en su casco o su sombrero, en los vehículos o las armas calientes, sonaban como el escurridizo bajo sexto del jilguerito burlón.

A cuatro o cinco meses la persecución y el corrido parecían interminables para las revistas amarillistas, pero los de la televisión estaban felices y, tras destacar que estaban hablando de un delincuente, de un enemigo de la sociedad, se ufanaban de que Tráguese el hígado de un artista le había arrebatado el público a la telenovela de las diez. Para la Procuraduría los versos de ese bandolero constituían una burla de la delincuencia desorganizada a las instituciones y a la sociedad, en tanto que la asociación de compositores e intérpretes los consideró agresivos y faltos de calidad musical.

Toluachi Carvajal no es asediado por músico ramplón y decadente, sino por las deudas que tiene con la justicia, aclararon por ahí las autoridades correspondientes, que “para no jerrarle” terminaron por señalar a Marcial como el jefe de la banda de secuestradores y asaltabancos que desde hacía tiempo había tomado de rehén a la sociedad. Ah, de ninguna manera se soslayaban sus nexos con la guerrilla remontada, se seguían investigando.

En la punta de la sierra, cerca de Chimiscurris, municipio de Tlacotecpan, de donde era –o es… si vive– su mujer. En la casa sola que les prestó un compadre de su suegro. Si llegaran allá, podrían llegar a cualquier lado.

No lo agarraron dormido. Los perros estaban locos porque polis y militares ya los habían rodeado, y no había más: dejen salir a mi vieja y a mijo, les dijo Marcial, déjenla que llegue con su gente, allá abajo, conmigo lo que quieran, pero a ella y a mi hijo déjenlos llegar.

Apenas salió del terreno su mujer –con el niño y la televisión en brazos–, cuatro polis brincaron la barda de la casa. Eran cuatro, pero Marcial, con su cuerno de chivo, se echó a  nueve.

Y a diecinueve… o quizá nomás a veintinueve.

Qué se puede agregar a los mil y un corridos que han salido del suyo. De injustamente perseguido no lo bajan, para todos es un bandido romántico y descontrolado o un Sansón que a puro chingadazo de guitarra durante noches y días mantuvo a raya a una mancha de filisteos y, para acabarla de chingar –se siguen sorprendiendo–, aunque lo hayan matado, todavía sigue vivo… Lo dice la gente: Marcial Toluoche Carbajal está vivo… ¡y sigue huyendo!

Se terminaron los Chinos de Espinalillo, la primera Luz Roja de San Marcos, las bandas sabrosas de los pueblos. En cualquier época que hayan llegado, el tamborín y los palitos norteños se integraron al sentir popular y entre las primeras que cantan están los corridos del Marcial.

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