Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Julio Moguel

HOY, HACE 200 AÑOS

 

* Las batallas de Morelos

 

Félix María Calleja: Virrey

 

La próxima entrega corresponderá al tiempo conmemorativo del “hoy de hace 200 años” en el proceso de guerra que abre, con la conquista armada de de la Roqueta (6 de junio de 1813), el ciclo final en la toma del fuerte de San Diego por parte del ejército insurgente. Aprovecharemos mientras tanto este espacio para alimentar nuestra mirada escudriñadora con hechos acaecidos entonces en otras partes del reino.

Hablábamos en un artículo anterior sobre el hecho, finalmente fatídico para la insurgencia, de que el 4 de marzo de 1813 Félix María Calleja había sido nombrado virrey de la Nueva España, después de un largo periplo de rudos y complejos juegos de fuerza con su antecesor, Francisco Xavier Venegas. Quisiera detenerme ahora en este punto para agregar más elementos a la valoración que hemos venido haciendo sobre el ascenso al poder de ese singular personaje de la historia, muy particularmente en torno a algunas de las decisiones tomadas desde los primeros días de su mandato para enfrentar en un nuevo ciclo de guerra a la insurgencia.

Mencionar, primero, que Calleja volcó una parte no despreciable de su esfuerzo a la reorganización del ejército realista. Revisó de entrada la estructura de mandos con el fin de desplazar a aquellos que fueran sospechosos de infidencia o que carecieran de reconocibles méritos en el plano militar, ampliando significativamente el esquema o marco relativo a la concepción del espacio de guerra al ubicar, sin mayores ambigüedades, el hecho simple y llano de que el conflicto bélico no tenía una específica localización sino que se extendía real o potencialmente a todos los rincones del reino. Por ello no tuvo ninguna inhibición para ordenar que todas las poblaciones y haciendas de la Nueva España se armasen para establecer sus propios medios de defensa, imponiendo además levas generalizadas y convocatorias de reclutamiento cuyo incumplimiento, a fecha determinada, era castigado con la incorporación forzosa al servicio de las armas en cuerpos de línea.

No fue ello motivo, sin embargo, para que Calleja no ocupara parte importante del tiempo inicial de su mandato en reforzar y en afinar las estrategias que le permitieran cercar al ejército insurgente comandado por Morelos en sus refugios del sur, con la plena inteligencia de que la presencia del Generalísimo en el escenario de la lucha independentista constituía el obstáculo mayor para la recuperación del orden virreinal.

“Mis órdenes –dice Calleja en uno de las primeros textos de recapitulación de sus tareas como virrey– fueron expedidas al ejército (realista del Sur) y a las divisiones de Toluca, Tula y Guanajuato, con instrucciones exactas para sus movimientos en cualquier sentido que los hiciese Morelos, sin perjuicio de las ligeras expediciones, convoyes y otros servicios prontos y necesarios que conviniese ejecutar a cada comandante; y a efecto de cerrar una línea de observación sobre el mismo rebelde, que le quitase toda esperanza de flanquear algún cuerpo, o aprovecharse de un momento imprevisto para hacer una marcha rápida sin ser sentido, hice organizar la sección de Taxco y reforzar las de las villas, quedando así exactamente cubiertos los países de Puebla y México por los rumbos del sur, oeste y noroeste, con la sucesión de las divisiones de Jalapa, Orizaba, Perote, Izúcar, Taxco, Toluca, el Bajío, apoyadas en el grueso del ejército del Sur, situado en Puebla, y con las tropas de la capital y de la división de Tula.”

El segundo elemento a subrayar en el tema que nos ocupa es la revisión a fondo que el virrey recién llegado realizó sobre el sistema de recaudaciones, con la medida inicial de pedir a todos los jefes militares que “le enviasen una noticia del territorio de su mando, la cual contuviese los productos anuales de las rentas públicas, los arbitrios extraordinarios que se hubiesen adoptado, y los gastos que erogasen tanto la fuerza militar como los empleados del orden civil, debiendo expresarse el número de tropa existente y el estado de su equipo y armamento.” (Julio Zárate, México a través de los siglos).

Y no hubo tema o rubro ligado a la hacienda y a la administración del aparato estatal del virreinato que fuera revisado por el megalómano al mando, ajustando a la baja sueldos, sobresueldos y todo tipo de abonos y de compensaciones propios de una burocracia estatal –civil y militar– acostumbrada al exceso, al juego y al ocio (el nuevo virrey hablaba de muchos de ellos como de “empleados sin destino”). Calleja, no ajeno del todo a estos vicios comunes de sus fieles iguales, era sin embargo extremadamente exigente en esos específicos tiempos de guerra en los que, de ganar –y de ello estaba seguro–, él se convertiría en una especie de Dios, con omnímodos poderes.

Algunas fuentes registran tales procesos de reconstitución de la fuerza imperial con número duros: 40 mil hombres (re)armados del cuerpo formal del ejército y más 44 mil milicianos sembrados en los espacios civiles del reino. Elementos que, ahora, en la idea y desde las capacidades de mando de Félix María Calleja, habrían de operar como parte de una maquinaria mayor  perfectamente aceitada.

Empecinado José María Morelos en conquistar el fuerte de San Diego, en Acapulco, no puede imaginar que esto esté pasado en los campos centrales de dominio realista. No al menos con la precisión requerida para actuar en consecuencia. En cualquier caso, no era tema que pudiera inquietar en exceso al Generalísimo, pues sus capacidades específicas para maniobrar en un territorio mayor –el enorme territorio que entonces componía a la Nueva España– eran extremadamente limitadas. Lo que urgía al cura de Carácuaro era ganar el castillo acapulqueño –cubriendo con ello el plano militar– para inmediatamente después convocar al primer Congreso de Anáhuac –cubriendo con ello el plano específicamente político.

Pero hay algo más en el tema que viene a cuento señalar: en el curso de los meses de combate que van de octubre de 1810 a marzo-agosto de 1813 (cuando alcanza a tomar el fuerte de San Diego) Morelos va forjando un ruta de confianza en su fuerza militar que lo lleva a subestimar las capacidades de reacción de la fuerza enemiga. Y sobreestimado las capacidades de la lucha insurgente: ha aprendido sobre la marcha las claves de la guerra popular, pero hasta el punto en que ésta se despliega en un proceso ascendente. Le faltará vivir la etapa en que, por factores de muy diverso tipo (que revisaremos en otra entrega), se aflojan los resortes y los nudos de tensión de la maquinaria insurreccional y empiezan a fallar los tableros de mando.

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