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Federico Vite

Cuestión de magiaLogoFedericoVite

Sin duda alguna a usted le suena el nombre de Philip Roth. Este norteamericano que hace unos meses anunció su renuncia a la literatura, dejó una novela breve que no por pequeña es menor a varias que lo han confirmado como maestro: La humillación (The Humblign, 2009, Vintage) apareció en español en el 2010 con la editorial Mondadori.

Roth muestra su habilidad literaria para hacer una disección del deseo. En este documento de 140 páginas, el autor de Pastoral americana se enfrascó en mostrar la caída de Alex Simon, un actor que perdió la magia y ha ingresado repentinamente a las huestes depresivas de los que no encuentran el sentido en su vida.

El talento de Simon fue frágil y pasajero. Igual que su salud y su matrimonio. La más frágil esperanza para este hombre hundido tiene el nombre y la forma de la odiosa y destructiva Pegeen, con quien se embarca en un sórdido viaje hacia un absurdo sin sentido de la vejez: recuperar el placer por vivir a la sombra del sexo.

La humillación nos recuerda que Roth se ha especializado en crear personajes que tocan el mundo como caricaturas de sí mismos. Hombres cansados que ven en la sensualidad la única vía posible para conciliarse con el presente.

La humillación es una tragedia en tres actos que da cuenta de la caída de Simon Axler. Quizá, refiere Roth, Axler no ha sido más que una mera fachada, un impostor frío y calculador, alguien que no ha representado su personaje, pues de pronto se descubre hueco, incapaz de recuperar su pasión por la vida. Axler nota que al perder la magia en los escenarios también se ha dejado arrastrar por la farsa de su vida sexual. En el segundo y tercero de los actos, la trama deja de ser una tragedia. De pronto se transforma en vodevil; toda una novedad en el lúcido Roth, pues asistimos a una dolorosa certeza: la vejez nos hace patéticos.

Desde que tenía tres o cuatro años, Axler ha tenido “la sensación de que se hallaba en una representación teatral.” Y en el ocaso de su vida, este hombre atisba la verdad. El teatro es el único sentido de su vida y ahora, cuando comprende, como en el poema de Jaime Gil de Biedma, que “envejecer, morir, es el único argumento de la obra”, se encuentra vacío y desesperado.

La terapia psiquiátrica apenas procura consuelo al curioso Axler. En estas circunstancias, reaparece en su vida una joven, hija de unos amigos, con la que recupera la pasión sexual. Encuentra en la pulsión primordial del deseo erótico la esperanza. Y como náufrago que es, se aferra a su última oportunidad con desesperación, sin condiciones, con ciego abandono, aunque no ignora que el fracaso será definitivo. Al final, su última representación teatral resulta patética.

Axler sentencia, como preámbulo de su existencia venida a menos: “que en el pasado, durante su actuación no pensaba en nada. Lo que hacía bien lo hacía por instinto. Ahora pensaba en todo, y así mataba cuanto era espontáneo y vital, trataba de controlarlo con el pensamiento, y lo que hacía en cambio era destruirlo todo”. Ahora ve con claridad y sólo cree que el sexo es la única salvación para alguien que ha perdido todo. La humillación es un fogonazo que nos permite constatar, al menos, que el maestro de Newark no ha perdido su talento, aunque sí el ansia por hacer más novelas. Tal vez, como el mismo Axler afirma: perdió la magia.

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