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Muestra recinto del Centro Histórico la fauna que habitaba en Tenochtitlan

Yanireth Israde / Agencia Reforma

 

Ciudad de México

 

Una loba de estampa arrogante domina la nueva sala seis del Museo del Templo Mayor. Cautivaba en el zoológico de Zacango, en el Estado de México, ahora lo hace en el recinto del Centro Histórico.

La sala, que reabre este viernes tras año y medio de remodelación y una inversión de aproximadamente 850 mil pesos, muestra ejemplos de especies que poblaron la antigua Tenochtitlan –varios de ellos disecados– y subsisten hoy, como el lobo y el puma, cuyos restos se han desenterrado de ofrendas mexicas en el Templo Mayor.

Animales como la loba de Zacango, que murió a los 20 años y fue sometida a un proceso de taxidermia para dejarla sin cicatrices notorias ni mutilaciones (faltaba un fragmento de la cola), acompañan esqueletos o huesos antiguos, de modo que los visitantes no sólo se topan con armazones óseos, sino que también conocen el aspecto de la fauna reunida, señala David García, subdirector de museografía.

Varias especies en vitrina, como la loba, afrontan amenaza de extinción, destaca el arqueozoólogo Adrián Velázquez, investigador del museo y curador de la sala.

“Podemos mencionar entre ellas el ajolote, una de las especies que habita Xochimilco; el lobo mexicano, casi extinto, o los peces de agua dulce: con la catástrofe de la desecación de los lagos, especies abundantes hasta principios del sigo 20 se extinguieron cuando menos en esta zona”, recuerda.

El espacio de 180 metros cuadrados, que alberga también la flora de los mexicas, cuadruplica la colección previa, al pasar de unas 85 piezas a más de 300, buena parte inédita para el público, refiere García, quien demolió el anterior mobiliario, fabricado en cemento, para rediseñar el sitio, ahora más iluminado, ordenado y transitable.

Se incorporaron sobre todo materiales botánicos, casi ausentes en la sala precedente, por ejemplo fibras de maguey, papel, textiles y flores, correspondientes al mandato de Moctezuma II, descubiertos en el año 2000 en la Ofrenda 102, excepcional por su materiales orgánicos (no se ha registrado otra semejante).

Se añaden, igualmente, ejemplares que permanecían en bodega o bien de reciente excavación, como una piel de mono araña, un ibis espatulado o un conjunto de esculturas en copal.

Los animales y vegetales enterrados por los mexicas revelan más que un antiguo entorno ambiental, comentó Velázquez. Presentes en la composición de ofrendas, son obsequios rituales que expresan un pensamiento religioso.

Por eso se encuentran animales exóticos que no fueron un recurso alimenticio.

“No son animales que habitan en la Cuenca de México, sino que venían de lejos y tenían una enorme importancia dentro de la religión mexica. Allí están los felinos grandes, como el jaguar o los pumas, los cocodrilos y la fauna marina”, señala el experto.

Entre las especies zoológicas mostradas por primera vez en el Museo del Templo Mayor figuran el guajolote, el perro, las ranas, peces de agua dulce, así como el referido mono araña.

“Pero aun las muestras que ya estaban lucen ahora distintas, por el contexto. La gente pregunta ‘¿esto era de la sala anterior?  ¡no lo recordaba!”, cuenta Velázquez.

La sala seis, una de las ocho que tiene el museo del INAH, recibió una “cirugía mayor” y compleja, reconoce García, pues la demolición del mobiliario supuso más tiempo del esperado.

“El gran problema, desde el punto de vista museográfico, era que el mobiliario competía demasiado con la colección”.

Tras el rediseño, la sala seis enfatiza más los ambientes ecológicos que rodearon o conocieron los mexicas, que la evolución de especies, como ocurría anteriormente.

La reapertura de la sala se acompaña de un ciclo de conferencias los sábados de junio y los dos primeros de julio sobre temas como “Los animales ofrendados en el Templo Mayor de Tenochtitlan”, “Los moluscos en el Templo Mayor de Tenochtitlan” y “La fauna en el Códice Florentino: textos e imágenes”.

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