Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Fernando Pineda Ochoa

Fabricio*

Saludos a todas y a todos en esta tarde-noche tan significativa para mí, quiero comentarles que tengo sentimientos encontrados. Están presentes mis dos hijas: Almedna y Ariadna; y su mamá. Están compañeros de lucha, amigos de toda la vida, uno que otro condiscípulo del Colegio de San Nicolás, paisanos y (paisanas) que aprecio, y veo presentes en el recinto un buen número de familiares que quiero profundamente.

Sin embargo, adelanto disculpas por lo que voy a decir. No está en este espacio, con nosotros, conmigo, el principal protagonista, Roberto, Fabricio Gómez Souza. A Roberto, uno de los fundadores del Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR), y sin duda el líder principal de la organización, lo conocí cuando ya tenía rato que habíamos empezado el reclutamiento para ingresar al MAR, más o menos a finales del mes de mayo de 1969, a partir de esta fecha compartimos la clandestinidad.

Juntos burlamos las policías internacionales concentradas en la capital de la Alemania Federal, el Berlín Occidental del 69 del siglo pasado; estuvimos ambos con 15 compañeros (cinco meses después llegaron 26 más) en el entrenamiento político-militar recibido en la República Popular Democrática de Corea, conocida como Corea del Norte, y ahora en estos momentos, esta pequeña nación no más grande que Michoacán, está siendo hostigada, estigmatizada, por los consorcios del gran capital internacional, que poseen el poder y toman decisiones acordes a sus intereses económico-políticos en todos los rincones del  globo terráqueo.

Estos barones de las finanzas y de la guerras,  exhiben, decíamos, a los coreanos del norte como “los heraldos negros que nos manda la muerte”, parodiando al poeta peruano César Vallejo. Manipulan de manera cínica y desvergonzada los acontecimientos del lejano oriente, pretendiendo mostrar al mundo la conducta “subversiva” del gobierno coreano.

Roberto ubicaba (generalmente) de manera acertada los puntos nodales de la estrategia revolucionaria. Por ello, respecto al proyecto, relacionado con la instrucción militar, no lo entendía como un simple adiestramiento de carácter bélico. Era un propósito más allá de lo castrense. Lo consideraba la base de un proyecto de mayor relevancia, el inicio de lo que podría ser en la conciencia de los reclutas, la perspectiva de un hombre nuevo (obviamente también las mujeres, que se han ganado por sí mismas un lugar digno en una sociedad diseñada bajo la óptica masculina), consolidar un colectivo, sin menoscabo de lo individual, aprovechando las enseñanzas teórico-prácticas de la escuela coreana.

Asimismo, pasamos juntos la pesadilla de la desaparición forzada, de la cárcel clandestina y de la tortura. Me llevaron frente a Roberto, para que viera el tormento del que era víctima y trataron de obligarme aplicando el mismo procedimiento, para que yo confesara lo que él se negaba a responder. Los dos salimos triunfantes. “Cuando la cabeza no quiere ni el culo habla”, había escrito Julius Fucik en su libro titulado Reportaje al pie de la horca.

También compartimos la cárcel. La clandestina, Lecumberri y el Reclusorio Norte. Somos miembros de la generación de presidiarios que cerró el llamado Palacio Negro, edificado en 1900 por Porfirio Díaz, e inauguramos el Reclusorio Norte.  Fueron días difíciles, aciagos, pero igualmente vivimos largos periodos en los que podíamos estudiar y lo hicimos con seriedad. Hubo decenas o cientos de vivencias jocosas, que sería ocioso en este momento relatar, y días de violencia y miedo, como cuando el rondín vino por Roberto para llevárselo a golpes a otra crujía, al mismo tiempo que me tundían, a mí a macanazo limpio, para que no se nos olvidara quiénes mandaban en dicho recinto; o la terrible tarde-moche en la que vinieron por el inolvidable compañero Raymundo Ibarra, El yaqui, y que lo tuvieron varios días en sus manos, torturándolo de manera salvaje. Lo regresaron a la crujía luego de que apareció vivo el suegro del presidente Echeverría, personaje que días antes había sido secuestrado por el FRAP.

Algo amable de la vida carcelaria fue el conocer a muchas familias de varios compañeros. Las primas de Roberto: Gris (y su prima Ventura, compañera de Fabricio), Chela, Lupe y Sirenia; los padres de Ramón Cardona; el papá y la mamá de Armando y José Luis González Carrillo; la mamá de Rita; don Atenógenes Raya y doña Carmelita y sus hijas, padres y hermanas de El Rayito; los papas de los hermanos Castañeda, Salvador, Ezequiel y Dimas; los padres y hermana de Francisco Ramírez (Panchoven); la mamá del tío y la familia Torres Castrejón, y muchísimos etcéteras más, agregando un sinnumero de amigos y amigas. Todos solidarios que nos reafirmaron (sin decirlo) que bien vale la pena luchar por un mundo mejor.

Recuerdo que al poco tiempo de salir de la cárcel conocí a Camilo Valenzuela y me integré a la Corriente Socialista, unos meses más adelante ingresó Fabricio a la organización y juntos participamos en la construcción del Partido Mexicano Socialista (PMS), para luego pasar a la formación del PRD. Roberto rompió con este partido, pero no interrumpió su militancia socialista, entre otras tareas de tipo sindical se dedicó a formar círculos de estudio marxistas, primordialmente para los jóvenes.

Al inicio de este comentario, dije que Fabricio no estaba presente. Quizás físicamente sea verdad, pero su espíritu, su entereza, su integridad como hombre congruente y digno estarán presentes para siempre. Viejo amigo, camarada, compañero, maestro, no te digo adiós sino hasta pronto.

Termino con un verso de Martín Fierro (de José Hernández).

Siempre corta por lo blando

el que busca lo seguro,

Mas yo corto por lo duro

y así he de seguir cortando.

 

* Texto leído en la presentación del libro Balada marina, y otras historias, de la editorial Contraste, en el recinto de la Universidad de San Nicolás de Hidalgo, Centro Cultural Universitario, en la sala de los rectores, el 17 de mayo del presente año.

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