Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Botica 12

Las casas españolas

 

Para saber sobre las “casas españolas” de Acapulco recurrimos a la memoria deslumbrante de doña Concha Hudson Batani, vaciada parte de ella en su libro El Acapulco de Antes. Refiere en él que el comercio del puerto estuvo por muchos años en manos españolas. Fue en realidad, digámoslo pronto, una dominación política, social y económica tan infame y brutal como si siguiera el ejemplo de los primeros conquistadores. Apoyada esta vez por las fuerzas armadas de los gobiernos en turno y para trabajos domésticos por un cuerpo selectísimo de matones a sueldo. ¡Y vaya que los había en ambas Costas!

Una de aquellas “casas fuertes”, como se les conocía, fue la poderosísima B. Fernández y Cía, especializada en mercaderías importadas principalmente de España y Francia. Productos llamados genéricamente “ultramarinos”, por venir del otro lado del mar (¡aaahh!). A los primeros disparos de la Revolución, el Fernández cuya “B” escondía a un Baltazar, embarca con su familia con destino a la península. Deja al frente del changarro a Rafael Fernández Pando, socio y pariente que lo seguirá al poco tiempo. “¡Hostia!, que en este pinche pueblo hay que bañarse seguido y las alpargatas se embarran con caca de gente y de animales”.

Quedan entonces al frente de la firma Marcelino Miaja y Juan Rodríguez. Este último se desempeñaba como cónsul de España en Acapulco y utilizando esa dignidad logró la autorización para el desembarco de tropas del cañonero gringo Cincinnati, surto en la bahía, por más que tal acción significara una violación flagrante de la soberanía nacional. La fuerza extranjera, según el argumento del cónsul, protegería vidas y bienes de la colonia hispana en tremendo riesgo a raíz del asesinato del alcalde Juan R. Escudero y sus hermanos Felipe y Francisco. Resultaba evidente que los autores intelectuales del triple homicidio, quienes habían pagado con oro a los asesinos, temían que los acapulqueños les ajustaran cuentas. Nada pasó, sin embargo. Y es que aquí nunca pasa nada.

 

“Esos nunca volverán”

 

Juan Rodríguez fue, por cierto, padre del popular Jesús Chuy Rodríguez Espinosa. Hombre acapulqueño que no necesitó de herencias paternas para crear con sus hermanos La Condesa, uno de los centros de recreo más populares de Acapulco. Ha sido ésta una de las muy pocas empresas criollas que han resistido con éxito el duro embate de las trasnacionales. Sobreviviente, además, de las duras y las muy duras que ha vivido el puerto en los últimos años.

Apenas se abre la carretera México-Acapulco (1927), los de aquí informan a los de allá que “esto es ya de nuevo el paraíso y que pueden regresar a dirigir la empresa”. Los Fernández de España responden que ya no están para esos trotes y que si quieren el negocio que ofrezcan pesos de plata y no “bilimbiques”. Se reúnen entonces los hispanos locales para hacer una vaquita y enviar el enganche hasta el otro lado del Atlántico. Ofrecen cubrir el resto en módicas mensualidades, escuchándose desde allá: “¡Coño con estos paisanos, ya aprendieron las mañas de los mexicanos!”.

La nueva empresa mercantil se denomina La Ciudad de Oviedo SA y la componen Manuel Tejado, Eladio Fernández, José Fernández Cañedo, Simón Alvarez Cañedo, Benjamín Fernández Cañedo y Lino Alvarez Cañedo.

Hoy el edificio Oviedo es propiedad de herederos directos de Moctezuma Xocoyotzin. Chilangos, pues.

 

Alzuyeta

 

El inmueble de hierro conocido simplemente como “La Casa Alzuyeta”, fue diseñado por el arquitecto francés Alejandro Gustavo Eifell , mismo autor de la torre parisina de su nombre. Fue traído al puerto pieza por pieza y armado en la entonces Plazoleta del Comercio (hoy, Juan R. Escudero), constituyendo a la larga un tapón para la avenida Cuauhtémoc. Fue el alcalde Alfonso Argudín Alcaraz quien lo eliminó no sin vencer duras resistencias y hasta se dio el lujo de obsequiar el inmueble al Colegio de Ingenieros y Arquitectos. También del arquitecto francés, el Palacio de Hierro de Orizaba, Veracruz.

Alzuyeta era el apellido del socio mayoritario de la empresa Alzuyeta, Fernández, Quiros y Cía. La misma que, a partir de 1900, se constituyó en la más importante productora de manta, rayadillo, fioco y mezclilla, telas elaboradas en sus propias factorías de hilados y tejidos: La Progreso del Sur en El Ticuí, municipio de Atoyac de Alvarez, y la de Aguas Blancas, en el poblado de ese nombre de Coyuca de Benítez.

Fue la primera, conocida simplemente como El Ticuí, una empresa con vida muy azarosa a causa de conflictos sociales y propiamente laborales. Para poner fin a uno de estos últimos, el presidente Lázaro Cárdenas dictará su ex propiación en 1938 y a partir de entonces y hasta su fin en 1966 será manejada por los trabajadores. Junto con ellos, el resto de la población asumirá la cotidianidad al silbato de la fábrica, cuyo sonido penetrante se dejaba escuchar en más de cinco kilómetros a la redonda. “Pinches gachupines, no dejan dormir con su molestoso pito”, fue muy al principio una queja recurrente de los atoyaquenses.

 

Pedro Uruñuela

 

No se le escapa a la señora Hudson Batani la casa española de Pedro Uruñuela y Cía, propietaria también de la Hacienda de la Luz a orillas del río Papagayo. Compañía que pasará más tarde a manos de la firma Hermanos Fernández y Cía, con gran dominio en la Costa Grande. Lo vendían todo, hasta “cáscaras de llagas”, como decía Toña Ayerdi.

 

La fábrica

 

La fábrica de jabón y aceite que dará nombre al río del que se abastece y de igual forma al barrio en la que se asienta –La Fábrica, pues– fue vendida por la familia Stephens al hispano Sergio Fernández, asociado con sus hermanos. Refiere doña Concha Hudson que todo el aceite y el jabón que producía era enviado por barco al puerto de Salina Cruz, Oaxaca. Quién sabe por qué se pregunta, pero los habitantes del puerto no estuvieron entre sus consumidores. Optarán estos por productos similares pero de otras marcas, traídos también por mar de Manzanillo y Mazatlán. La que fue simplemente La Fábrica, hoy produce únicamente hielo y agua, operada por los Carriles Ontañón.

 

Juan R. Escudero

 

El líder obrero Juan R. Escudero se refería a los españoles siempre como gachupines, particularmente en su periódico Regeneración. Éste se presentaba como “hoja independiente de información y política” con publicación religiosa los jueves y los domingos y cuyo precio era de un centavo o “cinco cinco centavos por seis hojas”. Figuraron entre sus niños voceadores Alejandro Gómez Maganda, ex gobernador de Guerrero y Jorge Joseph Piedra, ex alcalde de Acapulco. Del número 28 de Regeneración, fechado el 30 diciembre de 1920, entresacamos una nota a propósito de los nuevos conquistadores y cuyo título es “Un gachupas abusivo”. Ésta:

“En días pasados un grupo de criaturas jugaban en la calle cuando pasó junto a ellos a toda velocidad un automóvil de La Fábrica. Será en ese momento cuando una piedra se estrelle en la carrocería del vehículo y el conductor la supone lanzada por los chiquillos jugando. El gachupín baja del auto convertido en un energúmeno y toma por los cabellos al primer menor que encuentra a su paso. Este niega a gritos ser el autor de la pedrada llamando angustiosamente a su madre. El chamaco logra zafarse del agresor huyendo para resguardarse en una casa del vecindario.

“Arbitrario, prepotente, el hombre enloquecido penetra en aquel domicilio hasta dar con el chiquillo al que saca cogido otra vez por los cabellos. No contaba el hispano que para entonces ya había llegado al lugar la madre del menor, acompañada por un grupo de mujeres agresivas y vociferantes. Hasta aquí llegaste pinche gachupín, hijo de tu gachupina madre”, le advierte con voz sonora una matrona armada con un garrote, igual que el resto de sus compañeras. El güerito ultramarino entra en pánico, suelta al muchachillo para correr como gamo hasta llegar a su automóvil y huir despavorido. No escuchará en su loca carrera las mentadas de madre lanzadas como dardos por aquellas damas encabronadas. Mentadas en por lo menos seis estilos diferentes, el sanjeronimeño, uno de ellos, quizás el más demoledor”.

 

Dependientes

 

Recuerda el almirante Alfonso Argudín Alcaraz (Del Acapulco que perdimos) que las “casas fuertes” acostumbraban traer de España a jóvenes parientes y amigos para servir en sus empresas. Mozuelos llamados aquí “dependientes”, viviendo en calidad de internos con salidas únicamente los jueves por la tarde y los domingos a misa. Eran blancos, educados y bien parecidos, anota AAA, aunque también los había baturros y montañeses sin nociones del abecedario y aún menos de la urbanidad.

Cuando aquellos españolitos llegaban a independizarse –comenta Argudín–, ponían sus propios negocios, llegando incluso a competir en fortunas con sus antiguos patrones. Cita, entre otros, a Manuel Tejado, Eladio Fernández, Simón Alvarez, José Fernández Cañedo, Sergio Fernández, Obdulio Fernández y Marcelino Miaja.

Marcelino Miaja será señalado como el autor de la mayor aportación económica para pagar a los asesinos de Juan, Felipe y Francisco Escudero. Su suicidio a finales de los años 30 provocará hondo pesar entre sus connacionales. Algunos acapulqueños, por su parte, lo adjudicarán a remordimientos tardíos de conciencia (!!!). Asistió al sepelio en el panteón de San Francisco, su hermano el general José Miaja Menant, héroe de la defensa de Madrid ante las hordas africanas durante la Guerra Civil española. Este vivirá trasterrado en la ciudad de México hasta su muerte en 1958

 

Más recuerdos de Concha

 

Escribe doña Concha Hudson Batani que las “casas españolas” tenían dificultades para operar por el rechazo que existía contra los españoles en la época de la Revolución. Por esa época –narra– fue asesinado el señor Federico Ornachea, empleado de la fábrica de El Ticuí, seguramente por estar ligado con los también hispanos hermanos Nebreda. Eran estos propietarios de grandes extensiones de tierra a orillas del río Papagayo, sembradas con platanares y cocoteros.

Los Nebreda, según la misma narración, habían logrado el desalojo de campesinos acusados de invadir sus tierras, quienes serán asentados finalmente en la comunidad conocida como Lomas de Chapultepec. Pero las cosas no pararán ahí. Los Nebreda advierten a los lomeños que matarán al ganado que invada sus tierras y lo cumplen una y otra vez. Los campesinos dirán la última palabra: acabarán con los Nebreda.

 

Martínez Carbajal

 

Hasta hoy agradecemos muy cumplidamente al maestro y cronista Alejandro Martínez Carbajal, el obsequio de una colección de ejemplares de Regeneración, la “hoja independiente de informacion y política”, dirigida y escrita por Juan R. Escudero. Saludos.

 

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