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Raymundo Riva Palacio

PORTARRETRATO

* El mandarín de Peña Nieto

Luis Miranda es tan cercano a Enrique Peña Nieto, que es la única persona con la que el Presidente se anima a tomar un whiskey. La relación es tan íntima, que el primer Año Nuevo como inquilino en Los Pinos, la pasó con él. De no haber estado restringido por el estatuto del PRI que exigía que para el cargo a gobernante necesitaba haber tenido un puesto de elección popular antes, habría sido el candidato al gobierno en el estado de México. Desde las sombras, Miranda es el hombre de todas las confianzas políticas de Peña Nieto, y uno de los mexiquenses más influyentes.

Amigo de la infancia del Presidente, Luis Miranda se convirtió en el operador político florentino de Peña Nieto cuando fue gobernador del estado de México. Era quien resolvía los asuntos delicados –como la forma como se fue administrando la crisis de la niña Paulette Gerbara, que apareció muerta al pie de su cama después de 15 días de que no la encontraban los investigadores mexiquenses–, o quien llevaba la relación con lo más alto de la clase política nacional –como el enlace con el ex presidente Carlos Salinas.

Miranda fue uno de los jóvenes funcionarios mexiquenses que integraron el llamado grupo de los Golden Boys, que rodeaba al gobernador Arturo Montiel, y que comandaba su secretario particular, Miguel Sámano. Miranda era entonces subdirector de Asuntos Jurídicos, debajo de otras figuras emergentes que después se apagaron, como Carlos Rello, coordinador de la campaña de Montiel y secretario de Economía, y Carlos Iriarte, que fue secretario de Desarrollo Social y actualmente alcalde de Huixquilucan.

De ese grupo, que se enfrentó en su momento al secretario de Gobierno de Montiel, Manuel Cadena, que los responsabilizó soterradamente del espionaje político mexiquense a principio de la década para sacudirse los ojos que lo culpaban a ellos, sólo Miranda escaló proporcionalmente con Peña Nieto, que lo hizo secretario de Gobierno durante su sexenio. Durante la precampaña para el gobierno estatal, Miranda operó para eliminar a Isidro Pastor de la presidencia del PAN mexiquense y eliminar a quien estaba bloqueando a Peña Nieto para obtener la candidatura, donde derrotó al último contrincante enfrente, Alfonso Navarrete Prida, actualmente secretario del Trabajo.

Altamente confiable, emotiva y políticamente, Peña Nieto no pudo hacerlo candidato a sucederlo, pero lo colocó de manera permanente como una cuña debajo de su amigo el ex gobernador de Hidalgo, Miguel Ángel Osorio Chong.

De muy bajo perfil, Miranda tiene el oficio de los mandarines, que mueven la mano sin que se vea, mientras transfiere culpas y responsabilidades a otros. Peña Nieto lo nombró vicecoordinador político y de seguridad en el equipo de transición debajo de Osorio Chong, cuando el hidalguense se ocupaba más de aspectos de seguridad y Miranda tejía las redes políticas. En la Secretaría de Gobernación, Peña Nieto lo impuso como subsecretario del ramo, y le encargó la parte más volátil de los escasos cinco meses de gobierno, al responsabilizarlo directamente de la negociación política con el magisterio para respaldar la Reforma Educativa que trabajaron el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, y el jefe de la Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño.

Miranda es una pinza importante del grupo mexiquense enfrentado con el hidalguense, que son las dos regiones que predominan en el gabinete peñista, aunque con marcada predominancia del estado de México. Osorio Chong tiene el acceso, pero no necesariamente el poder—o todo el poder. ¿Dónde está ese poder? Videgaray y Nuño lo tienen. También Miranda, a quien nadie fuera de los ojos más entrenados lo voltea a ver. Pero desde el estado de México, fue un factor de equilibrio y poder detrás de Peña Nieto, y es considerado como el número uno en la fila para relevar al secretario de Gobernación, si se llegara a necesita.

Hábil e inteligente, Miranda no tiene todas las cartas consigo. Sus críticos gustan recordarle su papel como el responsable de interponer las denuncias penales contra los comuneros de San Salvador Atenco que se rebelaron en contra de la construcción de un nuevo aeropuerto internacional en la ciudad de México en sus terrenos, luego de querer pagar un precio ínfimo –sostienen– por el metro cuadrado, que fue lo que detonó el conflicto que terminó con el proyecto.  También se le adjudica un mediocre manejo económico cuando fue secretario de Administración de Montiel, y propiciar una muy baja calificación crediticia del estado.

Miranda ha sido blanco de ataques políticos, como cuando lo acusaron en la prensa de querer cambiar la orientación de la investigación en el Caso Paulette, o poseer decenas de propiedades a través de prestanombres. Ninguna de las imputaciones que se le han hecho a través de los años ha sido respaldada por documentación, pero circulan intermitentemente en perjuicio de su honorabilidad.

Hasta ahora, eso no ha sido relevante en su carrera ascendente, aunque nunca como ahora estuvo en la antesala del corazón político del país, ni había tenido rivales tan fuertes y cercanos a Peña Nieto, como algunos prominentes miembros del grupo hidalguense. Miranda, como lo ha probado sobradamente en el pasado, sabe operar sigilosamente desde las sombras, aguantar con paciencia oriental y, en algunos casos, hacerse a un lado para que pasen los demás. Después de todo, el gobierno de Peña Nieto apenas está en sus primeros pasos. No hay prisa, y menos aún para el amigo y mandarín del Presidente.

 

 

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