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Jesús Mendoza Zaragoza

La Universidad Autónoma de Guerrero ante la violencia

Diversos casos de violencia en espacios de la Universidad Autónoma de Guerrero (UAG) han llamado la atención de la opinión pública. Y también ha llamado la atención la recurrente actitud de minimización que algunas de sus autoridades mantienen ante estos hechos. El último caso, el asesinato de un estudiante de la Preparatoria 17 por estudiantes de la Preparatoria 27, refleja una situación de constante confrontación entre bandas juveniles que tienen como punto de referencia a escuelas de nivel medio superior.

Lo que sucede en estos ámbitos universitarios es un reflejo de otras violencias, viejas y nuevas, que han estado presentes en la sociedad. La primera, la violencia intrafamiliar que es muy generalizada, deja secuelas profundas en los jóvenes que son afectados en sus propias familias. También la violencia generada por el crimen organizado ha dejado su huella en la cultura juvenil que asimila con mucha facilidad las cotidianas tragedias de asesinatos, secuestros, extorsiones y amenazas. La violencia se ha convertido en un patrón de conducta que ha logrado permear en los sentimientos y en los pensamientos de muchos jóvenes, convirtiéndose en un punto de referencia para la conducta.

En estos términos, las acciones violentas han llegado a ser parte de la normalidad cotidiana y requieren ser identificadas, reconocidas y asumidas por todos como condición para erradicarlas o reducirlas, al menos. Esto es lo que se necesita en la UAG, que las autoridades universitarias reconozcan la gravedad de la violencia que se está dando en sus espacios y que está vinculada a las otras violencias ya señaladas. Es lo más sensato y lo que beneficia más a esta institución tan importante para el desarrollo de nuestra región. Sería algo necio minimizar o negar los hechos, omitiendo las acciones necesarias para afrontarlos de manera institucional.

De hecho, en algunas de las unidades académicas se han establecido esquemas de vigilancia de tipo policiaco y, con mucha frecuencia, las autoridades universitarias reclaman a las autoridades la seguridad que necesitan. Como medidas de emergencia, creo que hay razones para implementar este tipo de acciones, pero no son suficientes ni permanentes. Creo que la universidad puede y debe ir más lejos en su manera de afrontar, no solo la violencia que se da en los espacios universitarios, sino también la violencia que se da en la sociedad, con una contribución propia.

Es necesario que la UAG asuma un mayor protagonismo social y genere respuestas específicas a partir de su propia naturaleza y de su misión en la sociedad. Si tiene recursos institucionales, académicos y humanos, pueden ser orientados hacia las necesidades de la sociedad. Estos recursos le dan una gran potencialidad que puede redundar en proyectos que sirvan para afrontar la dolorosa situación de violencia y de inseguridad que aflige a nuestra región. Tiene recursos para elaborar investigaciones, estudios y diagnósticos sobre las condiciones que generan violencia; tiene recursos para incidir mediante las prácticas del servicio social que realizan los estudiantes y tiene recursos para contribuir con propuestas de políticas públicas para el bienestar de nuestros pueblos. Tiene recursos para contribuir a la construcción de la paz y tiene la responsabilidad moral de utilizarlos en ese sentido.

Pero los recursos mayores que tiene la UAG están en sus programas educativos. En los tiempos del proyecto Universidad-Pueblo, la universidad tenía una visión de servicio a la sociedad mediante la educación que promovía entre sus muros. Una educación que ayudaba a los estudiantes a tomar conciencia de las condiciones sociales, económicas y políticas que prevalecían en ese tiempo y promovía acciones solidarias de servicio a la comunidad. La educación era entendida como una propuesta de valores sociales que los estudiantes podían asumir convirtiéndose en transformadores de la sociedad. Algunos de ellos se fueron a la guerrilla, otros se involucraban en movimientos sociales y otros más accionaban al interior de la universidad iniciativas de reflexión, de análisis y de propuestas. La universidad contaba con una importante incidencia social y política.

La educación es la gran herramienta que tiene la universidad, y con ella puede contribuir a cambiar las condiciones subjetivas que generan violencia animando a los jóvenes a convertirse en constructores de paz. Tiene que pensarse la educación como una herramienta fundamental para la construcción de la paz, de manera que le dé a la universidad el rostro de una institución libre de violencia e incida en la sociedad con un capital humano pertrechado de capacidades que favorezcan el desarrollo, la democracia y la paz.

Ya hay experiencias de instituciones educativas que ponen en marcha programas formativos para educar para la paz. Y lo hacen de manera tan creativa mediante actividades lúdicas en las que los estudiantes tienen espacios para expresarse y para generar iniciativas de convivencia, de aprendizaje de valores éticos y de reflexión sobre los entornos violentos. Es claro que la educación para la paz no es otra cosa que un proceso de humanización, en el que se busca el desarrollo integral de las personas para que sean capaces de la convivencia y la sociabilidad.

Esta educación para la paz implica una opción institucional por la paz, de manera que se atiendan los niveles personal, comunitario, institucional y estructural, donde suele generarse la violencia y haya transformaciones para la paz en esos mismos niveles. Se pueden construir personas de paz, en contexto de comunidades educativas libres de violencia. Una escuela puede tener un alto impacto social en la construcción de la paz, pues cuenta con un espacio institucional que le proporciona esta potencialidad. No hay que olvidar que hay modelos educativos que son generadores de violencia en razón del autoritarismo, del la corrupción, del sectarismo y de los abusos. Estos modelos debieran ser revisados y corregidos.

Educar para la paz implica enseñar a pensar, a utilizar la luz y la fuerza de la razón para reconocer la irracionalidad de la violencia y para humanizar las relaciones; implica desarrollar la indignación ante la violencia y la búsqueda de alternativas ante ella; implica educar para el diálogo y en la no violencia, en el uso pacífico del lenguaje y en el uso crítico de los medios de comunicación, sobre todo de la Internet. Implica la formación cívica y política básica y la educación para la legalidad. No se trata de aumentar el currículum académico sino de inventar de manera creativa formas de educar para generar los cambios necesarios en las personas y en la misma comunidad educativa.

La UAG puede hacer mucho por la paz en nuestra región y debiera reconocerlo. Está siendo afectada por la violencia y debiera responder con todo el peso institucional que tiene. Responder para su propio beneficio y para el de la sociedad entera.

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