Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Víctor Cardona Galindo

PÁGINAS DE ATOYAC

* 18 de mayo de 1967 (Cuarta parte)

Lo que sobrevino el 18 de mayo de 1967 es crucial para el destino de Atoyac. En su historia se puede hablar de un antes y un después. A partir de esa fecha, simplemente la vida no fue la misma.

Circulan testimonios acerca de que un judicial se le acercó a Lucio para preguntarle si tenía orden de hacer el mitin. Lucio se metió la mano a la bolsa de la camisa y sacó un papel entregándoselo. El policía se fue, pero ya no regresó. Sólo se llevó la orden. Allá arriba en el Ayuntamiento y en las casas de alrededor había hombres armados que apuntaban hacia la gente.

El capitán, comandante del grupo de la Policía Motorizada entró a la oficina del presidente Manuel García Cabañas, primo de Lucio, y le exigió que saliera a parar el mitin que había comenzado. El presidente se negó, entonces el jefe policiaco se descolgó el M-1 del hombro y dijo: “entonces vamos a proceder”.

La maestra Hilda Flores se encontraba con el alcalde en ese momento y encaró al policía: “cómo que va a proceder”. Pero el capitán la ignoró y salió.

“Voy a cantar un corrido, / señores pongan cuidado, / yo les contaré la historia / de lo que en Atoyac ha pasado. / Se regó sangre inocente / por las fuerzas del Estado”, así comienza diciendo el corrido que compuso don Rosendo Radilla Pacheco, alusivo a esa fecha.

Lucio arengaba a la gente con el micrófono en mano; el comandante se abrió paso entre la multitud con dirección a donde estaba el maestro. Y sin palabra alguna lo agarró del cuello de la camisa y lo empezó a sacudir. La gente se arremolinó al pie del tamarindo, el policía intentó matar a Lucio, pero la mano oportuna de una jovencita desvió el cañón del arma y el disparo se fue al cielo.

Y como si ese balazo fuera una señal empezó la balacera. Se escucharon más disparos. La multitud se convulsionó, unos corrían, otros forcejeaban con los policías.Llovían balas de todos lados. La gente caía al suelo. Luego otro judicial apuntaba a Lucio a punto de dispararle, como a dos metros de distancia, alguien le brincó y otro disparo dirigido al maestro se clavó en el suelo. Mientras un agente más daba un balazo en la nuca a Juvencio Rojas, esposo de doña Isabel Gómez Romero y lo estaba moliendo a culatazos. Doña Isabel pensó que tal vez ya lo habían matado, entonces sacó su verduguillo y se lo clavó al judicial. Al ver aquello otro judicial le disparó con un M-1 a la señora y la atravesó de costilla a costilla. Doña Isabel murió ahí, tenía un embarazo de cinco meses y cuando estaba en el suelo los gemelos se movían en su vientre.

“Continuó la balacera / con armas de alto poder, / a los primeros balazos / se murió doña Isabel, / en defensa de su pueblo / y su inocente también”, cantó don Rosendo.

“Parte del objetivo del capitán, además de evitar la manifestación, parecía la vida de Lucio Cabañas; pero varios cuerpos de padres de familia, maestros y simpatizantes lo cubren. Se forma a su alrededor una burbuja humana que le ayuda a escapar de los tiros. Los gritos de terror de la multitud se escuchan por todas partes. Hay quienes se enfrentan a los policías, la desbandada, la confusión, la sorpresa de ver varios cuerpos tendidos en el piso, gritos de dolor, angustia y el impacto de la muerte desintegran la manifestación”, escribe Fritz Glockner.

“Fue un 18 de mayo, / como a las 11 sería, / en la plaza de Atoyac / toda la gente corría, / de ver a sus camaradas / que unos tras otros caían”.

De azoteas caían las balas y entre la balacera varias mujeres jalaron a Lucio, doña Rosalía Bello López lo tapó con su rebozo, y junto con las fonderas lo sacaron y salieron por un costado de la plaza, pasaron frente a la Iglesia. Cuando Fidelito Castro los encontró Lucio caminaba junto a Aquilino Salas, La Laura, quien se lo llevó a esconder a una casita que tenía a las afueras de El Ticuí. Iban tragándose el coraje y sintiendo el compromiso con los muertos. En esa casita humilde de El Ticuí se planteó por primera vez el camino de la guerrilla.

En la plaza hubo siete personas muertas, cinco del pueblo y tres policías. Uno de esos policías había quedado herido, corrió hacia las oficinas del Ministerio Público, donde cayó muerto al cruzar la puerta. “Pasada la sarracina –asienta Wilfrido– la policía salió inmediatamente hacia el puerto de Acapulco, llevándose un muerto y a los heridos, dejando a otro compañero muerto en la oficina de la Agencia Auxiliar del Ministerio Público”.

Después de la balacera sólo quedaron los muertos en la plaza, la gente se replegó a las casas de alrededor. Frente a la entrada de la escuela Juan Álvarez un agente de la montada tardó con la pistola en mano amenazante mientras otro policía levantaba a su compañero herido y lo jalaba hacia una esquina de la plaza. Mientras unos judiciales tiraban a un policía muerto arriba de un jeep y acomodaban a sus heridos.

“Uno fue Arcadio Martínez, / otro Regino Rosales, / también Donaciano Castro / y don Prisciliano Téllez, / porque el gobierno de Abarca / todo arregló con las muelles”, continúa en otros versos don Rosendo.

Una vez pasada la masacre hubo acontecimientos que pasaron inadvertidos, como el caso de que algunos ciudadanos abandonaron sigilosamente la ciudad; uno de ellos fue Anselmo Alcaraz, un maestro que se convirtió en cartero, quien se fue del pueblo porque era miembro del grupo de su comadre Julita. Otro fue el delegado de Tránsito, Alberto Divicino González, quien fue acusado de dar el silbatazo para que iniciara la masacre y de disparar hacia la multitud junto a otros notables atoyaquenses, miembros del grupo que apoyaba a Julia Paco.

De pronto Atoyac se vio lleno de reporteros. Al otro día la noticia salió en todos los periódicos, algunos no muy veraces, que dan nombres equivocados, pero nos da una idea del ambiente que se vivió:

“Hoy cuando a las 11 horas se reanudaron los mítines, el capitán Enrique García Castro trató de quitar el micrófono al orador. Se suscitó un forcejeo y el agente sacó su pistola y se la vació al manifestante. Así se inició un tiroteo de ambos bandos que duró media hora”.

“La 27 zona militar, al mando del general Salvador del Toro, mandó al 32 Batallón de Infantería, al saberse que los agentes policíacos estaban a punto de ser linchados. Igualmente se trasladaron elementos de las fuerzas estacionarias en Tecpan de Galeana”, informaba El Universal en su edición del 19 de mayo de 1967.

“Los caídos en el campo de batalla fueron Héctor Avilés, de la Policía Judicial, un capitán no identificado de la policía motorizada; tres policías heridos, de la judicial, no identificados; civiles muertos: Regino Rosales de la Rosa, Ma. Isabel Gómez, Prisciliano Téllez, Arcadio Martínez, Feliciano Castro. Los heridos fueron Juan Reynada Victoria, Gabino Hernández Girón y Juvencio Mesino”, se lee en la cabeza del Rayo del Sur, del 21 de mayo de 1967. En esta edición el periódico publica en su primera plana la foto de Héctor Avilés con su cuerpo ensangrentado tirado en el zócalo.

“El tamarindo que estaba en la esquina suroeste de la plaza cívica, Anastasio Flores Cuevas lo bautizó como el árbol de la victoria, el 10 de mayo de 1967”, escribe Rosendo Serna en su columna ¿A mi qué? Publicada en El Rayo del Sur del 21 de mayo del 67, menciona como herido en el zafarrancho a Bonifacio Gómez Acosta.

A continuación reproduzco la noticia publicada por El Trópico, Diario Independiente de Información, el 19 de mayo de 1967, en la página 1, escrita por el enviado Enrique Díaz Clavel, la cual considero que fue la que más se acercó a la realidad de ese momento:

 

9 muertos y más de 20 heridos en el zafarrancho

 

Fue feroz el encuentro entre padres de familia y policías estatales en Atoyac. Restableció el orden el Ejército pero hay un clima de indignación contra el régimen local

 

E. Díaz Clavel

 

Enviado

 

Nueve muertos y más de 20 heridos arrojó el encuentro entre policías estatales y padres de familia de la escuela Juan Álvarez, de esta población, por haber faltado energía del gobierno al principio del conflicto, cuando se pedía la destitución de la directora del plantel, la profesora Julita Paco Piza, que al final se retiró mediante una licencia ilimitada.

Los de la Asociación Cívica Guerrerense, que aprovecharon el asunto para sus móviles de agitación, después de una serie de dificultades desde el 18 de abril pasado, unidos con los padres de familia, en un mitin celebrado hoy, ya no querían solamente la salida de la maestra, sino de 18 de sus compañeros a quienes consideraban adictos a la maestra destituida.

Luis [Lucio] Cabañas Barrientos y la Profa. Hilda Flores Solís, aparentes dirigentes de este problema, sin autorización celebraron un mitin en la plaza de Atoyac, frente a la escuela y Palacio Municipal, en el que el primero de ellos comenzó a hablar de que no cejaría hasta sacar a los 18 profesores cómplices de Julita.

Veinticinco elementos del cuerpo motorizado de la Dirección de Seguridad Pública y ocho agentes de la Policía Judicial que fueron a reinstalar a los 18 maestros y al nuevo director, cuando se congregaban las gentes de pueblo, los provocaron y así se originó el zafarrancho, con el trágico saldo de que hablamos al principio.

El alcalde de Atoyac Manuel García Cabañas, nos decía esta tarde en el palacio municipal: “llegó ante mi el comandante del Cuerpo Motorizado y me dijo que iba a parar el mitin”, y agrega, “le contesté, haga lo que crea conveniente”, y puntualiza más adelante, “de inmediato vino el encuentro a tiros, con el resultado que ya conocemos”.

Según una afirmación, los disparos partieron de los cuerpos policíacos, en que el primer herido fue Cabañas Barrientos, quien cuando tuvo oportunidad huyó hacia la sierra, cercana a Atoyac.

Uno de los civiles que también rodó por el suelo herido a balazos fue Juvencio Mesino. La esposa de este sacó un puntiagudo puñal y se lo sepultó en la región intestinal al capitán Enrique Carvallo Castro, comandante del Cuerpo Motorizado. La mujer que estaba grávida, murió de un balazo.

Así caían muertos los padres de familia y de la Asociación Cívica, Regino Rosales, Arcadio Martínez, Prisciliano Téllez y Feliciano Castro. Por los policías murieron los agentes de la Policía Judicial, Héctor Avilés González y Genaro Ángel Navarrete, y el motorizado Ángel Moreno Villegas.

Todo este cuadro, en dos encuentros de cinco minutos cada uno, sucedía cuando los niños de la escuela Juan Álvarez comenzaban a disfrutar del recreo. Del pueblo resultaron heridos de consideración Juan Reynada, Franco Castillo, Tirso Gómez Durán y Silvestre Dimas Padilla.

Por los policías caían machacados en sangre, muy graves, el subcomandante motorizado José Luis Álvarez, el subteniente Donaciano Carpio Bardo y el agente de la judicial, Genaro Gutiérrez Quiroz. Los policías cuando vieron que todo el pueblo de Atoyac salía a proteger a sus amigos o parientes, salieron despavoridos, en el momento que hacía su aparición una sección de 32 Batallón de Infantería que pidió cordura.

Como el pueblo está indignado, la fuerza federal, por indicaciones del general Salvador del Toro Morán, ha impedido la entrada de agentes y demás policías y quedan bajo la custodia de la 27 zona militar, para que no se repita otro zafarrancho, originado por la falta de acción del gobierno del estado, que directa o indirectamente es el único culpable.

 

Por su parte otro reportero del mismo periódico, Andrés Bustos Fuentes publicó: “El general Manuel Olvera Fragoso, jefe del primer Sector Militar con sede en Atoyac, está colaborando con el general del Toro Morán y será probablemente él quien continúe la vigilancia en tanto no se normalice la situación. A las 19 horas de la noche arribó el procurador de Justicia del Estado, licenciado Horacio Hernández Alcaraz con el objeto de volver a instalar a la Policía Judicial, cosa de que desistió a sugerencia del comandante de la 27 Zona Militar, debido al elevado estado de ánimo de los ‘cívicos’; hasta la hora citada, era imposible que soldados pertenecientes a los grupos de Seguridad Estatal, pudieran entrar a la población”. (Trópico, 19 de mayo 1967, p. 1)

“Lástima de hombres valientes / que no conocieron miedo, / en defensa de su pueblo / hasta la vida perdieron, / mataron dos judiciales / e hirieron sus compañeros”, sigue la composición de don Rosendo Radilla Pacheco que más tarde sería desaparecido precisamente por componer corridos donde narraba la lucha del pueblo.

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