Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Botica 13

México, entre balas y palabras. Las balas matan a miles, las palabras engañan a millones.

 

Elogio al indio suriano

 

El monje capuchino Francisco de Ajofrín emprende el 20 de julio de 1763 un viaje a la Nueva España; lo acompaña el también capuchino Fermín de Olite. El objeto de tan largo peregrinaje es obtener limosnas para cubrir una deuda enorme con la corona española, contraída por las misiones capuchinas del Gran Tíbet. Hombre de grandes talentos, observador acucioso, De Ajofrín escribe un voluminoso diario de las experiencias y avatares de su deambular por la geografía novohispana. Una de sus descripciones más acabadas es la de los naturales de estas tierras:

“Son color bazo (sic) y adusto, de genio triste y melancólico, ánimo flojo y decaído, no juran ni maldicen; tardos a la ira y pesados en todo. Son carirredondos; la boca muy ancha, algo chatos y cortos de pescuezo. Su estatura es muy mediana y todos son rehechos y forzudos. El color de pelo es negro, muy lacio, áspero y tan fuertes como menudas cerdas de caballería. Son lampiños por naturaleza, sin barba, y solo algunos cuando llegan a viejos.

“De entre todos ellos, los indios mexicanos son los más feos y pequeños de estatura. Los indios de la costa del mar del sur (Acapulco) son más corpulentos y agraciados, aunque del mismo color que los demás. Viven tan fuertes y sanos que no les hace impresión ni el agua, ni el sol ni el viento ni la intemperie a la que siempre están expuestos por sus pobres vestidos. Reducidos a un calzoncillo de lana, a raíz de las carnes, y unos calzones de paño burdo o de palmilla, sin más calzado que “tachacles” o “cacles”, que son como suela de zapato amarradas con correas del mismo cuero. Los más andan descalzos y con menos abrigo” (Lo que no deja de ser para el indio suriano, además de un timbre de orgullo, un consuelo tardío).

 

El censo

 

El primer censo formal de Acapulco, levantado en 1777, a poco más de una década de la visita de Ajofrín, arroja una población de dos mil 541 habitantes constituyendo 605 familias. Su distribución por etnias: 24 españoles; mil 282 mulatos; 611 indios; 272 lobos (hijos de chino con mulata); 129 negros; 121 chinos y 102 mestizos.

(Si al lector (a) le parecen pocos los españoles censados, debe advertirse que se trataba únicamente de la dotación militar del fuerte de San Diego. Las jerarquías hispanas preferían residir en lugares cercanos Xaltianguis y Dos Arroyos. Huían del calor insoportable del puerto, los temblores y los ciclones. También de los moscos, los alacranes, los murciélagos, las miasmas callejeras pero sobre todo a los lugareños. Se peleaban, eso sí, para participar en la Feria de Acapulco, iniciada con la llegada del Galeón de Manila, durante la cual levantaban gordas fortunas no ajenas a la corrupción.

 

Retenes para indios

 

Hubo un tiempo en el que los indios, vestidos según la descripción del monje capuchino, no podían entrar a Acapulco. Se les detenía en un reten policiaco instalado a la entrada de la ciudad, precisamente en La Garita (hoy de Juárez) que lo era para personas, cosas y animales. Ahí se les obligaba a vestir ropa “decente” –pantalón azul y camisa blanca–, para que no dieran mal aspecto principalmente a los extranjeros. Luego, regresaban la ropa y volvían a vestir sus “garras nejas”, como las calificaban los alguaciles.

Muchos residentes aplaudirán la medida porque acusaban a los indígenas de emborracharse y ofrecer espectáculos denigrantes y obscenos “enseñando todas sus cosas”. “Es por las jovencitas –advertía una respetable dama–, que a una le dan risa tales miserias”.

Vestidos como “gente de razón”, los jóvenes disfrutaban imitando a los peninsulares en sus andares estreñidos y sus teatrales genuflexiones. Los mayores problemas los tendrán al desabotonar la bragueta y no pocos terminarán rosados.

 

Las mujeres malas

 

En Acapulco, siglos más tarde y bordando un tema similar, será normal la violación a los derechos constitucionales de la mujer. Flagrante, discriminatoria y odiosa, celebrada, no obstante, por las “mejores familias”. Una ordenanza dictada por el Ayuntamiento prohibía a las prostitutas la libre circulación por las calles de la ciudad. Se hablaba medievalmente de “malos ejemplos para la juventud”, y del “respeto para las familias decentes”. Incluso de un cargo no menos absurdo relacionado con la transmisión de enfermedades venéreas.

Un Cabildo ignorante, sin duda, pero finalmente consciente. Otorgaban una mínima concesión a La pervertida de Agustín Lara; La callejera de José Agustín Ramírez ; al Amor de la calle de Fernando Z. Maldonado; a la Perdida de Chucho Navarro; a la Arrabalera de Fernando Fernández y al Amor de cabaret, de Alberto Vídez. Una libertad limitada, ciertamente, pero libertad al fin.

La libertad de salir a la calle únicamente los jueves de cada semana y eso únicamente para cubrir la ruta que las llevaba del centro laboral al consultorio médico municipal. Terminada la revisión debían volver por la misma ruta. Como la confianza era el signo de los tiempos, no hubo necesidad de ponerle un custodio armado a cada mujer. ¡”Ni que llevaran consigo un tesorito”, decía Chucho La Temblorina, un obeso mesero de cabaret al que le temblaban las carnes al caminar. El mismo, nunca aceptó ser homosexual porque tal palabra le indignaba: ¡Soy joto, jotísimo y a mucho orgullo”, corregía.

Los inspectores municipales, tan astutos y honrados como siempre, lograrán la captura de “mujeres malas” circulando por la ciudad fuera del día asignado. Incluso cuando vistan de percal, se cubran la cabeza con pañoleta, calcen huaraches y lleven la cara lavada. “Algo tienen en el caminar que las delata, pinches putas”, alardeaba uno de aquellos sagaces sabuesos.

 

Difamadores

 

“Acapulco será muy pronto una playa exclusiva para millonarios”, escriben coincidentemente los columnistas del diario Excelsior, Carlos Denegri y Jorge Piñó Sandoval. Ambos denuncian en sus textos una gran escalada de precios y abusos generalizados en el puerto.

Ni tardos ni perezosos, salen al quite el presidente del Comité Coordinador de Turismo, Francisco de P. Carral, y el presidente de la Junta Federal de Mejoras Materiales, Melchor Perrusquía. Firman ambos al día siguiente un desplegado a plana entera en el propio Excelsior (3 mil pesos), donde rechazan la argumentación de los difamadores, como llaman en negritas a los egregios y temidos periodistas.

Carral y Perrusquía terminan retando a los difamadores Denegri y Piñó para que mencionen un solo sitio turístico en el mundo –¡uno solo!–, con una oferta hotelera como la de Acapulco: ¡habitacion con los tres alimentos por 20 pesos! ¡No, pos no!

Muy pronto, sin embargo, estará aquí al difamador mayor, Denegri, atendido como un marajá oriental con cargo a las arcas gubernamentales. “¡Poca vergoña!”, comentara el italiano Ivo Mazzini, en su propia lengua.

 

Prensa acapulqueña

 

Luego de diez años de enterrado don Porfirio y el porfiriato, en Acapulco empezarán a debatirse libremente las ideas políticas. Ello traerá como consecuencia la proliferación de periódicos –algunos simples hojas volantes como el semanario Regeneración, de Juan R. Escudero–, caracterizados la mayor parte de ellos por un sectarismo recalcitrante, además de una corta vida.

La hechura y distribución de Regeneración, el más combativo medio acapulqueño de los años 20, estaba a cargo de un grupo de jóvenes, algunos casi niños, quienes tenían en Juan, a secas, a un maestro muy querido. Lo mismo paraban los tipos de la imprenta que palanqueaban la prensa plana o recibían las hojas impresas. Ellos mismos las vocearán mas tarde por las calles del puerto. Ahí estaban Gustavo Cobos Camacho, Ventura Solís, Mario de la O Téllez, Juan Matadama y los aquí ya citados Alejandro Gómez Maganda y Jorge Joseph Piedra.

El Liberal fue en 1921 un periódico editado por don Carlos E. Adame (futuro cronista de la ciudad). Lo acompañaba un equipo formado por el profesor Silvestre H. Gómez (padre de Loya y Virgilio Gómez Moharro), Felipe Valle, Ramiro Sosa, Imeldo Cadena y Jesús Martínez. Cuando Adame jefature aquí la rebelión delahuertista, el periódico se convertirá en vocero de tal movimiento.

 

El Pica Pica

 

Don Luis García se dará en ese mismo año el lujo de editar dos semanarios, El Combate y El Mundo, cuyas líneas editoriales procuraban no bronquearse con nadie, sino todo lo contrario. Le hará segunda otro editor, don Domingo González, con un semanario cuyo contenido no respondía ni ligeramente a su título de El Fragor. Quien si no dejaba títere con cabeza era Reginaldo Sutter, con sus semanarios satíricos El Rapé y El Pica Pica.

Editado en la imprenta de los Hermanos Muñúzuri y dirigido por don Juan H Luz Nambo, el semanario El Pueblo llegó a polemizar con Juan R. Escudero. Este revelará alguna vez que la “H” de su tocayo pertenecía de un misterioso Henríquez y que la Luz le venía del nombre de un logia masónica.

Los hermanos Alejandro y Margarito Gómez Maganda publican en 1924 El Relámpago, un periodiquito de escasa circulación por estar escrito a máquina con copias al carbón. Alejandro hará un año más tarde equipo con Carlos Adame, Eustasio López Benítez y Lamberto Chávez. Editarán el periodiquito TEA, con pretensiones intelectuales.

El Informador fue publicado en 1923 por el sastre del Teconche Miguel P. Barrera, quien ocupará en ese mismo año interinamente la presidencia municipal de Acapulco.

 

Regeneración, otra vez

 

Como un hito periodístico será considerada la reaparición en 1929 del semanario Regenera-ción, del sacrificado Juan R. Escudero. Son sus editores responsables Santiago Solano, Vi-cente Espinosa y Manuel Linares Alarcón. Se retoman desde luego los postulados originales de Labor pro pueblo, labor pro Patria; Siempre contra los abusos, por la verdad y por la justicia y Por la defensa de los derechos del pueblo.

El gobernador del estado, general Adrián Castrejón, gozaba de merecida fama de ser un patán carente de 10 de mayo. Cuando algún periodista le pregunta si sabe el significado de la libertad de expresión, el mandatario responde:

“¡No, señor escribano, no tengo idea lo que sea esa chingadera, pero sea lo que sea me la paso por los güevos!”, y diciendo y haciendo.

A una primera crítica publicada por Regeneración contra su gobierno, Castrejón ordena el asalto a la redacción del periodiquito y la destrucción de su im-prenta. La misma pequeña prensa utilizada por Escudero será arrojada al mar desde La Quebrada.

–¡Para que estos pinches aplastateclas no sigan molestando al jefe –será la sentencia de uno de aquellos simios.

Mañana, a propósito, se conmemora en México el Día de la Libertad de Expresión.

¡Que sea motivo, sea lo que eso sea!, dijera Castrejón.

 

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