Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Víctor Cardona Galindo

PÁGINAS DE ATOYAC

* 18 de mayo de 1967 (Quinta parte)

Según los testimonios, los manifestantes no usaron armas de fuego, sin embargo el gobernador dijo que sí. La nota fue del reportero Manuel Galeana Domínguez, quien publicó la versión de Raymundo Abarca Alarcón, quien dio a conocer la muerte de otro policía por lo que la lista subió a ocho muertos en ese zafarrancho.

“El gobernador dijo que un capitán de las fuerzas de Seguridad del Estado, Enrique García Castro, al inquirir sobre la reunión, fue agredido por una mujer y luego alguien disparó sobre él hiriéndole. La policía al ver esto, también se dispuso a repeler la agresión lo que provocó más disparos por parte de los manifestantes, estableciéndose entonces el tiroteo entre policías y descontentos, entre los que había profesores estatales y federales, así como gente extraña al magisterio y que los observadores identificaron como agitadores profesionales. El gobernador informó que murió en el camino el agente de la judicial, Genaro Ángel Navarrete. El 20 de mayo de 1967, el gobernador Raymundo Abarca Alarcón estuvo en Atoyac”. (Prensa Libre, 25 de mayo de 1967, página 4)

El 18 de mayo la Sociedad de Alumnos de la escuela Juan Álvarez tenía programado el festejo del día del maestro. Después los niños no pudieron regresar a la escuela, porque cuando sucedieron los hechos todos habían salido al recreo. Desde ese día se suspendieron las clases; algunos alumnos se incorporaron a la escuela Modesto Alarcón como oyentes, hasta que fueron llamados a finalizar el curso en las casas de los maestros donde recibieron sus boletas de calificaciones.

En 1967 la ciudad de Atoyac tendría unos 10 mil habitantes, la mitad de la población que ahora tiene. El municipio tenía 32 mil atoyaquenses, a todos les impactó la noticia. Desde esa mañana la palabra mitin, se convirtió en una palabra de terror. Muchos crecimos con el miedo a esa palabra. Ya nadie quería hacer manifestaciones por el recuerdo de aquel mitin del fatídico 18 de mayo, mi mamá se refería a esa fecha sólo diciendo “cuando el mitin”. Decía, “ese día mataron a mi tía, una prima hermana de mi mamá”.

Hubo quienes festejaron el acontecimiento, sobre todos aquellos “observadores” que trabajaban gratuitamente para Raymundo Abarca Alarcón, porque hay testimonios que aseguran que había personas encargadas de grabar los discursos para informar al gobierno del estado.

En el segundo informe de labores que rindió al pueblo el presidente municipal Manuel García Cabañas el primero de enero de 1968 dijo: “Todos los problemas que se fueron presentando se les dio el debido interés para resolverlos. El conflicto suscitado en la escuela Juan Álvarez, el cual terminó con hechos trágicos que lamentar, fue creado por intereses internos en la misma institución y tocaba única y exclusivamente a las dependencias educativas del sistema estatal resolver dicho problema. El Ayuntamiento nada tuvo que ver con tal situación, ya que oportunamente se hizo del conocimiento de las autoridades correspondientes para su debida atención”.

El 18 de mayo de 1967 es un parteaguas en la historia de nuestro municipio y también del estado de Guerrero porque marcó el fin de un movimiento cívico que exigía mayores espacios de participación democrática y el inicio de la guerrilla de Lucio Cabañas y su Partido de los Pobres. El Estado autoritario, en lugar de atender las peticiones de los manifestantes, les envío a la policía judicial que disparó contra el pueblo, dando muerte en la plaza principal de la ciudad de Atoyac a Feliciano Castro Gudiño, Arcadio Martínez Javier, María Isabel Gómez Romero, Prisciliano Téllez Castro y al revolucionario agrarista, Regino Rosales de la Rosa. Resultaron lesionados Juan Reynada Victoria, Gabino Hernández Girón y Juvencio Rojas Mesino, quienes heridos como estaban fueron apresados por judiciales en las clínicas donde eran atendidos, sólo Juvencio Mesino se salvó de ser traslado al penal de Tecpan por que el doctor Antonio Palós Palma lo defendió con energía.

Lucio recordaría más tarde ese acontecimiento con un discurso en la sierra: “Habíamos maestros del pueblo que estábamos dispuestos a orientarlo, no sólo en la educación sino en sus luchas como parte del pueblo, padres de familia parte del pueblo, contra todo el régimen, contra el gobierno, contra la clase rica… Y nos metimos en los problemas contra las compañías madereras, contra el Ayuntamiento, contra la explotación de los ricos ahí en Atoyac y se creó el movimiento. Entonces fue que se enojó Don Gobierno y nos mandó un montón de judiciales y nos hicieron una matanza el 18 de mayo”.

Los que murieron dieron la vida para que los niños de Atoyac tuvieran acceso a una educación verdaderamente gratuita. Defendían que los alumnos pudieran ir a la escuela sin las cargas pesadas de las cooperaciones económicas que se les imponían. Un campesino no podía nunca competir al mismo ritmo con los dueños del dinero, que si comparamos esas cooperaciones económicas en nuestros tiempos sería como pagar colegiatura en una escuela pública.

Después de la masacre el Ejército patrulló las calles. Pasaban a cada rato por la calle Hidalgo, donde muchos miembros del movimiento se habían concentrado en la casa de la maestra Hilda Flores Solís. Ese 18 de mayo, Lucio con sus más cercanos colaboradores llegó a la casa de la maestra Hilda Flores por la noche, se acostó en la hamaca que estaba en la galera de la barda, tomó dos tazas de café, estaba cansado y lleno de coraje por la represión. Durmió esa noche en ese lugar.

Mucha gente pernoctó en el corredor, otros vecinos llevaban comestibles a regalar. En la tarde del 19 por la calle Hidalgo pasó el cortejo de los muertos, Lucio lo observó desde media casa, luego se despidió de doña Elizabeth Flores Reynada y se dirigió a Hilda, a quien le recomendó cuidarse porque se venía una represión muy dura. Con un morral colgado al hombro, seguido por sus amigos, se despidió de los presentes, caminó por la calle Hidalgo y se perdió de vista.

Mucho tiempo después, al hablar de aquel momento, Hilda Flores le dijo a Laura Castellanos: “El mismo día Lucio llegó a la casa como a las 7 y 8 de la noche con un grupo de mujeres y tres hombres. El Ejército ya patrullaba las calles. Él se quedó en una hamaca en un galerón del patio. Aquí durmió esa noche. Almorzó, comió, y a las 4:20 salió. No lo volví a ver. Me quedé al frente de la lucha con un grupo de compañeros porque muchos hombres debieron irse”.

Como se sabe, las autoridades culparon a Lucio de la masacre, por lo que se vio obligado a refugiarse en la sierra y fundar después el Partido de los Pobres. Se dice que ese día Cabañas salió armado con una pistola 32 rumbo a los distintos poblados, a buscar voluntarios para iniciar la lucha armada contra los más poderosos ricos y el gobierno. Ya oscureciendo llegó a la casa de su mamá Rafaela Gervasio Barrientos en San Martín de las Flores acompañado de Obdulio Morales Gervasio. Así iniciaba la guerrilla.

El maestro guerrillero recordaría la fecha bautizando a uno de sus grupos como Brigada de Lucha 18 de Mayo y realizando la reunión anual del Partido de los Pobres todos los 18 de mayo que estuvo en la sierra.

“Cuando nos matan compañeros hay que matar enemigos. Cuando matan al pueblo hay que matar enemigos del pueblo. Ante la matanza, ¿cómo le haríamos para venirnos al monte? Lo teníamos pensado desde antes. Nomás esperábamos que nos dieran un motivo. Estábamos cansados de la lucha pacífica sin lograr nada. Por eso dijimos: Nos vamos a la sierra”, diría después Lucio en uno de sus discursos cuando recorría los pueblos en su propaganda armada al frente de su Brigada Campesina de Ajusticiamiento.

“El señor Lucio Cabañas/ hombre de resolución,/ quiere salvar al pueblo/ y se opone a la reacción,/ han muerto muchos hermanos/ sin piedad ni compasión./ Arriba Lucio Cabañas/ el pueblo ya está contigo,/ a conquistar la justicia/ y a terminar al enemigo”, rasgaba los acordes de su guitarra don Rosendo buscando la tonada de su corrido.

Los caídos ese día eran hombres fogueados en la lucha social, tenían una vida productiva y tradición. Eran partícipes de la vida y el acontecer atoyaquense. Arcadio Martínez Javier, don Cayito, nació en San Francisco del Tibor y era padre del maestro Alberto Martínez Santiago de quien los reaccionarios de la escuela Juan Álvarez habían pedido su cambio a Coyuca. Murió ese día herido por una bayoneta. Tenía una huerta grande de 20 hectáreas, en el lugar conocido como La Pintada, en el ejido de San Francisco del Tibor. Era chaparrito. blanco, muy participador y solidario. Le gustaba torear en la danza de El Cortés.

De don Feliciano Castro Gudiño se tienen muy pocos datos, se sabe únicamente que vivía en la calle Capire y que tenía aproximadamente 60 años. Era peón de Justino Parra y cuando ocurrió el zafarrancho trabajaba en la elaboración de una galera para talleres en la Escuela Federal número 14. Su única hija, María de Jesús Castro Mateos, ahora tiene 82 años. Don Chano Castro fue levantado herido de la plaza fue atendido por el doctor Antonio Palós. El médico hizo hasta lo imposible por salvarlo, pero murió en su clínica.

Por su parte, el revolucionario Regino Rosales de la Rosa nació con el siglo XX. Tenía aproximadamente 67 años cuando murió. Su muerte, como la de sus compañeros, marcó el inicio de un nuevo periodo revolucionario para el pueblo costeño. La guerrilla del Partido de los Pobres con su comandante Lucio Cabañas Barrientos.

En la historiografía del municipio de Atoyac se tiene conocimiento de la existencia de Regino Rosales desde el 24 de noviembre de 1923, cuando Alberto Téllez encabezó el levantamiento armado agrarista de Atoyac y entre los primeros campesinos que lo acompañaron estaba el joven Regino Rosales. El 19 de diciembre del mismo año, los agraristas atacaron Atoyac y desarmaron a la policía del presidente Rosalío Radilla, un delahuertista que estuvo vinculado al asesinato de los hermanos Juan, Felipe y Francisco Escudero en el puerto de Acapulco y era jefe de las guardias blancas en la región.

Regino Rosales combatió en Coyuca de Benítez el 30 de diciembre de 1923, bajo las órdenes del coronel Silvestre Castro El Cirgüelo y el 23 de enero de 1924 en Petatlán en el más encarnizado combate que se tenga memoria en la Costa Grande, donde las fuerzas delahuertistas salieron derrotadas por los agraristas encabezados por El Cirgüelo, Amadeo Vidales y Valente de la Cruz. Años más tarde Regino Rosales se sumó al vidalismo. Cuando Amadeo Vidales atacó la ciudad de Atoyac el 26 de junio de 1926, Regino Rosales formaba parte del cuerpo de voluntarios al servicio del gobierno federal, pero secundando a su jefe Alberto Téllez desertó y se sumó a los vidalistas para combatir de nuevo en el bando revolucionario. Regino Rosales fue combatiente durante los tres años que duró el movimiento del Plan del Veladero.

Ya en los años sesenta, Regino Rosales se sumó al Movimiento Cívico en la lucha por la caída del gobernador Caballero Aburto. Se involucró de tal manera que –el 14 de enero de 1961– cuando tomó posesión el presidente municipal Cívico, Rosendo Téllez Blanco, Regino Rosales de la Rosa fue nombrado comandante de la policía urbana.

También participó en el movimiento de solicitantes de vivienda que fundó la colonia Mártires de Chilpancingo, donde los líderes confiaban en su valor, con don Regino presente sabían que no era fácil que la gente del gobierno los desalojara.

Finalmente, en la masacre del 18 de Mayo de 1967 murió en manos de las fuerzas gubernamentales que atacaron el mitin que era encabezado por Lucio Cabañas en la plaza de Atoyac.

“En medio de la balacera/ gritó Regino Rosales,/ con mi pistola en la mano/ para mi no hay judiciales,/ viva el pueblo de Atoyac/ que muere por sus ideales”, cantó Rosendo Radilla.

Los que todavía recuerdan a don Regino Rosales dicen que era común verlo vestir con su traje gris, con su pistola 45 fajada, misma que portaba con libertad porque tenía permiso federal en reconocimiento a los servicios prestados como revolucionario agrarista. Don Regino Rosales quedó tirado bajo la sombra de uno de los tamarindos que tenía la plaza. Por desgracia, dicen muchos, ese día que lo mataron no lo acompañaba su inseparable 45, traía un verduguillo con el que se defendió de las fuerzas del gobierno de Raymundo Abarca Alarcón.

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