Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

* Historieta de Martín de Acalco

Un gigantón llamado Martín de Acalco

 

Estaba José María Morelos y Pavón estudiando el terreno desde un cerro, antes de atacar la plaza de Tixtla, cuando –con su largavista– tras las trincheras que los realistas habían dispuesto en el centro del pueblo, descubrió a un soldado de estatura descomunal:

–…Y ¿qué es eso?… –preguntó a Vicente Guerrero.

–Ah, general –respondió el tixtleco–. Ese fulano es un gigantón llamado Martín de Acalco.

Así apellidaban a Martín Salmerón porque había nacido en Acalco, un rancho cercano a Chilapa. Así era conocido en casi toda Nueva España, ya que desde 1796 y gracias a un permiso del mero virrey Branciforte empezó a exhibir su largucho cuerpo –que alcanzaba los dos metros con 25 ó 26 centrímetros– a cambio de monedas. Ignacio Manuel Altamirano lo describe “bien proporcionado, como de treinta y siete años de edad”, trigueño, lampiño y bonachón.

–Es el gigante que anda enseñándose en las plazas de toros con ese uniforme de granadero –dijo Guerrero.

–Ajá… –se acordó Morelos–. ¡Hasta el Barón de Humboldt quiso conocerlo!…

–¡Lo traerán para espantarnos!…

–Sí. ¡Qué ocurrencia! Estas gentes son muy cándidas y nos tratan como a chiquillos…

 

Un encargo descomunal

 

Morelos, que ya había indicado a los Galeana y a los Bravo por dónde habían de atacar, llamó al capitán Luis Pinzón y le preguntó:

–Usted ha estudiado teología y leído la Sagrada Escritura, ¿no es así?

–Sí, señor.

–¿Se acuerda usted de la famosa batalla de Terebinto?

–Sí, señor, aquella en que David mató al gigante Goliat de una pedrada.

Entonces Morelos planteó que le iba a encargar algo parecido:

–¿Ve usted al frente de la línea enemiga aquel figurón vestido de verde, con un enorme gorro y una lanza?… Es Goliat. Usted es el David de ese Goliat, ¿de acuerdo? Pero no lo va a matar. Quiero que me lo entregue vivo y sano.

–Pero general… –replicó Pinzón al advertir al animalote que le habían encargado– ¡Eso es más de lo que hizo el rey David!…

–¡Yo no sé!: usted me responde por el chiquilín, sin excusa. ¿De acuerdo?

–De acuerdo, mi general.

 

El más grande prisionero realista

 

Morelos intentó parlamentar la entrega pacífica de la plaza de Tixtla, pero los realistas rechazaron la oferta… y las enjundiosas fuerzas insurgentes tomaron parte de Tixtla y muchos prisioneros.

Entre éstos destacaba Martín de Acalco. Venía bien maniatado y custodiado por cuatro costeños del Regimiento de Guadalupe. “El hombrazo todavía con su uniforme verde, su gran gorro de granadero, y atadas las manos a la espalda, parecía mohíno y confuso, que daba pena verlo”.

Tras él venía el capitán Luis Pinzón.

–Señor –dijo Pinzón–, aquí tiene usted a su Goliat bueno y sano.

–¡Bravo colegial! –le contestó José María–, no creía que pudiera usted cumplir tan bien mi orden.

–Me ha costado mucho trabajo, señor. Además, me he privado de hacer cosas mejores por tal de coger vivo a este elefante.

Pinzón contó que el gigante primero los arremetió con su lanza, y que cuando quiso correr él mismo pudo mangonearlo de un pie y derribarlo.

Morelos lo felicitó ampliamente, pues –dijo, sonriendo– había cogido prisionero al hombre más grande del ejército realista.

Luego, don José María le perdonó la vida al gigantón, porque consideraba que era un hombre pacífico que había sido obligado a agarrar las armas realistas y –como se lo hizo saber– porque con semejante estatura resultaba un fenómeno extraordinario de la naturaleza.

Eso sí, Morelos le advirtió que si se lo volvía a encontrar entre las filas enemigas no iba a ser tan benigno con él…

 

De guardia de Morelos…

 

La última noticia que Altamirano nos da de Martín de Acalco es cuando “el gigante, después de haber dado las gracias con una gran reverencia, fue puesto con los demás prisioneros en el galerón del fuerte”. En la Enciclopedia Guerrerense y en internet apuntan que después de que le echaron la mangana Martín Salmerón fue enviado a Zacatula y aseguran que de ahí pasó a formar parte de la guardia personal de Morelos, de la que se retiraría por enfermedad.

Más picuda e interesante es la versión que pone a Martín de Acalco libre y agarrando el camino de los realistas que pudieron huir de las fuerzas insurgentes: de tres zancadas llegó a Chilapa y de un salto triple a Tlapa, donde esperaban sus compinches y de donde después también pondrían los pies en polvorosa.

Se le perdió el hilo al Martinzón, hasta que volvió a las andadas con los realistas y fue atrapado de nuevo por los insurgentes, mismos que, imitando al general Morelos, lo volvieron a dejar libre.

 

…A belboy

 

Si esta imagen del gigante realista atrapado y perdonado una y otra vez por el asombro o el humanismo insurgente sorprende, ¿qué decir sobre los rumores seguramente malintencionados que sugieren que el gigante de Acalco durante muchos años trabajó en un hotel de lujo de la ciudad de México, como guardaespaldas (con uniforme de belboy), o de los que aseguran que la columna vertebral se le quebró en dos y sin remedio cierto domingo en que intentó agacharse para recoger del piso los puñados de monedas que señoras y niños impresionados echaban a sus pies?…

De espantapájaros realista a custodio de Morelos, de Goliat a recepcionista de un hotel de lujo, ¿qué podría extrañar sobre Martín Salmerón, mejor conocido como Martín de Acalco, quien desde chico tiraba toros nomás con agarrarles los cuernos, el que se montaba a un caballo caminando y, ya montado, le arrastraban las patas? A los veintidós años empezó a exhibirse por paga en Nueva España, gracias al permiso que le otorgó volando (para él también era un fenómeno de la naturaleza) el virrey Branciforte, y a los veintinueve lo nimbó la curiosidad científica del barón Alexander de Humboldt, quien estiró la mano para saludarlo en marzo de 1803 y quien lo describe como el mestizo (se suponía que era indígena puro) más proporcionado que había visto en Nueva España, y, respecto a su estatura, “con una pulgada más que el gigante de Borneo, que se dejó ver en París en 1783”.

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