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Federico Vite

Las chicas malas de Proust
Usted sabe que el autor de En busca del tiempo perdido, Marcel Proust, frecuentaba a los 17 años los salones de baile y conoció a una serie de damas de la alta burguesía.
Uno de estos centros de reunión francesa es el de madame de Caillavet (hija de unos banqueros judíos, que vivía virtualmente separada de su marido y que después sería más conocida por ser la amante de Anatole France) donde el enfermizo escritor comenzó a recaudar las historias que concentraría en toda su obra.
Les decía que en el salón de Caillavet se unió a un sector social donde el buen comportamiento y la presunción culta eran los estandartes para ser popular. Pero resulta que uno de los primeros libros de Proust es La confesión de una joven y otros cuentos de noche y crimen (Valdemar, 1999), documento que reúne cinco relatos: La confesión de una joven, Antes de la noche, Violante o la mundanidad, El final de los celos y Sentimientos filiales de un parricida. Estas muestras de la pluma del parisino poseen una peculiar unidad temática: el suicidio físico y moral.
No es un tópico repentino o inmediato en la obra de Proust este tema, mucho menos el desenfreno por el placer, una moda francesa que parece no haberse acabado. ¿Pero qué trataba de exponer Proust en la publicación que hoy comentamos? Simple: la inminencia del pecado, la presencia constante del mal.
El relato que da nombre al libro “La confesión de una joven” es la declaración hecha, poco antes de morir, de una chica, ciertamente loca y harto deseo por conocer el mundo, quien bajo la advocación del remordimiento se suicida tras romper la relación filial con su madre.
Este relató fue escrito por el joven Proust en 1896. La otra unidad narrativa que sorprende es “Sentimientos filiales de un parricida”, documento que cierra el volumen. Esta es una joya, una pieza que nació de un reportaje periodístico.
En 1907, Proust se entera, por una noticia aparecida en la prensa, de que un joven de la alta sociedad, con el que mantenía correspondencia, acaba de asesinar a su madre y luego, tras mutilarse de forma horrible, se suicida. El estilo de la narración es sobrio; pareciera que en las cartas, intercambiadas entre estos dos caballeros, se enumeraban emociones vitales, no el duelo por la muerte de un padre.
Cito: “De modo que el hombre que ayer escribió la carta que acabo de citar, tan educado, tan culto, ese hombre hoy. E incluso, descendiendo a detalles infinitamente pequeños, tan importantes en este caso, ¡el hombre que muy razonablemente sentía apego por las pequeñas cosas de la existencia, que respondía con tanta elegancia una carta! […] ¿Qué ha hecho? En el fondo no envejecemos, matamos todo lo que nos ama”.
Antes de la noche, Violante o La mundanidad y El final de los celos abordan el mismo tema, suicidio físico o moral. Narran desde los elementos de la noche, desde reuniones sociales; los personajes se traicionan a sí mismos.
Encontramos la molestia por no lograr lo anhelado, aunque lo que desean esos personajes linde en caprichos musculosos para una clase social pudiente: placer total. En palabras del joven Proust, digo: “cuando yo vivía demasiado la vida social, había intentado ver en la mundanidad de una joven […] el verdadero pecado en contra del espíritu”. La vida galante, dirán algunos, es el tema de este pequeño libro de 142 páginas.
Pero no se piense que al refinado Proust se le fueron las cabras en La confesión de una joven y otros cuentos de noche y crimen, el narrador mantiene en estos relatos el estilo que le dio fama, el estilo que lo reconoció como un hombre de sensibilidad especial.

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