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Guarda la biblioteca Monsiváis 17 álbumes de recortes periodísticos, de estampas del escritor

Agencia Reforma

 

Ciudad de México

 

La biblioteca Carlos Monsiváis que se encuentra en La Ciudadela ha mantenido hasta ahora un material familiar e inédito: 17 álbumes de recortes periodísticos de 1966 a 2005 coleccionados por un tío del escritor. A través de la revisión de noticias, caricaturas y fotografía recordamos al escritor cuyo tercer aniversario luctuoso se cumple el 19 junio.

A los 28 años, en su Autobiografía, Carlos Monsiváis escribe: “Ya que no tuve infancia por lo menos déjenme tener currículum”. A partir de ese año también tuvo un álbum. Desde 1966, Manuel Monsiváis comenzó a guardar documentos periodísticos acerca de su sobrino. Hasta 2005, llenó 17 álbumes de más de 60 hojas.

Debió ser un trabajo muy difícil. Tan difícil como elegir en mayo de 1996 entre una foto de Monsiváis en el homenaje a Juan Rulfo en Bellas Artes y otra junto a Bibi Gaytán. Al final, están una junto a la otra. Los álbumes, que han permanecido inéditos en la biblioteca de Monsiváis documentan 39 años.

Eso sí, Monsiváis ahí sigue sin tener infancia. Sólo dos fotografías lo muestran cuando tenía unos cuatro años, vestido de charro y de marinero. Hay otra imagen que es más secreta. Es una de las pocas de la mamá de Monsiváis, Esther Monsiváis, quien lo inició en el protestantismo, le enseñó a leer, le pasó a máquina los escritos y recibía las amenazas telefónicas por su apoyo al Movimiento Estudiantil de 1968. Es de antes del 4 de mayo de 1938, Carlos Pascual Aceves Monsiváis todavía no nacía y ella trabajaba como secretaria en una empresa alemana.

Los primeros artículos coleccionados se refieren a la buena memoria, al humor negro y a la inteligencia del autor. Los más críticos se refieren a otra cosa.

El 25 de enero de 1966 el caricaturista Abel Quezada hace un concurso sobre los 10 hombres peor vestidos de México. Monsiváis, con una bola de estambre en la cabeza y un traje aguado, está junto a Cantinflas. En marzo de 1966, acaba de regresar de Harvard donde tomó unos cursos y da conferencias sobre eso: “Ay, amigos, permitidme que evoque las innúmeras ocasiones en que, a causa de mi not so brilliant pronunciation me quedé comiendo una cosa por otra”, decía en el Excélsior el 14 de mayo de 1966.

Manuel Monsiváis, el mismo tío que le inculcó el gusto por los boleros, reunió también invitaciones y anuncios de la venta de sus libros. Los pegaba en hojas de cartoncillo y mandaba encuadernarlos con pastas rojas.

Entre los 60 y 70, la discusión en torno a Monsiváis tiene que ver con la mafia (un grupo “que no existe” pero que dicta el canon de la cultura), reunido en torno a Fernando Benítez y también denominado CAMP, definido así por José Luis Cuevas: “La ‘c’ por Cuevas, la ‘m’ por Monsiváis, la ‘p’ por Luis Guillermo Piazza (un argentino sin gomina) y la ‘a’, bueno, la ‘a’ es por ‘ah, se nos olvidaba Fuentes!”.

Pocos temas como este dan para tantas notas. Se entrevista a Benítez –”la mafia es un invento de los mediocres”–, se escriben ensayos, Jacobo Zabludovsky los pasa por Canal 4 y, en septiembre de 1966, cuando se anuncia la detención de 13 traficantes italianos en Nueva York, el caricaturista Alberto Isaac se pregunta en El Sol: “¿Qué? ¿Y ningún intelectual?”. El chiste gráfico añade: “Cuevas, Monsiváis y Piazza, huyeron”.

La controversia sobre “la mafia” cede en 1966, solo ante otro escándalo: Monsiváis ha publicado su primer libro. La Poesía Mexicana del siglo XX, una “antología exterminadora”, según los excluidos, unos 30. “No estoy en ella porque no soy un monstruo de su frisoteca”, dice Abigail Bohórquez. “Si Monsiváis no me incluyó es porque tiene mal gusto”, añade Óscar Oliva.

Quienes reconocen a Monsiváis, José Emilio Pacheco, Emmanuel Carballo, entre ellos, afirman que desde 1928, con la antología de Jorge Cuesta, no se había publicado una selección tan rigurosa. Aunque los críticos insisten: es mejor el prólogo que su contenido.

La primera nota de Monsiváis y Octavio Paz reunida en la colección familiar es del 11 de agosto de 1967. Diez días antes Paz, de 53 años, ingresa a El Colegio Nacional y Monsiváis hace la crónica: “El vasto, prolongado aplauso que recibe a Octavio Paz consiente la reflexión: México dispone ya de un nuevo monstruo sagrado: Octavio Paz o el mito de la inteligencia, la lucidez, la pasión creadora”.

Faltan siete años para que los dos protagonicen el último gran debate intelectual en México. Es agosto de 1970 y Monsiváis es fotografiado con un saco marinero, maletas, libros, abrigo, el caos en ambos brazos a punto de tomar el avión a Londres para dar un curso de literatura. Parecía resolver un conflicto. Su Autobiografía cerraba de esta manera: “Tengo 28 años y no conozco Europa.”

En 1977 publica Amor perdido, una antología de sus crónicas que en un mes agota 4 mil ejemplares. Después viene una polémica publica con Paz sobre la relación de los intelectuales con el poder, el papel de la izquierda y los proyectos nacionales. En un país acostumbrado a las discrepancias del América contra el Guadalajara o de Monzón contra Mantequilla, escribe Ángeles Mastreta, la población no sabe cómo salir de su asombro.

De haber una sección de curiosidades, esta sería muy amplia. Hay una foto de septiembre de 1969 de Monsiváis con la actriz Alicia Rocha. Ella fuma, él la abraza, le besa la sien y el pie de foto de El Heraldo dice: “Se corrió el rumor de que Carlos Monsiváis y Alicia Rocha van a casarse. La gráfica es elocuente, ¿no es verdad? O decenas de caricaturas. En una de 1995, Batman amenaza: “¡Voy a llamar a Carlos Monsiváis”; un fotógrafo pregunta: “¿Documento tu optimismo, roedor?”. “Hay que disparar, antes de que llegue el baticronista!”, advierten los malhechores.

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