Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jesús Mendoza Zaragoza

Va para largo

Sí, la superación de la violencia y de la inseguridad en el país va para largo. Y más aún si no se ponen las condiciones para que eso suceda, si no se toman las decisiones atinadas para atender a las causas profundas de esta crisis nacional. Parece que en Guerrero se multiplican los focos rojos y solamente se atienden a sombrerazos. No hay razones para pensar que esta crisis pasará pronto, por dos razones.

La primera razón está en el hecho de que la violencia que nos circunda es multifactorial y, además, sus causas son de una profundidad insospechada que no es reconocida aún. Hay una manera muy vulgar de referirse a la violencia como si ésta nos hubiera asaltado en la vuelta de la esquina, de una manera tan sorpresiva que no nos ha dado tiempo para protegernos. Esta manera tan ingenua o hasta insidiosa de tratar el tema de la violencia, muy común en gobernantes y en ciudadanos, indica que no se le ha dado la seriedad a pesar del gran costo social que ha tenido hasta ahora y que seguirá teniendo en el futuro.

En México se ha dado la convergencia de factores históricos que han dado como resultado esta crisis humanitaria de tan alto costo para todos, sobre todo para quienes han sido víctimas. La evolución histórica del siglo pasado ha tenido que desembocar en esta tragedia social mediante la conjunción de factores económicos, políticos, culturales y sociales, vinculados a instituciones y a las mismas estructuras del país.

La segunda razón es que no nos hemos responsabilizado de esta historia generadora de este desastre nacional que está causando mucho dolor. Y no ha sucedido, en parte, por falta de honestidad ante la misma realidad. Últimamente se han visto señales desde el gobierno para invisibilizar la violencia, ya sea negándola o minimizándola, como si fuera un mal menor. Y muchos gobiernos, aún cuando también han sido golpeados, se la van llevando, dicho coloquialmente, nadando de muertito. La manera de gobernar no ha sido modificada para afrontar la violencia que amenaza a todos en cualquiera de sus formas.

Y si no se han responsabilizado los gobiernos, tampoco lo ha hecho la sociedad. Hace unos años, allá por la crisis de 2011 en Acapulco, llegué a pensar que estábamos ante una oportunidad única para generar una movilización social de gran envergadura, pues el hecho de que la ciudad estuviera en una situación de crisis nos haría reaccionar de manera masiva y generar acciones que vincularan a todos los sectores sociales. Pero no sucedió nada de esto. La apatía añeja mezclada con el miedo y el enojo nos paralizaron. Los empresarios, muchos de ellos ocupados en sus negocios como si fueran islas, estaban empeñados en que todos habláramos bien de Acapulco. Las escuelas y universidades, casi todas, ajenas al tema; los maestros organizados, más ocupados en sus demandas gremiales pero poco sensibles a la suerte de la sociedad. No ha habido la necesaria responsabilización social en la que, de manera honesta, todos reconociéramos que hemos sido corresponsables en la generación de la violencia, como punto de partida para superarla.

Así las cosas, sólo nos queda echarnos al desierto como lo hizo el pueblo hebreo, sabiendo que hay que hacer un largo recorrido y que ninguno de nosotros va a ver la Tierra Prometida que mana justicia y paz. Tenemos que hacer camino y morir caminando por el desierto, esperando que sea otra generación la que pueda beneficiarse de esta dura travesía, tan llena de amarguras. Si para Israel, el desierto fue una oportunidad de purificación de las marcas dolorosas de la secular esclavitud que llevaba en el alma nacional, como condición para forjar una sociedad libre de esclavitudes, en nuestro caso se requiere apostar a la transformación de las personas que puedan forjar condiciones distintas para que México sea distinto. Porque la paz es una construcción que necesita de todos. Y no la tendremos si no participamos todos.

México cayó, poco a poco y sin que nos diéramos cuenta del todo, en un abismo que lo ha desangrado en los últimos años y tendrá que salir de ese abismo, pero a su debido tiempo. Porque con estos gobiernos que tenemos y con esta sociedad tan adormecida no es posible que las cosas sean de otra manera. Por eso, es preciso aprender a mirar lejos, a largo plazo, al horizonte último que nos sirva de utopía para hacer hoy lo que haya que hacer para que suceda un día la Tierra Prometida. Los gobiernos solo miran hasta tres o hasta seis años y por eso no tienen capacidad para construir la paz. Y cuando miran, solo miran hasta la punta de la nariz y no alcanzan a ver la hondura de su responsabilidad política. Y la sociedad lleva su ritmo, tendrá que ir aprendiendo, entre amarguras y apuros, a hacerse responsable de sí misma.

Dos condiciones sustanciales se requieren para que suceda la paz y no me canso de señalarlas: democracia y desarrollo integral. Todas las maromas que se hagan son inútiles si no se ubican dentro de estas macro condiciones. Por eso, cada cosa, por insignificante que parezca, que se oriente hacia una mayor democracia y hacia un desarrollo integral de las personas y de los pueblos, merece ser reconocida y apoyada. Desde la cultura, desde la educación, desde la política, desde la economía, desde la religión y desde todas partes, pueden generarse iniciativas en ese sentido. Pero hay que saber esperar, con paciencia proverbial de Job, el tiempo del deseado fruto de la paz.

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