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Tomás Tenorio Galindo

OTRO PAÍS

* Clases medias, pobres y ricos: la raíz del mal

El estudio dado a conocer la semana pasada por el INEGI sobre las clases sociales mexicanas tiene una importancia superior a la que se le atribuyó en el momento de su presentación, porque no solamente replantea el viejo debate sobre si la clase media predomina en el país, sino que actualiza la información sobre el todavía más viejo problema de la pobreza y la desigualdad social, y en última instancia califica el trabajo realizado por los gobiernos de las décadas recientes para combatir estos rezagos fundamentales.

La información del INEGI puso el acento en el crecimiento de cuatro puntos porcentuales experimentado por la clase media, medida por el tamaño de la población y el número de hogares, entre el 2000 y el 2010. En esos diez años, la clase media nacional pasó del 35.2 por ciento de la población (38.4% de los hogares) a 39.16 (42.42% de los hogares).

Pero el hecho de que ese 4 por ciento de la población haya conseguido escapar de su condición social y quizás romper las ataduras de la pobreza es una noticia que palidece frente a las otras  que contiene la investigación del INEGI, pues también reporta que 59.13 por ciento de la población (55.08 % de los hogares y 66 millones de personas) constituye la clase baja, una gigantesca masa de seres humanos sometidos a toda clase de carencias.

Corona el reporte el dato sobre la clase alta, zona privilegiada a la que pertenece el 1.71 por ciento de la población y 2.50 por ciento de los hogares, cifras tan pequeñas que muestran cuán profunda es la desigualdad social que aqueja al país.

El INEGI precisa que “en términos absolutos a nivel nacional la clase media ascendía en 2010 a 12.3 millones de hogares y a 44 millones de personas”, y que “tres cuartas partes de estas magnitudes se concentran en áreas urbanas”. Advierte también que en su investigación, “clase social baja no es sinónimo de pobreza”, pero señala que los mexicanos clasificados como pobres están incluidos en el 59.13 por ciento considerados de clase baja. Si se entiende bien, en la frontera entre pobreza y clase baja existe una región difusa, sujeta a los sobresaltos económicos del país, que pueden hacer que aquellas familias que pertenecen a la clase baja sin ser pobres, puedan serlo; y al revés, que familias pobres “suban” y dejen de serlo para nada más ser de clase baja.

No parece que tales vaivenes sean tan benignos con esas franjas de pobres, por lo que el propio INEGI admite que la pobreza “es una condición que puede presentarse con mayor probabilidad para la clase baja que corresponde al 55.1% de los hogares y 59.1% de la población del país”. En resumidas cuentas, es evidente y de sentido común que la clase baja del país está constituida por los pobres, y de acuerdo con el documento del INEGI resultan ser más que el 46.3 por ciento (52 millones de personas) oficialmente establecido por el Coneval. Y es ahí donde está el valor de la información, pues ofrece una fotografía del México real, un país de pobres, no de clase media, que paradójicamente produjo al empresario más rico del mundo.

Probablemente para no exponer la penosa situación salarial del país, en su estudio el INEGI optó por una metodología que prescinde del ingreso para clasificar a las clases sociales. Prefirió utilizar el gasto que realizan las familias, por ejemplo en comidas fuera de la casa, en computadora, telefonía y tarjetas de crédito. De haber empleado el ingreso familiar, podría haber resultado que las clases medias en realidad no son sino la prolongación apenas menos desdichada de la clase baja. No es del todo convincente la explicación que el INEGI ofrece para justificar la eliminación del ingreso en la investigación, pero de todos modos los datos están disponibles y de tanto en tanto son recogidos por la prensa. En 2010 –y con datos también del INEGI, para la misma época de su estudio– el salario promedio de alrededor de 25 millones de trabajadores era de uno a tres salarios mínimos, aproximadamente cinco mil pesos mensuales. Unos diez millones ganaban al mes tres salarios mínimos, y solamente 7.5 millones obtenían de tres a cinco salarios mínimos. El resto –del total de 44.5 millones de trabajadores–, ganaba más de cinco salarios mínimos. En ese año, la canasta básica costaba 4 mil 600 pesos, por lo que adquirirla exigía casi todo el ingreso de un trabajador. (La Jornada, 27 de febrero de 2011).

Parece complicado que alguno de los trabajadores que entonces ganaban hasta cinco salarios mínimos, pudiera estar incluido en el rango de una clase media que cada tres meses gasta más de cuatro mil pesos en comidas fuera de la casa y paga tarjeta de crédito, que como cualquier tarjetahabiente sabe, crea una relación de esclavitud. Con los mismos datos y con algo de generosidad, la Organización Internacional del Trabajo estimó en 2012 que el salario promedio en México era de 8 mil pesos mensuales (609 dólares), una cifra absurda comparada con los 3 mil 263 dólares de Estados Unidos o los 2 mil 903 dólares de Corea del Sur. (Revista Merca2.0, 12 de abril de 2012).

Frente a esa realidad apabullante, el contraste lo proporciona la fortuna de Carlos Slim, que es de más de 70 mil millones de dólares, y de los 15 empresarios mexicanos que cada año figuran en la lista de los cien más ricos del mundo.

El estudio del INEGI demuestra que México genera riqueza, pero no la distribuye. También demuestra que las políticas públicas de los 30 o 40 años recientes han fracasado indiscutiblemente, lo que incluye a cinco gobiernos del PRI y dos del PAN. Esos siete gobiernos no pudieron reducir ni la pobreza ni la desigualdad, ni mitigar el sufrimiento cotidiano de las familias atrapadas en ese 59.1 por ciento de la población nacional. No es el caso de un sexenio o una década perdida, sino de medio siglo. Y el futuro no parece promisorio porque el nuevo gobierno del PRI aplica el mismo modelo que ha mantenido la pobreza y la desigualdad, y que lo más que permite es que las clases medias aumenten 4 por ciento cada diez años. A ese paso, la actual clase baja tardaría unos cien años en convertirse en clase media.

 

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