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Tlachinollan

Callar, pagar y huir… para sufrir y sufrir

Como de costumbre, Juan se levantó a las tres y media de la mañana para bañarse a prisa y a  jicarazos  en el patio de su casa. Al salir, la lluvia pertinaz lo obligó a apretar el paso, sor-teando los charcos que abundan en la calle-barranca que lo conduce a la carretera principal. Temía que sus compañeros lo dejaran, porque la cita era a las cuatro en punto. En los tramos ásperos del pavimento, corría, confiado en su fuerza y habilidad para caminar en las pedregueras y lodazales de La Montaña. Absorto por el problema de su hijo enfermo y por las deudas económicas que se han vuelto impagables, avanzó sin temor alguno por las callejuelas oscuras y quebradas, donde solo el ladrido de un perro, daba cuenta de su presencia. No recuerda bien cómo fue que un carro sin luces se atravesó en su camino. Asustado por el riesgo de ser atropellado, contuvo sus pasos. No pudo reaccionar de otra manera ante lo que representaba un peligro inminente. Impávido y desconcertado fue presa fácil de tres jóvenes armados, quienes bajaron del carro para subirlo a empellones en el asiento trasero del vehículo. De inmediato le vendaron los ojos y para someterlo lo tundieron a golpes. Perdió por unos momentos el conocimiento y ya no pudo ubicar el rumbo por donde lo llevaban. Después de dos horas aproximadamente, en la casa paterna recibieron de sopetón la noticia de que uno de sus familiares había sido secuestrado. La amenaza de que le quitarían la vida si en pocas horas no cumplían con la exigencia de juntar cientos de miles de pesos, los colocó al borde de la locura. Era una pesadilla soportada con la crudeza de la realidad. La muerte inminente entraba por el auricular del celular. El mismo timbre del teléfono figuraba ser el accionar de un arma de fuego

Ante este sufrimiento impuesto a control remoto ¿qué hacer, cuando las acciones delictivas ya forman parte del modus vivendi de grupos que han hecho del delito una actividad cotidiana y lucrativa?  ¿Qué decir y qué pensar de las autoridades que son omisas, cómplices  e insolentes? ¿A quién asirse ante tanta perversidad y violencia desenfrenada? ¿Cómo reaccionar ante quienes sin ningún empacho canjean la vida por dinero? ¿Para qué nos sirven las leyes y cuál es la razón de las instituciones encargadas de velar por la seguridad y de garantizar justicia? ¿Cuál es la racionalidad que priva en las autoridades y en los cuerpos policiacos, militares y de la Marina que les impide cortar de tajo la maraña delincuencial que cohabita en los sótanos del poder público?

Ante el dilema de la vida o el dinero y frente a autoridades que no gozan de reputación alguna, la población agraviada se hermana en el dolor, y en medio de su precariedad se organiza para atender los requerimientos de los depredadores de la vida. Es imposible juntar la cantidad que exigen, sin embargo, siempre hay en este esfuerzo el deseo y la súplica de entregar todos los recursos que están a su alcance. Se desprenden de todo con tal de garantizar la vida de su familiar. No tienen otra alternativa que cumplir todas las indicaciones para la entrega del rescate. La gente ya no está dispuesta a correr más riesgos, pi-diendo la intervención de las autoridades, porque por experiencia sabe de la ineficiencia, el burocratismo y la permeabilidad que caracteriza a las autoridades encargadas de investigar los delitos. No les queda de otra que negociar, que buscar el mejor arreglo y de solicitar las garantías mínimas de que entregarán a su familiar sano y salvo, con el compromiso de que  cumplirán a cabalidad con el dinero pactado.

El milagro se patentiza cuando el familiar es abandonado en algún camino y llega vivo con los suyos. Está alegría envuelta en llanto, coraje e impotencia, obliga  a las víctimas a dar un giro total en su  vida familiar. Se trastoca lo más profundo de la existencia y se colocan en el dilema de vivir siempre bajo zozobra o huir, para ir en búsqueda de otro derrotero con el único afán de empezar de nuevo, de curarse de todos los males, de cubrir poco a poco las deudas y de poder reconstruir la propia vida y la de la familia.

Para mucha gente ahora huir de la comunidad, del municipio y del estado se ha convertido en un mal menor para sobrevivir. Es una alternativa para prolongar la vida, aunque sea con mayor sufrimiento, porque la cruz del desempleo, la carencia de un patrimonio familiar y las deudas que se agigantan, no son más que la sombra de una muerte invisible, que carcome poco a poco la fuerza, el ánimo y el deseo de seguir luchando para que los hijos e hijas vivan.

Este calvario es insoportable enfrentarlo en la soledad familiar. No hay energías para salir a flote, por eso a nivel nacional, los familiares de las víctimas de desaparecidos han dado un gran ejemplo de tenacidad, de valor y de dignidad. Se han organizado para pedirles cuentas a las autoridades por su inacción y su complicidad. Por permitir la consumación de tantas atrocidades como secuestros, desapariciones, ejecuciones y violaciones sexuales. El movimiento de familiares de víctimas de la violencia y de violaciones graves de derechos humanos ha cimbrado este aparato de poder que es obtuso e impune.

Los familiares de las víctimas lideradas en un primer momento por Javier Sicilia, sentaron al presidente de la República y le espetaron a toda la clase política su falta de solidaridad y compromiso con las víctimas. Su insensibilidad y su ciega obstinación por mantener inalterable su política guerrerista, sin que le importaran los miles de jóvenes asesinados y de-saparecidos. Con la fuerza de su dolor y su gran calidad moral las madres de las víctimas se apostaron en los recintos públicos e hicieron visibles sus rostros, honraron la memoria de sus hijas e hijos y no se han cansado de buscarlos en todos los rincones de nuestro país.

Este movimiento pudo lograr que los legisladores y el mismo presidente de la República expidieran la ley general de víctimas, que fue la coronación de un esfuerzo titánico, porque a pesar del sufrimiento, de su entrega to-tal para encontrar a sus hijos e hi-jas, dedicaron tiempo para proponer una ley de víctimas, trabajaron en ella y demostraron las graves carencias que arrastra la clase política que desconoce las grandes conquistas que han alcanzado en otras latitudes los familiares de desaparecidos en el campo legislativo. Esta lucha es inédita porque los mismos familiares han construido sus propias redes de búsqueda de los desaparecidos y han emplazado a las mismas autoridades federales para que pongan en operación su propia unidad de búsqueda  con el fin de  encontrar a las y los desaparecidos.

En Guerrero esta lucha de las víctimas de la violencia ha increpado a las autoridades por su de-sinterés y porque no son de confiar. Han defraudado a la población y no están en realidad comprometidas con las víctimas. Juegan con el dolor de la gente que sufre, que padece los estragos de la delincuencia que está en connivencia con las corporaciones policiacas y elementos de las fuerzas armadas. Esta dramática constatación ha obligado a que la población busque otras alternativas para hacer frente a esta vorágine delincuencial. Después de haber ensayado diferentes formas para hacerse escuchar por las au-toridades estatales, acudiendo con el mismo gobernador, los procuradores, los fiscales, los presidentes municipales, la población agraviada no ha encontrado una atención y respuesta seria y comprometida. Se ha desengañado que la palabra y la promesa de la autoridad es una falacia, que todo se reduce  a una mera simulación. No hay una estrategia clara para hacer frente a todos estos desafíos que ponen en entredicho la probidad y capacidad de los gobernantes.

Por esto mismo la población ha desbordado a las mismas autoridades. El hastío de la gente ha tocado fondo y lo está manifestando de diferentes maneras en cada región del estado. Ante el desdén y la inacción de las autoridades, los ciudadanos y ciudadanas han tomado en sus manos la autoprotección, el cuidado de su propia seguridad. Se están organizando no solo en el campo, sino también en las ciudades para contener la avalancha delincuencial, con sus propios recursos humanos, tecnológicos y financieros. Lo peor de estas salidas extremas es que la población no solo se cuida de los grupos delincuenciales, sino de las mismas autoridades y cuerpos de seguridad, porque saben que están en coordinación con aquéllas y que en la opacidad mantienen negocios compartidos.

No es casual que las mismas autoridades estén bloqueando y golpeando estas iniciativas. Lo hacen, no de la mejor manera, (de que estén buscando que las leyes funcionen y que las autoridades cumplan con sus responsabilidades para poner orden al caos delincuencial), sino simple y llanamente para que no se trastoquen sus intereses, para mantener los cotos de poder y obviamente para seguir lucrando con este régimen que se ha robustecido con la corrupción y con todos  los negocios ilícitos que han crecido bajo la protección de los jefes políticos, policiacos y militares. Nada se mueve dentro de este sistema si no es por orden y gracia de quienes tienen el control y los hilos del poder. Si se han expandido y empoderado las organizaciones criminales en las siete regiones del estado, no ha sido por el poder invencible que aparentan ostentar, sino por su capacidad de persuasión, colusión, corrupción y complicidad con quienes dicen representar los intereses de la sociedad y que en su nombre gobiernan. Con estas acciones se busca derrotar a la sociedad estrangulándola con los negocios galopantes del crimen organizado, que obligan a que la gente calle, pague y huya del estado… pero no todos y todas están dispuestos a acatar sumisamente este destino. Por eso cada día que pasa, la gente levanta su voz y se organiza para garantizar su propia  protección.

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