Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Botica 16

Cuauhtemanía

 

El descubrimiento de los restos de Cuauhtémoc en Ixcateopan, Guerrero, el 26 de septiembre de 1949, por la profesora Eulalia Guzmán, despertó en el país lo que hoy podría calificarse como una Cuauhtemanía. Con el nombre del último emperador azteca serán bautizados niños mexicanos de todos los estratos sociales –pobres, ricos, rubios, blancos, morenos e incluso acharolados. Se romperá así dramáticamente con prejuicios y tabúes seculares en torno a la raza primigenia (Cuauhtémoc Cárdenas Solór-zano no estará entre ellos pues había recibido las aguas lustrales 15 años atrás).

Los bronces del “único héroe a la altura del arte”, como lo llama el poeta, surgirán como hongos en el territorio nacional. Su nombre honrará ciudades, calles, colonias, plazas, escuelas, bibliotecas, estadios, buques, parques, fondas, misceláneas, tortillerías, cantinas e incluso lupanares (La Lanza de Cuauh-témoc, uno de ellos). Bautizada con el nombre del Tlatoani, una empresa cervecera aprovecha el boom para identificar las virtudes de su producto con las del Joven Abuelo (?). Ello le facilitará penetrar a un mercado hasta entonces insospechado en selvas, cañadas y serranías.

La avenida Cuauhtémoc de Acapulco fue producto de la misma fiebre. Las placas azules con el nombre del general Álvaro Obregón fueron arrojadas a la basura para colocar las de la nomenclatura indígena. Nunca nadie propondrá rescatarlas para bautizar otra calle o callejón de la ciudad, perdiendo así el Manco de Celaya una última batalla esta vez en el sur. (La Cuauhtémoc había nacido con el nombre de Barrio Nuevo).

 

Un grito

 

Un alcalde de Coyuca de Benítez, de aquellos años del gran hallazgo óseo, encabeza la noche del 15 de septiembre la rememoración del Grito de Dolores. Enarbola con la mano derecha la bandera tricolor y con la izquierda ase el cordón que hará sonar una campanita prestada por la parroquia local. Lo acompañan en el fervoroso ritual “la señora presidenta,” como llama el pueblo a su esposa (y por algo será); los regidores del Cabildo, el jefe de la partida militar, la Flor más bella del Ejido y más. Llegadas las 11 de la noche el primer edil sale ante una multitud muy disminuida para lanzar a los cuatro vientos, con toda la potencia de sus pulmones:

¡Viva la Independencia Na-cional!

¡Vivan los héroes que nos dieron patria y libertad!

¡Viva Hidalgo!, ¡Viva Mo-relos!, Viva Allende…!

El alcalde cabestrea en este momento y es que el secretario del Ayuntamiento se le acerca para urgirle: “¡el Joven Abuelo, señor, el Joven Abuelo!”.

El hombre no se inmuta y entonces lanza un sonoro ¡Viva el señor presidente don Adolfo Ruiz Cortines! (Reprobado en historia pero sobresaliente en política, se dirá de él).

 

Otro grito

 

Nicolás Chautenco es un popular albañil de Atoyac de Álvarez. Pueblo convencido de que el día en que se construya un puente colgante sobre el arroyo Cuitero (Cohetero lo llaman los exquisitos), el media cuchara tendrá que ver con la obra. Nadie en la región conoce las circunstancias en que Chautenco perdió la oreja derecha y tampoco nadie se lo pregunta. Por esa razón cubre el auricular con un paño colorado atado alrededor de la cabeza, sellándolo con un sombrero de palma. Nunca es diferente.

Ladislao Sotelo se sopla medio vaso de mezcal sin mover un solo músculo de la cara. Y aconseja: “No hay nada mejor como esto para abrir la garganta”. La quiere libre y expedita para lanzar su primer Grito de Independencia como alcalde de Atoyac de Álvarez.

Nervioso como venado lampareado, el primer edil se muerde un padrastro del dedo meñique de la mano izquierda, mientras lleva en la derecha una tarjeta bond media carta. Contiene la proclama dispuesta por la ortodoxia republicana para ritos tales. No obstante que su fe es ciega en la sabiduría del secretario municipal, está seguro de que la nómina de héroes que aquél le ha entregado es incompleta.

–Ya sabía yo que aquí falta uno y muy chingón –se dice el primer edil rumbo al sitio donde dará El Grito. –¡Claro que falta, si no soy tan pendejo! –asume pero el nombre del ausente, si bien lo tiene en la punta de la lengua, no viene a su memoria. Entonces, detiene abruptamente su marcha para urgir a su séquito:

–¡Rápido, rápido!… ¡¿có-mo se llama el hombre del paño en la cabeza!?

–¡Chautenco, señor presidente, Chautenco!–, responden a una voz los corifeos.

–¡Bola de pendejos! –estalla el alcalde y corre a dar el Grito.

Cuando vitoreé a “mi general José María Morelos y Pavón”, Sotelo lo hará con particular emoción.

–¡Cómo chingaos no me iba a acordar!

 

ALM-Ike

 

Acapulco se convierte el 19 de febrero de 1959 en escenario de la entrevista entre los presidentes de México Adolfo Ló-pez Mateos y de los Estados Unidos, Dwight D. Eisen-hower. Las conversaciones entre ambos mandatarios se celebran a bordo del yate presidencial Sotavento, anclado permanentemente en el puerto.

López Mateos lanza ante el gigante del norte un rollo na-cionalista demandando la de-volución de El Chamizal, un territorio mexicano que había quedado del otro lado al cambiar el curso del río Bravo. El héroe máximo de la Segunda Guerra Mundial escucha, pero no atiende los reclamos del vecino incómodo. Embelesado, admira la bahía en todo su contorno y belleza para luego estallar emocionado: ¡Qué hermosa y estratégica bahía tienen ustedes, mister president, qué grande y tranquila! ¡Estoy seguro de que en ella cabría sobradamente la Séptima Flota del Pacífico! (¿What?).

Por la noche, durante la cena en honor del visitante en el hotel El Mirador, los mandatarios ordenan al solícito mesero (en realidad un general del Estado Mayor Presidencial).

–Para mí un güisqui con agua –ordena Eisenhower.

–Yo prefiero una Coca Cola –opta López Mateos

–¿Coca Cola, mister president? –interviene el huésped– ¿Ignora usted, acaso, que la Coca Cola es mala? Lo dice mi médico, el doctor White, que es el mejor cardiólogo del mundo.

–Es que si tomo güisqui, mister president, no me hará efecto la penicilina que estoy tomando –explica a manera de disculpa el mexicano.

–Me dice el doctor White que yo pude evitar mi primer infarto si he tomado un güisqui tres horas antes de atacarme –revela Eisenhower y remata: Yo por eso desde entonces no las dejo pasar sin tomarme un escocés.

–Mi cardiólogo, el doctor Ignacio Chávez, quizás no sea el mejor del mundo pero es muy bueno y mi confianza en él es absoluta –revira ALM. Él me ha aconsejado que para el corazón es mejor el vino tinto que el güisqui.

–¡Yo que usted me tomaba ahora mismo un güisqui! –in-siste el Güero.

A una señal del general de cinco estrellas, un hombre grueso y rubicundo se acerca a la mesa de honor.

–Mire usted, mister president, le voy a presentar al doctor White, a quien, le decía, considero el mejor cardiólogo del mundo. A él, finalmente, debemos agradecer estar reunidos hoy en este maravilloso lugar. Fue él quien, después de prohibirme viajar a la ciudad de México o cualquier otro lugar de este país, sugirió Acapulco para este encuentro. El sí sabe cuidar mi viejo corazón.

Eisenhower morirá diez años más tarde. Del corazón, of course.

 

Marinero a la mar

 

El presidente de la República en el ARQYVELM (Antiguo Régimen Que Ya Volvió, ¡En La Madre!), era operador absoluto de la JNN (Jugosa Nómina Nacional). Incluía ésta desde un conserje hasta un gobernador, pasando por secretarios de Estado, ministros, diputados, senadores, alcaldes y en general todo aquél que no viviera en el error. (Se alude a una frase todavía vigente del Tlacuache Garizurieta, personaje de la picaresca mexicana para quien “vivir fuera del presupuesto era vivir en el error”). Un engorro, ciertamente, para el “jefe de las instituciones nacionales”, pero irrenunciable por significar la esencia misma del poder.

–¡Tenemos un problema serio señor presidente! –se atreve el secretario privadísimo a interrumpir al Tlatoani vistiendo casimir inglés. Está empeñado en estampar su poderoso garabato en media tonelada de documentos, todos fechados en 1961.

–Y ahora que chingaos pa-sa! –responde molesto el aludido sin dejar la pluma.

–Se trata, señor, de un jefe naval de Acapulco que reclama ser secretario de Marina, pero de acuerdo con la lista de espera, dictada por usted mismo, señor, le tocaría hasta 1975. Y francamente, señor, no creo que llegue.

–Si sabe manejar que le den un barco y asunto arreglado, pero ya déjenme terminar con esto, ¡carajo! –dice la última palabra un hombre de muy pocas .

–No creo que acepte, señor presidente: el yate Fiesta es lo único que tenemos disponible de Acapulco.

–¡Pues que lo hagan diputado federal, ¡chingada madre, pero ya déjame trabajar! –esta sí será la última.

–Así se hará, señor presidente, con su permiso.

 

El candidato

 

“El vicealmirante Gabriel Lagos Beltrán, candidato del PRI a diputado federal por el cuarto distrito. Militancia y popularidad aseguran su triunfo en los comicios del 2 de julio. Es el Hombre que tanto hemos esperado los costeños, declara sin rubor el líder municipal de tricolor”. (Nota a ocho columnas del diario Trópico).

La campaña se inicia en la plaza principal de Atoyac de Álvarez. El marino vestido de civil balbucea por primera vez el lenguaje de tierra muy adentro.

–¡Pueblo heroico de Tecpan de Galeana…!

Tamaño lapsus no quedará en un murmullo sordo y generalizado, rostros de asombro y risas burlonas. Una voz anónima ubicará geográficamente al náufrago:

–¡Estás en Atoyac de Álvarez, éste sí heroico, viejo hueco!

El intrépido capitán de mares procelosos no intentará componer el desaguisado. Asombrará su salida del atolladero, si bien no convincente, sí ingeniosa:

–¡Digo Tecpan de Galeana como digo San Jerónimo, como digo Coyuca de Benítez, como digo Petatlán, como digo Zihuatanejo, como digo La Unión y como digo Atoyac de Álvarez. Pueblos todos que se engarzan para formar esta heroica, rica y hermosa región de la Costa Grande. A ella, a todos sus hijos, les pido su voto este 2 de julio para representarlos dignamente en la Cámara de Diputados…

–¡Además de hueco, pendejo! –se escuchará la misma voz pero ahora desde los primeros escalones de la Sierra Madre del Sur.

 

Siete heridas en el mar

 

El libro sobre Acapulco que narra la muerte de Apolonio Castillo, aquí desmenuzado en la entrega anterior, se titula Siete heridas en el mar y su autor es David Martín del Campo.

 

[email protected]

468 ad