Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Julio Moguel

HOY, HACE 200 AÑOS

* Las batallas de Morelos

Los Guadalupes

 

Después de la toma de La Roqueta (9 de junio de 1813), en Acapulco, Morelos considera que no habrá más obstáculos mayores para abrir el camino directo a la toma del fuerte de San Diego, movimiento que, ya lo hemos dicho, piensa el máximo líder de la guerra independentista que resulta indispensable para pasar a la fase constitucionalista del proceso insurreccional (ya perfilada para entonces, aunque todavía sin fecha establecida, con la realización del Primer Congreso de Anáhuac que se desarrollará en Chilpancingo).

Pero lo que parecía ya un hecho más o menos simple, basado en gran medida en el peso de todos los ahogos y penurias provocados al ejército realista amurallado por los propios efectos del sitio que habían impuesto los rebeldes desde marzo (acoso que ya sumaba para entonces tres meses y días), se volvió de nueva cuenta un gran dolor de cabeza pues a principios de julio el bergantín español San Carlos, proveniente del puerto de San Blas, alcanzó a surtir a los obcecados defensores del castillo de víveres, enseres, municiones.

Antes de seguir con el curso del relato en el acompañamiento temporal que hemos definido (en el “hoy de hace 200 años”) conviene revisar cómo es que, en la espera de la rendición de los soldados encerrados en el fuerte de San Diego, Calleja y sus realistas se preparan para dar las grandes y decisivas batallas contra la insurgencia, en un punto que ha sido poco visto o analizado por los historiadores especializados, a saber: el que busca enfrentar la gran efervescencia pro-insurgente que en 1813 existe en la ciudad de México, fenómeno muy ligado a la presencia de una agrupación de agrupaciones o red de redes –sumada a las acciones rebeldes– que se mueve en la clandestinidad y que se autonombra Los Guadalupes.

Una primera medida del nuevo jefe realista de la Nueva España (recordemos que Calleja asume el timón de mando del virreinato el 4 de marzo de 1813) consistió en establecer con toda claridad que no habría más concesiones a la dejadez y a la indisciplina en las que se movían las fuerzas civiles, religiosas y militares componentes del bloque del realismo frente al permanente peligro, real y potencial, de los alzados. Leamos lo que el nuevo virrey dice de manera expresa –o entre líneas– en su primera comunicación pública como el gran mandamás de la colonia (marzo de 1813):

“(…) Si a pesar de mi persuasión, y olvidando lo que debéis a la patria, al rey y a vosotros mismos os dejáis arrastrar del egoísmo, de la imprudencia, del odio y de aquellos vicios que no son compatibles con la paz de Nueva España, sabré usar inexorablemente del rigor de la justicia para apremiar a cada cual al desempeño de sus obligaciones, y aun cortar del cuerpo social todos los miembros corrompidos que puedan enfermarlo. Ni el título de americano ni el de europeo será para mí causa de indecisión en el premio o castigo: no reconoceré otros derechos que los que dieren la virtud y el mérito. Y si he probado bastantemente mi sensibilidad y anhelo por la cordialidad y la unión, probaré también que tengo la firmeza necesaria para castigar irremisiblemente a los obstinados y malévolos. Los buenos deben mirarme como a un padre; pero ¡ay de aquel que osare atentar contra la seguridad del Estado! Las leyes caerán sobre su existencia y yo seré el primero que pronuncie el terrible fallo.”

Afinaba entonces Calleja en estos términos lo que se perfilaba sin ambages como una dictadura, acompañando dichas fórmulas de prescripción con severas medidas de reorganización del ejército y del gobierno realista. Mas con un agregado que compete ahora muy directamente a nuestro tema: el cierre de filas contra los rebeldes mantenía la idea fuerte de que el principal enemigo a vencer se encontraba en ese momento entretenido en el cerco militar al fuerte de San Diego, pero no era menos relevante el interés de los nuevos mandos realistas por enfrentar con mano dura (y el mensaje citado se ubica en esa específica dirección) al movimiento urbano emergente sumado a la independencia, proceso que tenía en Los Guadalupes a su cabeza o fuerza de mayores capacidades de guerra.

¿Quiénes eran Los Guadalupes? Es el historiador Ernesto de la Torre Villar quien nos ilustra: “(…) tenían por objeto mantenerse en correspondencia con los jefes insurrectos y proporcionarles noticias y toda clase de auxilios (…)”. Pero sus tareas revolucionarias también eran especializadas y significativamente complejas: “Los dirigentes secretos de la asociación, entre otros algunos de los juristas más notables, asesoraron a los revolucionarios en su labor de organización jurídica (…) Cuando bajo el impulso de Morelos se llegó a elaborar un proyecto más acabado (de Constitución), éste se remitió a los abogados de la capital que hicieron importantes observaciones. Gentes como Sánchez Barquera, Rafael Márquez, José María Fagoaga, Juan Guzmán y Raz, Manuel Sabino Crespo, Bernardo González Angulo y otros, algunos de los cuales fueron de los constituyentes de 1814 (…)”. (Ernesto de la Torre Villar, Los Guadalupes y la Independencia. Editorial Porrúa, 1985).

Moviéndose en la clandestinidad, Los Guadalupes extendían sus tentáculos hacia las altas esferas del aparato virreinal –donde operaban como espías de la insurgencia–, pero se movían también como peces en las aguas propias de la clase media urbana y de la intelectualidad.

Proveedores de fondos al movimiento insurgente, no escatimaban esfuerzo algunos para generar otros tipos de apoyo, uno destacable en particular: el envío a los campos de operación de la insurgencia de una imprenta y de los elementos técnicos necesario para hacer viable su operación.

Pero no eran ni se concebían a sí mismos como simples apoyos externos y circunstanciales de la insurgencia: en algunas de sus ramificaciones hacían intensos preparativos de tipo insurreccional, listos para entrar al terreno de las armas cuando el ejército comandado por Morelos encaminara su paso hacia la capital.

Es destacable el hecho de que Los Guadalupes lograran sostener un intenso intercambio epistolar con Morelos en los momentos más álgidos de la lucha. Una nota en particular nos ofrece claves importantes sobre sus convicciones y disposición a implicarse en la lucha: “(…) nosotros estamos plenamente resueltos a morir o a ser libres y así bajo de estos dos principios no hay cosa que nos acobarde y mucho menos en el día que Oaxaca y Zacatula dan ya un arillo seguro para todo americano que quiera vivir dueño de sus acciones y libre del yugo de fierro que por tantos años nos ha oprimido.” (Carta de Los Guadalupes a Morelos, 5 de agosto de 1813).

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