Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Héctor Manuel Popoca Boone

Tepalcatepec

 

Estamos ahora desde una posición de defensa de nuestra comunidad. Pretendemos que la delincuencia de todo tipo no vuelva a invadir nuestra vida, nuestra propiedad ni a nuestras familias. De algunos años para acá, los cárteles se han disputado esta región. Había muertos, pero era una guerra entre ellos. No se metían con la población.

El problema empezó cuando el gobierno inició el combate duro a los cabecillas, a encarcelarlos o caían muertos en los enfrentamientos. Se les vinieron abajo sus ingresos por el narcotráfico; fue cuando empezaron a pedirle a los pequeños y medianos negocios cuotas por derecho de piso.

Luego siguieron con el secuestro de gente de los pueblos. Aquellos cuyos familiares no pagaban el rescate exigido, simplemente los desaparecían o los mataban. Algunos fueron secuestrados hasta dos veces para sacarles casi todo lo que tenían en su economía familiar.

Después se metieron con la gente de trabajo, con los ganaderos, profesionistas, maestros, taxistas. Decían que nadie iba a molestarnos porque ellos nos protegerían a cambio de una cuota económica.

Total, que se llevaban como 30 millones de pesos mensuales de pura extorsión; contando la cuota, según el tamaño de la casa, que cada familia tenía que pagar mensualmente para vivir con tranquilidad. Adiciónele el pago de quinientos pesos mensuales por carro que teníamos. Todos los lunes a los escolares les exigían 20 pesos antes de entrar a la escuela; a los maestros una parte de su sueldo quincenal. En pocas palabras, teníamos que pagar por poder vivir.

La situación empeoró cuando los delincuentes no solo se contentaron con quitarnos el dinero que teníamos, sino que empezaron a meterse con nuestras familias. Comenzaron a violar muchachas estudiantes de secundaria y de plano tronó la indignación cuando nos exigieron, descaradamente, entregar a nuestras esposas e hijas. A estas últimas se las llevaban y no las regresaban hasta que estaban embarazadas. Lo hacían con mujeres de campesinos pobres como de familias acomodadas. Eso nos enardeció, pero teníamos miedo de actuar.

Daba la casualidad que los del gobierno venían a buscarlos y nunca los encontraban, pero nosotros sí veíamos como se sentaban a desayunar o a comer con los jefes locales de los cárteles. Ante eso, algunos padres de familia tomamos valor y empezamos a reunirnos discretamente hasta el día en que públicamente dimos a conocer nuestro levantamiento de ochenta ciudadanos con nuestras camisetas de policías comunitarios.

Procedimos de inmediato a detener a muchos delincuentes que sabíamos dónde estaban viviendo en el pueblo. Se les decomisaron armas y vehículos. Todos esos malhechores fueron entregados a un grupo del ejército, los soldados los entregaron a la agencia del ministerio público federal y a la policía; y resulta que a las 12 de la noche de ese mismo día ¡todos los delincuentes estaban libres! Ahí nos dimos cuenta que también teníamos en contra nuestra a una parte del gobierno que decía defendernos.

Otros municipios nos siguieron en el movimiento de auto defensa contra los delincuentes. Algunos de estos últimos astutamente se nos infiltraron para que no fueran expulsados de las comunidades y poder seguir haciendo sus fechorías. Pero a pesar de todo, tuvimos buenos resultados porque en tres semanas limpiamos nuestros pueblos de pillos.

Ya han pasado varios meses sin que se presente ningún asesinato, secuestro, violación o extorsión. Pero ahora el gobierno viene a tratar de desarmarnos en vez de reforzar y complementar nuestra labor de limpia. Sabemos que si bajamos la guardia las cosas volverán a darse como antes, porque parte del gobierno está con ellos y nosotros queremos que todo el gobierno se ponga de nuestro lado.

 

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