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Federico Vite

Un Rayuelazo

A propósito de que la novela Rayuela, de Julio Cortázar, cumplió 50 años de haber sido publicada por la Editorial Sudamericana, sigo pensando que esta libro, el más conocido de un excelente cuentista, me parece una lectura que no se aprecia tanto en la medida que uno se hace viejo.

Encuentro un romanticismo caduco, una idealizada París en la que los personajes afincan una especie de Latinoamérica soñada, ideal pues para quienes aún creen en la delicadeza de esa Europa que tanta fama dio a los escritores del boom.

No desprecio las novedades técnicas que Cortázar utilizó en Rayuela ni mucho menos el replanteamiento para acercarse, como lector, a esta novela que miles de personas consideran una catedral irrepetible.

Pero hablemos de La Maga, este personaje que –muchísimas mujeres creen encarnar– renueva el estereotipo de la femme fatale, pero con cierta ingenuidad, con algo de locura maquillada que más bien parece indecisión a ser ella misma.

A ratos noto en La Maga ciertos rasgos de Alejandra Vidal, eje temático de Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato, novela también publicada por Sudamericana en 1961.

Hay varias historias acerca de la mujer que inspiró a La Maga. Una de ellas es la que cuenta el crítico literario Julio Ortega, quien refiere que Edith Aron es el molde del personaje femenino más conocido de Cortázar. Ortega cuenta, al igual que el afamado agente literario Guillermo Schavelzon, que ella y Cortázar se conocieron un 6 de enero de 1950. Tomaron en Buenos Aires el barco Conte Biancamano con destino a Europa.

“Lo vi por primera vez en la oficina de cambios del barco. Vi a un muchacho joven, alto, que hablaba con acento argentino, pero pronunciando la r en la garganta a la manera francesa”, dijo Aron en una entrevista publicada en el 2010 por la agencia DPA.

Aron detalló que en el barco nunca habló con Cortázar. “Bajé en Cannes y el siguió hasta Génova”, comentó.

En París, agregó, me lo encontré tres veces en distintos lugares de la ciudad. “Para él, entonces muy influenciado por los surrealistas, la casualidad contaba mucho. La tercera vez lo encontré en el Jardín de Luxemburgo y allí me invitó a tomar un café. Descubrimos que teníamos amigos comunes en la Argentina, en ese momento ya residentes en París”, señaló.

La historia de Cortázar y Aron terminó en 1978. Una coincidencia los llevó a viajar en el mismo vagón de la estación South Kensington, en Londres. Él iba acompañado de Carol Dunlop, su última esposa. “Julio se sentó a mi lado y me preguntó si no creía que era una casualidad que nos encontráramos allí. Yo le dije que ya no creía en las casualidades. Nunca pensé que sería la última vez, por eso me impresioné cuando un día en un café de Londres, leyendo un diario, me enteré que Julio había muerto”, relató Aron para finiquitar el último encuentro entre ella y el también autor de El perseguidor.

La relación casual, digamos, entre Julio y Edith es sin duda alguna novelable. Rayuela es el plano físico en el que los personajes vierten sus pasiones, sus miedos y la realidad literaria, ese verosímil universo del autor, inmortalizó a La Maga y Oliveira. Dos espectros que encarnan los ideales de quienes habitaron los 60 en Europa.

Otro de los asuntos a comentar sobre el medio siglo de la novela más famosa de Cortázar es que me resulta muy extraño leer los comentarios que varios escritores y editores mexicanos han hecho acerca de Rayuela. Esencialmente destacan la libertad de esta obra. Después de conocer esas opiniones me queda una duda razonable acerca de la concepción que varios narradores tienen sobre la literatura. Si este oficio no es un ejercicio de la libertad, ¿entonces qué es? Rayuela fue concebida en una época en la que las vanguardias pespunteaban el nuevo horizonte estético. ¿Qué se le exigía a una novela de ese momento? Lo mismo que ahora, ir más allá de lo convencional y ofrecer un rasgo de la humanidad. Claro, pudo ser un experimento fallido, pero el paso del tiempo nos indica con solidez que Rayuela posee algo más que la agrupación de recursos técnicos innovadores. Este libro inseminó una forma de ser latinoamericano en Europa, pero no llamaría a eso libertad, sino la normal apropiación del mundo. Y esta es otra de las apuestas ganadas por Cortázar. Julio Ortega considera que su tocayo se encargó de hacer una novela generacional. Un libro que encapsula el espíritu latinoamericano en una geografía extranjera.

Finalmente, celebro que quienes decidan leer Rayuela, no sólo los capítulos que van encontrando en la internet, llegarán a más libros de este cuentista magnífico y en el resto del camino descubrirán a un escritor completo y vital, no sólo enfrascado en la romantización de La Maga, Oliveira y París.

La impresión de la primera lectura de Rayuela me sigue pareciendo aprehensiva. Me hizo notar que el mundo es más amplio y que la posibilidad de narrar la ciudad que uno ama es múltiple, ambiciosa y necesaria. Haber leído la obra cuentística de Cortázar me dejó en claro una sentencia: la literatura sirve para crear puentes con la realidad más íntima del autor, esos jardines de la memoria que uno amuebla constantemente para no sentirse en orfandad eterna.

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