Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Julio Moguel

HOY, HACE 200 AÑOS

* Las batallas de Morelos

* Entrañables heroicos (1)

Mientras llega el tiempo de que nos ocupemos de la toma del fuerte de San Diego, en la segunda semana de agosto (en el “hoy de hace 200 años” dicha toma culminará el próximo 20 de agosto), quisiéramos hablar de algunas de las personalidades y héroes que acompañaron a Morelos en su fase heroica de 1812-1813, pues la fuerza con la que brilla la estrella del cura de Carácuaro tiende inevitablemente a empañar, obscurecer o incluso ocultar a otras de dimensiones inmensas.

No son menos de tres o cuatro decenas de activos participantes en la gesta independentista de esos años sobre los que tendríamos que hablar. Más decenas aún sin sumáramos a miembros de esas redes de independentistas que se hicieron presentes de una u otra forma en acciones clandestinas desplegadas en muchos lugares pero de manera especial en los medios urbanos (en la entrega anterior ya hablábamos de Los Guadalupes). Más decenas e incluso centenas si extendiéramos nuestra vista a las multiplicadas acciones y procesos que hicieron posible la lucha de liberación.

Pero el espacio nos lleva ahora a hablar sólo de unos cuantos. Ya hemos escrito en una entrega anterior sobre la gigantesca figura de Hermenegildo Galeana. Nos ocuparemos ahora de dos más de esos grandes de grandes: Rafael Valdovinos y Julián de Ávila.

Rafael Valdovinos se unió a Morelos en su primer desplazamiento de Indaparapeo a Zacatula, todavía en octubre de 1810. Fue Coahuayutla el lugar en que operó la adhesión, en un formato que incluyó la participación de otros hombres armados. Cuando el cura de Carácuaro pasó por Zacatula y contó con el apoyo de Marcos Martínez y su núcleo de tropa formado por cincuenta soldados (miembros de las milicias realistas que decidieron pasarse al bando insurgente), pudo celebrar, camino a las plazas de Petatlán y de Tecpan, la presencia de dos personajes (Valdovinos y Martínez) con capacidades de mando.

El feliz principio del recorrido insurgente dio un salto cuantitativo y cualitativo, sabemos, cuando en Tecpan se le unieron los Galeana. Pero, como hemos señalado, no nos ocuparemos ahora de esa específica historia. Seguiremos con Valdovinos para encontrarlo a la cabeza de la toma del Veladero, el 13 de noviembre de 1813, en una batalla exitosa que permitió a las fuerzas rebeldes contar por vez primera con una sólida cabeza de playa. La otra, ganada el mismo día bajo la dirección militar directa de Morelos, fue la del Aguacatillo. Con estos dos puntos de fuerza el círculo de atrincheramiento insurgente se extendió a las Cruces, el Marqués y la Cuesta. Todo ello de cara a la importante plaza de Acapulco.

Otros momentos rememorativos significativos aparecerán en la historia en la que brilla Rafael Valdovinos. Pero urge en estas líneas colocar algunas notas sobre Julián de Ávila.

Incorporado también desde los primeros días al joven ejército de Morelos, empezó a medirse como líder militar en el campo de batalla en diciembre de 1810 y enero de 1811. Fue en este mes de enero en el que se desarrolló el combate decisivo en la defensa y toma del Veladero, con un papel destacadísimo que permitió a Julián de Ávila quedarse como jefe superior de guerra del ejército rebelde en ese punto estratégico de la guerra.

La confrontación referida, decíamos, se inició en diciembre de 1810, con el ataque vigoroso del realista Paris a los insurgentes ubicados en San Marcos y Las Cruces. Las colisiones armadas se extendieron a La Sabana, en un oleaje realista que llegó a contar hasta con 2 mil hombres armados provenientes de la plaza de Acapulco. Las capacidades rebeldes de ataque y de defensa tendían a agotarse frente a lo que parecía un inagotable empuje del ejército enemigo, siempre ayudado en sus vaivenes de ataque por los recursos físicos y humanos concentrados en el puerto. Es en tales condiciones que el 4 de enero de 1811, a la cabeza de 600 insurgentes, Julián de Ávila encabeza un sorpresivo ataque al campamento de los realistas, apoderándose de “ochocientos prisioneros, setecientos fusiles, cinco cañones, cincuenta y dos cajones de parque, porción de víveres y otros pertrechos.” (México a través de los siglos, T. III).

La importancia de este triunfo es dibujada con trazo maestro por el pro-realista Alamán: “Morelos, sin haberse presentado todavía él mismo en el campo de batalla, había logrado por medio de sus tenientes, los Ávilas [Alamán identifica en este caso la importancia que tiene también la intervención de Miguel de Ávila, hermano de Julián], batir con fuerzas inferiores a los realistas; y en el corto espacio de dos meses, habiendo empezado la campaña con veinticinco hombres que sacó de su curato, había reunido más de dos mil fusiles, cinco cañones, porción de víveres y de municiones, tomado todo al enemigo.”

Se vive entonces el amanecer del año 1811. Valga en este espacio dar un gran salto temporal para ubicarnos ahora a principios de 1813, dos años y días después de aquel memorable combate, para encontrarnos de nuevo a don Julián de Ávila recibiendo al victorioso Morelos que, regresando de Oaxaca (donde, como sabemos, había triunfado contra los realistas en la batalla del 25 de noviembre de 1812), reinstala sus fuerzas en El Veladero para preparar el ataque a Acapulco y al fuerte de San Diego.

Podrá imaginarse el lector que en el curso de esos dos años se convirtió el Veladero en un espacio de libertad insurgente, campo de entrenamiento, espacio de reservas y regeneraciones físicas y morales, retaguardia preciosa y plataforma imbatible capaz de generar todo tipo de ataques y contraataques de calidad guerrillera contra las fuerzas realistas ancladas en el puerto. “Paso a la eternidad”, estableció el mismo Morelos para señalizar el espacio y definir la presencia tanto de insurgentes armados en ese lugar de libres como la suerte que le depararía a quien, siendo enemigo, se atreviera a cruzar sus escarpadas fronteras. Dos años y días, entonces, en los que don Julián de Ávila destacó no sólo por sus grandes capacidades guerreras sino también por sus habilidades para formar un gobierno de sitio en el que había que lidiar, coordinar, conciliar y, en su caso, ejercer el poder delegado en ese tiempo de guerra.

Cuando Morelos decide entonces tomar la plaza de Acapulco y el fuerte de San Diego, después de su regreso victorioso de Oaxaca, no tiene duda alguna en nombrar a don Julián como cabeza de una de las tres columnas de ataque. Los otros dos grandes en la entrada al combate fueron entonces Hermenegildo Galeana y el teniente coronel Felipe González. El calendario marca entonces los días primeros de abril de 1813.

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