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Debaten escritores la herencia literaria de Roberto Bolaño a 10 años de su muerte

Oscar Cid de León / Agencia Reforma

 

Ciudad de México

 

Roberto Bolaño, ¿un influyente? Sí, responde Antonio Ortuño. Y es que dice que vino a llenar los zapatos pendientes del autor rebelde pero emotivo que muchos lectores parecen estar buscando para sentarlo en el trono que en algún momento tuvo Cortázar. “Toda esa gente”, advierte, “necesita de una especie de Ché literario o estrella polar que guíe sus pasos, y yo sé de algunos que incluso buscan a Bolaño como receta de supervivencia, lo cual me parece inconcebible y una suerte de chiste cruel con respecto al autor, quien me parece que más bien era un poco un cínico”.

Bolaño, fallecido el 15 de julio de 2003, fue internado desde el día 1 de ese mes en el Hospital Universitario Valle de Hebrón, en Barcelona, a consecuencia de una insuficiencia hepática. Al quinto día vendría el coma, mientras aguardaba a un posible donante que le permitiera salvar la vida por medio de un trasplante de hígado. Pero la historia ya estaba escrita y su consagración llegaría después.

–Consagración, curiosa palabra para un rebelde como Bolaño.

“Quien sacraliza su obra”, observa Ortuño, “insiste en que no se le puede tocar ni con el pétalo de una rosa, lo cual es también algo indigno para la propia herencia intelectual de Bolaño, un tipo que justamente destacó por insolente. Es entonces una paradoja cruda que se le sacralice, porque se descafeína completamente”.

De lo que se trata es de partir del aniversario y poner su obra en dimensión. Para ello Reforma convocó a Ortuño junto a un puñado de escritores jóvenes, nacidos todos en las décadas de 1970, 1980 e incluso 1990.

“Me parece que habría que dividir en dos a Bolaño”, dice Ortuño, nacido en el 76 y autor de novelas como Recursos humanos y La Señora Rojo: “Su obra está por un lado, y por el otro el fenómeno, que es lo que vino después y que tenía que ver con la necesidad de figuras que existe en la literatura en español, en un cierto hartazgo, digamos, del interminable reinado del Boom… Desde luego, Bolaño fue refrescante para mucha gente, aunque se terminó volviendo en una suerte de culto con sus profetizas y sus papas. Lo mejor que se puede hacer es leerlo, en la medida de lo posible, al margen de su popularidad y recuperar lo disfrutable que sí existe en los libros de Bolaño”.

–Habla, sobre todo, de Los detectives salvajes, que considera afortunada y redonda, la gran novela de los años 70 mexicanos. Pero ¿por qué leer a Bolaño?

“Hay que leerlo básicamente porque es un magnífico escritor y porque es un autor que ama la literatura y que acerca a sus lectores a La Literatura, con mayúsculas”, advierte Gabriel Rodríguez Liceaga (1980), autor de Balas en los ojos y El siglo de las mujeres: “No me imagino a un lector neófito que, luego de leer el epígrafe en Detectives no se vuelque desconsoladamente sobre Lowry. Bolaño, constante y amorosamente, nos ofrece llaves. Las puertas ahí están, siempre estuvieron ahí…”

Rodríguez Liceaga se inclina también por Los detectives…, una novela que más que un viaje es una huída: “Me resulta imposible ver un Impala color verde sin pensar en dicha novela o cruzar el Parque Hundido sin imaginar a Paz caminando en círculos. La parte final –la del desierto– la leí delirando, literalmente”, cuenta. Por otra parte, su cuento más bello, dice, es El ojo Silva; “cuentazo”.

En cambio, Daniel Espartaco Sánchez (1977), autor de libros como Cosmonauta y Autos usados, no le concede nada. “No creo que necesariamente se tenga que leer a Roberto Bolaño, existiendo tantos libros”, zanja: “Por supuesto que es una referencia, pero ya se ha vuelto tan institucional como el Boom, con la diferencia de que Bolaño nunca escribió una novela al nivel de Cien años de soledad o La ciudad y los perros (…) Para mí, su ideología no es más que romanticismo trasnochado y su culto es el mismo culto de siempre a la marginalidad. La paradoja de culto a Bolaño consiste en que una vez en que se institucionaliza, la marginalidad deja de serlo”.

Se quedaría con Estrella distante, la novela anterior a Los detectives…, si lo obligaran a elegir un libro del autor, pero subraya que podría vivir sin haberlo leído.

Para Ortuño, suele imperar un prejuicio absoluto que a veces pasa por alto la calidad que sí existe en Bolaño: “Una obra hay que ponderarla con justicia, y él escribió al menos, desde mi juicio, un libro grandísimo que dio carta de naturalización a otros acercamientos a la literatura, Los detectives…”

Con 2666, en cambio, simplemente no pudo.

El más joven de los consultados, Darío Zalapa Solorio (1990), autor de Los rumores del miedo, también observa prejuicios hacia la literatura de Bolaño: “Creo que ahora procuramos su lectura siguiendo el rastro de los prejuicios que arroja la crítica. El mayor reconocimiento que podríamos darle, como a todo escritor, sería la lectura, pero no apostaría por un endiosamiento mediante ella. Hay que leerlo y juzgar”.

Bolaño, que antes que novelista se consideraba poeta, con libros como Reinventar el amor y Los perros románticos, también fue autor de novelas como La pista de hielo, Amberes y El gaucho insufrible, o compilados de cuentos como Llamadas telefónicas y Putas asesinas.

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