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Raymundo Riva Palacio

ESTRICTAMENTE PERSONAL

* El virrey en desgracia

Juan Sabines fue gobernador en Chiapas y dejó una huella indeleble que investigan la PGR y las autoridades estatales: presunto desvío de 3 mil millones de pesos que no pagó de impuestos de burócratas, mil 400 millones de pesos de fondos de emergencia por los daños del huracán Stan que no fueron comprobados, 900 millones de pesos de obras no realizadas, y 11 mil 700 millones de pesos de gastos sin comprobar. El año pasado dejó de pagar proveedores, empresas de construcción y dejó una deuda pública de 40 mil millones de pesos. ¿Cómo pudo hacerlo Sabines? Simple: impunidad. Cuando menos, hasta que la PGR y el gobierno estatal, que lo investigan, determinen si es o no culpable de esos desvíos, y se finquen responsabilidades.

En diciembre de 2011 en este espacio se publicó una descripción de Sabines como el arquetipo del político saltador y traidor, que fue priista de convicción, perredista por conveniencia y panista coyuntural. No tiene palabra ni da certidumbres. Es un hombre sin lealtades y de venganzas. Pablo Salazar, su antecesor, fue su tutor y lo propuso como candidato del PRD a la gubernatura. Lo acercó al entonces líder del partido, Jesús Ortega, y lo sentó con el ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador para garantizarle su respaldo. Sabines traicionó a los tres.

A Salazar lo persiguió hasta meterlo a la cárcel, de la que salió varios años después por falta de pruebas. Al PRD le dio la espalda al entregarse al PAN de Felipe Calderón para poder llevar a cabo sus vendettas. Al hermano de López Obrador, Pío Lorenzo, que buscaba un puesto de elección popular, lo bloqueó hasta anularlo de toda contienda electoral en Chiapas. A Ortega lo dejó solo, sin apoyo político cuando lo requería en su lucha interna con el aparato perredista, y caminó hacia Los Pinos, para volverse aliado del presidente Felipe Calderón, como tiro de gracia a López Obrador.

A Calderón también le dio la espalda, cuando en el proceso de sucesión negoció una alianza estratégica con el líder del PRI, Humberto Moreira, quien en acuerdo con el precandidato presidencial Enrique Peña Nieto, se armó una coalición con el Partido Verde y Nueva Alianza. Sabines se comprometió a que la gubernatura sería para el joven del Partido Verde, Manuel Velasco, y la primera senaduría para Mónica Arriola, la hija de la maestra Elba Esther Gordillo, a cambio de que Moreira le permitiera nombrar a Roberto Albores Gleason como líder estatal del PRI.

Moreira se lo concedió, pero la naturaleza de Sabines es otra. Con Albores Gleason, hijo de un ex gobernador, Roberto Albores Guillén, que fue expulsado del PRI en 2006 por haber apoyado a Sabines para llegar a la gubernatura, buscó desbarrancar la candidatura de Velasco, a fin de que, al lograrlo, el líder estatal del PRI fuera el primero en la línea para sustituirlo. Cuando le reclamaron desde la ciudad de México que había incumplido el pacto con Moreira, Sabines respondió que al renunciar el coahuilense a la presidencia del PRI, se iban con él los acuerdos. Su lance, un tanto cínico, le generó mayor recelo y reforzó el apoyo a favor de Velasco.

Cuando la candidatura fue para el Verde, se quiso montar en ella. Hizo correr la versión de que él lo había impuesto, y buscó controlar su campaña. Ya con Velasco en el gobierno, le ha construido la imagen de un gobernador inexperto, débil y fácilmente manipulable. Velasco contribuyó para que la percepción se volviera realidad, al aceptar la imposición de cuatro colaboradores de Sabines en el gabinete: el secretario de Gobierno, Noé Castañón León, el procurador, Raciel López Salazar, el secretario de la Función Pública, César Corzo Velasco, y el jefe del Órgano de Fiscalización Superior del Estado, Humberto Blanco Pedrero. Es decir, al cuarteto que podría cuidarle las espaldas ante las acusaciones de corrupción.

Hace menos de dos semanas Velasco sustituyó a Castañón León, uno de los funcionarios más impugnados del gobierno de Sabines, pero hay pocas razones para pensar que irá contra él. Velasco no ha demostrado el carácter de otros gobernadores para combatir la corrupción, que se rebelaron ante el desastre administrativo que les dejaron sus antecesores. Pero la rendición de cuentas por la vía legal no está en sus manos, sino en las federales. Sabines, que encabezó una especie de virreinato, está ahora en desgracia. Si procederán en su contra o no, dependerá de las investigaciones de la PGR. Pero la impunidad que soñó transexenalmente, eso sí, ya no será posible.

 

 

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