Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Botica 19

*A la memoria de Gloria de la Peña y Castillo, acapulqueña ejemplar y amiga dilectísima. Descanse en paz.

Armando’s Le Club

Armando’s Le Club borra del mapa en diciembre de 1967 al Tequila a Go Go, la orgullosa primera discoteca de América Latina. Aquella no estará mal posicionada, por el contrario, se le considerará entre las más bellas del mundo. La crea y bautiza con su nombre Armando Sotres y la concibe Aurelio Muñoz Castillo, no igualada incluso por la muy exclusiva neoyorkina Studio 54, a la cual sirvió de modelo. ¡Ahí, nomás, pinchemente!, dirá algún personaje del comediante Héctor Suárez, hermano, por cierto, del ingeniero y arquitecto azulgrana.
El chilango Armando Sotres se había iniciado como capitán de meseros de La Perla del hotel El Mirador y había dirigido el cabaret La Diosa de Fuego en el cerro de La Mira, propiedad, junto con la vecina Torre de Piedra, del constructor estadunidense Harold B. Hayes, al servicio de la Marina de su país.
Sotres Castañeda debuta como empresario con su propio restaurante Armando’s, en la calle de La Quebrada 7, un sitio apropiado quizás para instalar una dulcería, por estar entre las escuelas Altamirano y Federal Tipo, pero no un restaurante exclusivo. El ambiente nostálgico y su cocina de cinco tenedores lo harán preferido del turismo internacional. Y sépase que estamos hablando de un Acapulco cuyo turismo extranjero representaba el 85%, contra el 15% nacional.

“Tócala otra vez, Sam”

Otro atractivo del Armando’s Le Club era el artista negro al que muchos confundían con Sam (Dooley Wilson), pianista de la película Casablanca (Ingrid Bergman-Ilsa; Humprey Bogart-Rick). Incluso, algunas damas imitaban a Ilsa con la solicitud de: “Tócala otra vez, Sam”.
Aludían a la canción As times goes by (A través de los años), tema del drama de encuentros y desencuentros (este escribano platicó alguna vez con el pianista aludido en el restaurante El Tirol (junto a Catedral), donde coincidíamos en el café vespertino. Negó entonces propiciar tal engaño; él nomás obedecía órdenes dejándose querer por gringas nostálgicas).

El nacimiento

Luego de conocer el Tequila a Go Go, el arquitecto Muñoz Castillo le propone a Sotres un sitio totalmente diferente. Arquitectura mediterránea en desniveles que culminen con una pista de baile, en la que todos los asistentes se vieran unos a otros. Se trataba de la integración de lo clásico con la modernidad, viviéndose ya el umbral de los setentas.
Un elemento lumínico que hoy resulta incluso chafa, por común, fue traído por Armando Sotres de Nueva York. La esfera con espejos y motorcito que daba vueltas lanzando rayos luminosos, usada en Armando’s Le Club por primera vez en México. La gente, recuerda Muñoz Castillo, quedaba hipnotizada.
Milo Fares, asiduo concurrente a es club, recuerda que cuando la lascivia dancística llegaba a su clímax, se abrían los vitrales del centro de la pista. Entonces caían cientos de globos y serpentinas provocando el delirio de los casi siempre jóvenes concurrentes. Los hubo, se ha de decir, de terceras y hasta de cuartas edades. Cita entre los primeros a Jaime Bachur, quien se adueñaba de la pista ejecutando Zorba El Griego. Por otro lado, al arquitecto Enrique Gómez Tagle le hacían rueda y palmeaban cuando bailaba Hava Nagila. Los del “klan árabe” –Elías, Bachur, Hadad, Fares– nomás se hacían los desentendidos.

Los disc jockeys

–¿Y los DJs?
Los Alcopones, como presentaba Vicente Che Marino a quienes ponían los discos en la cabina, estaban entonces a la vista de todos. Otrora escondidos en cabinas cerradas, aquí, en el Armando’s Le Club, los disc jockeys participaban de la fiesta en calidad de auténticas estrellas de la noche, que lo eran. Con una buena dotación de discos de acetato –LPs y 45–, además de muchas imaginación y buen gusto supieron relevar sin desdoro a las grandes orquestas y conjuntos musicales de antaño Que de romper con el pasado se trataba, un pasado en el que la gente común moría en la cama.
(Maestro de ceremonias non, el Che Marino fue un argentino extrañísimo por simpático y muy querido).

Elitismo discriminador

No hay duda que habían leído a Hitler quienes, con Armando Sotres, diseñaron un sistema para seleccionar a sus clientes (Carlo Ponti, el gerente, entre ellos). Tan efectivo que impidiera a los prietitos y a los jodidos (en calidad de judíos) acercarse al deslumbrante altar del hedonismo. El arquitecto Muñoz Castillo ha dicho algo al respecto: “La disco tenía un concepto muy especial en la manera de distribuir a la clientela, tan efectivo que por el lugar asignado se podía calcular la dimensión de aquella celebridad. En los boots del lado izquierdo estaban los lugares más privilegiados. Ahí estaba la mesa de Armando Sotres y de los VIPs (Very Important Persons o chinguetas o jefitos o meros meros) que fluían constantemente. Así que en los lugares de la derecha había también celebridades y también mesas para parejas alrededor de la pista, lo que fue también una innovación (página de internet). La palomilla acapulqueña tenía reservado su lugar a la derecha, recuerda Deko Pintos.
Aquí es justo y necesario hacer un reconocimiento a un portero de discoteca que no fue gandalla y ojéis como muchos otros. Que no se solazó humillando a jóvenes que ilusoriamente aspiraban a codearse con la “gente bonita”. Incluso aparecer en las páginas coloreadas de la prensa socialité. Jóvenes que, debe decirse, perdían toda noción de dignidad y respeto para sí mismos mendingando el acceso a un lugar negado para ellos. A menos que al día siguiente le pegaran al “gordo” de la Lotería Nacional.
Pero, bueno, estamos hablando de un personaje y no en clase de sociología. Hablando del “Señor Ceballos” quien, en la puerta del Armando’s Le Club, se comportó siempre como todo un caballero y no solo porque vistiera smoking, sino por su trato respetuoso y amable. Cumplió fielmente con su encargo pero sin nunca zaherir a nadie, siempre con la sonrisa como arma poderosa. Un saludo para él y su familia hasta Los Cabos, Baja California.

The King

“Rey de la Noche”, Armando Sotres recibía a los VIPs a la entrada de la disco para retratarse con ellos y tapizar luego las paredes con las fotografías. Ahí, entre muchos otros, le echaron la mano al hombro o le besaron los cachetes Stefanía de Mónaco, el senador estadunidense Edward Kennedy, Tom Jones, Richard Burton, Sean Connery, Elizabeth Taylor, los ineludibles barones de Portanova, Frankie Avalon, Ringo Starr, Kirk Douglas, Ava Gardner y Bárbara Carrera, la chica Bond de Nunca digas nunca jamás. La hermosa nicaragüense contraerá matrimonio en la disco con un “príncipe alemán”.

Le Club

Con Armando’s Le Club –escribió hace años un reportero de El Sur–: Acapulco se convirtió, junto con Ibiza, en capital mundial del hedonismo, el baile, la desinhibición y el reventón sexual y etílico. ¡Órale!
Lo fue hasta 1982, año en que cerró sus puertas.

Boccaccio

La discoteca Boccaccio abre sus puertas en diciembre de 1969 en una principio con la mínima aspiración de capturar a los rechazados del Armando’s Le Club. Fue a partir de entonces, siempre en opinión de Milo Fares, la segunda mejor disco del puerto, con gran ambiente y siempre llena de bellas mujeres.
Aarón Fux, el creador, contrata al arquitecto Aurelio Muñoz Castillo para que le haga una discoteca “más chingona que el Armando’s” y le entrega un solar donde se anunciaba la apertura próxima de una pizzería. Para conseguirlo le había ofrecido al propietario una sociedad con el 25% y otro 25% a Carlo Ponti para que abandonara a Sotres . Y es que, la neta, Fux “no sabía ni madres del negocio”.
Muñoz Castillo, quien había trabajado en el Plano Regulador de Acapulco, demostrará una vez más su gran talento al crear un espacio ideal para la diversión. Lo hará antes y después con Le Jardin, Coyuca 22, Spaguetti House, Sirocco y las residencias miliunonochescas: Arabesque de los Portanova y Labarinto de Kelvin Klein, el de las truzas.
La lista de playboys acapulqueños que nos entrega Milo como habitués del Boccaccio, no incluye a ninguno diferente a los que ya hemos citado en estas entregas. Ello le da a uno derecho a colegir: ¡pero qué necesitadas venían las gringuitas!

Sus palabras

Aarón Fux escribe en su libro Acapulco, ¿Jet set?, ¿cuál?, el requiescat para su Bocaccio:
“A partir de 1986 empiezan a surgir nuevas discotecas, algunas de ellas motivadas por el éxito de Fantasy, y otras por la llegada a Acapulco de jóvenes inversionistas con nuevas ideas y ambiciones de progreso. La primera de esta nueva generación fue News, gigantesca discoteca con un cupo aproximado de mil 500 personas; poco más tarde surgió Extravaganza, de Tony Rullán.
“No podíamos competir con ellas, sin contar las ya existentes como Baby O, Le Dome, Salón Q y muchas otras. La clientela del Boccaccio empezó a alejarse y desde entonces empezamos a sufrir lo que nunca, semi vacíos y vacíos completos en plenos fines de semana.
“Fue así como acepté la proposición del arquitecto Juan Planas de venderle Boccaccio, siendo el viernes 17 de septiembre de 1989 la última noche que abrió sus puertas. Acompañado por muchos y muy queridos amigos, nos reunimos a las 5 de la mañana en la pista de la disco para un último brindis. Yo lloraba”.

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