Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Julio Moguel

HOY, HACE 200 AÑOS

Las batallas de Morelos

Entrañables heroicos (2)

En la entrega anterior (El Sur, viernes 12 de julio) decidimos dar un respiro temporal a las andanzas guerreras de José María Morelos, para hablar de dos magníficos héroes del periodo independentista del que nos hemos venido ocupando: Rafael Valdovinos y Julián de Ávila. Toca ahora dedicar este espacio a Valerio Trujano (Tepecuacuilco, 19 de mayo de 1767), otro grande de los grandes entre los que hemos querido englobar con la fórmula de “entrañables heroicos”.
No puedo resistir la tentación de iniciar el relato sobre Trujano citando lo que dice de él el historiador Bustamante (Cuadro histórico, T. II): “Era de cuerpo pequeño y de espíritu fogoso, pero al mismo tiempo reflexivo y prudente, valeroso hasta el último grado […]; poseía el sigilo y era impenetrable aun para los que le rodeaban muy de cerca; […] dulce y compasivo, ganaba el corazón del soldado sin dar lugar a que le faltase en la obediencia: amó a su patria con el más exaltado entusiasmo”.
Como Valdovinos y de Ávila, encontramos a Trujano militando en las fuerzas de Morelos desde los primeros meses de la lucha independiente; y desde entonces con responsabilidades militares de comando. Dirige por ejemplo con gran éxito la toma de Siloacayapan en noviembre de 1811. Pero es en 1812 cuando el nombre de ese valeroso guerrero alcanza dimensiones sorprendentes, muy cercanas a las que en su momento dieron a Morelos la fama y mito de la imbatibilidad.
Establezcamos contexto. Nos encontramos en los tiempos en que el cura de Carácuaro había logrado romper el sitio de Cuautla y se dirigía a lanzar un nuevo ciclo ofensivo por los escabrosos espacios del sur-sureste (mayo de 1812), en la apertura del periplo que lo llevaría hasta la conquista de la capital de la intendencia de Oaxaca.
Abramos ahora el cuadro de la imagen: desde la tercera semana de febrero (de 1812) la suerte de la guerra se juega en el cerco de Cuautla, donde se encuentran sometidas, con la vigilancia y la presión de la armada realista bajo el mando del mismísimo Calleja, las fuerzas principales del ejército insurgente. El sitio se extiende a lo largo de los meses de marzo y abril, en condiciones en que prácticamente nadie que presumiera gozar de una mínima capacidad de juicio se hubiera atrevido a apostar por la victoria o la salvación de las fuerzas rebeldes. Pero algo igualmente dramático sucede mientras tanto en otra parte del mapa: el 10 de abril, en Huajuapam (Oaxaca; hoy Huajuapan de León), las fuerzas dirigidas por Trujano son cercadas y sometidas igualmente a otro infernal castigo de sitio.
Los cálculos realizados entonces por parte de los estrategas realistas son claros y ofrecen al virrey Venegas las más amplias seguridades de victoria, pues a esas alturas (las que marca el calendario con el referido 10 de abril) las fuerzas insurgentes comandadas por Morelos, encerradas en el pueblo de Cuautla, ya han visto mermadas casi todas su capacidades ofensivas y padecen hambre vil y enfermedades de muy diversa laya (la peste, entre ellas). Conviene en este punto recurrir a la buena pluma del historiador Julio Zárate, citándolo sin economía de texto (México a través de los siglos):
“Aumentaba el hambre cada día; las provisiones del ejército se habían agotado, y los comestibles de las tiendas del pueblo terminaron a mediados de abril. Los soldados y habitantes pacíficos, extenuados, macilentos, parecían espectros errantes entre los ensangrentados escombros. El aguardiente y la miel […] eran el único alimento de aquellos sufridos patriotas […] Las madres veían con sombría desesperación morir a sus pequeñuelos porque sus pechos enjutos no eran ya el manantial de la vida. Comprábase a precio de oro el alimento más ingrato, y los animales inmundos, ranas, lagartijas, ratones e iguanas, eran pasto delicioso de aquellos hambrientos, y cuando ya no tuvieron ni este extremo recurso, comieron cueros remojados […] Y el hambre, la sed, el calor insufrible, los alimentos malsanos, las vigilias, trajeron a los sitiados la peste, esa otra fiel satélite de la guerra […]; cada día sucumbían al furor de la peste treinta o más individuos; no había tiempo ni espacio para enterrar los muertos, y se hacinaban los cadáveres en los atrios de las iglesias y entre los escombros, infestando la atmósfera, y a muchos destrozaban las bombas que no cesaban de caer, esparciendo sus miembros mutilados”.
No era ésta, por supuesto, la circunstancia de las fuerzas de Trujano en su recién inaugurado cerco de hierro en el poblado de Huajuapam, pero todo parecía abonar a la previsión de que con el paso de los días correrían una suerte similar. Más aún si, como calculaban los estrategas militares del realismo, a esas alturas de la guerra Morelos se encontraba ya en la antesala de una derrota mayor.
Contra toda predicción, el sitio de Cuautla fue roto por las mermadas fuerzas insurgentes el 1 de mayo (de 1812) y, con ello, todo el sistema y la lógica del juego se movió. Trujano resistía hasta entonces en Huajuapam en condiciones precarias de víveres y armamento, pero con la hazaña de Morelos una grande esperanza renació entre sus tropas y su potencia y vitalidad de lucha se acrecentó.
Ciento cinco días en total duró el sitio de Huajuapam. Fue el 24 de julio cuando las fuerzas de Morelos –acompañado en su conducción por Miguel Bravo, los padres Sánchez y Tapia, Juan José Galeana, Vicente Guerrero y el propio Trujano– reventaron las pinzas de las fuerzas realistas comandadas por Caldelas y Régules. La ganancia guerrera resultó descomunal. En el registro de José María Luis Mora: treinta cañones y un millar de fusiles, agregando una gran cantidad de víveres, parque, caballos. Los prisioneros, en un número superior a 300, fueron enviados al sólido y bien resguardado presidio insurgente de Zacatula (recordemos que fue aquí donde en octubre de 1810 Morelos entró a las tierras del sur).
La resistencia de las fuerzas de Valerio Trujano en Huajuapam, impuso entonces las condiciones necesarias y suficientes para que el genio de Morelos pudiera abrir la conocida línea ofensiva que el 25 de noviembre (de 1812) lo llevó a la conquista de la ciudad de Oaxaca. Para luego seguir en su ruta de regreso a Acapulco. A este específico punto del “Hoy, hace 200 años” volveremos en próxima entrega.
Pero no puedo terminar este artículo sin mencionar que ese triunfo del ejército de Morelos sobre la bella ciudad de Antequera no pudo ser visto por el enorme Trujano, pues este murió, acribillado por los realistas, el 7 de octubre de 1812.

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