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Héctor Manuel Popoca Boone

La libertad por la conciencia

Un ensayo de Leandro Arellano sobre la vida de Nelson Mandela me trajo a la mente, por analogía, la remembranza biográfica de Román Rolland sobre otro de los grandes de la humanidad: Beethoven. Y es que en ambos, la continuidad vital es el sufrimiento y el ser sensibles al infortunio de sus semejantes. A partir de eso, brindaron senderos para la liberación humana. Caminos empedrados de paz, bondad y amor. Como los que caminaron Jesús, Jean Hus, Gandhi o Martin Luther King, entre otros y otras.
De todos esos personajes, recomendable es abrevar: voluntad, tenacidad, generosidad y fe para acompañar a nuestro prójimo en el calvario del diario existir; ya sea éste, individual o general. Afanarse por interrumpirlo y extirparlo, llámese explotación, segregación, discriminación, sometimiento o humillación.
Sus vidas no son un dechado de triunfos espectaculares por inmediatos, sino de resistente lucha perseverante; llevando la congoja del otro y el ejemplo propio, como pedagogía humanitaria. Ambas conmociones son partes inherentes de los que no se resignan a las miserias de la vida, generadas por una sociedad enfermiza y por sus códigos de conducta excluyentes.
Las hazañas y logros de estos seres más que materiales son espirituales; y encuentran la liberación individual en la social y viceversa. De ahí la trascendencia de su infatigable transitar forjado en los yunques de la transformación de los entornos sociales adversos e injustos en que vivieron. También de ellos aprendimos que la activa resistencia civil pacífica es partera de la historia.
En sus luchas no hubo lugar para amarguras ni resentimientos que mermaran sus fuerzas. Es la vida misma, la esperanza y el propósito definido, lo que los mantuvo enhiestos. Sostuvieron una titánica gesta a pesar de la represión personal que afrontaron. Son emblemas de la no claudicación en los principios y por lo mismo, los vivieron a plenitud.
Por sus ideales y por la congruencia mostrada en sus actos de vida, han sido gigantescos faros de autoridad moral que han irradiado luz imperecedera por todos los confines de la tierra. Enseñaron a pagar las maldades con bondades, y a la larga los perversos se rindieron y algunos de ellos conversos fueron.
El contexto en el que sus vidas transitaron fue de ambientes ignominiosos, viciosos y egoístas. De un materialismo ramplón, discriminador, lleno de oprobio y avasallador de todo aquello que no fuera medible en raza, dinero o poder. La forma en que lo encararon es emblema prístino para mostrar reluctancia ante las mediocridades cotidianas de la condición humana.
Fueron individuos que ubicaron su misión vital en su justa dimensión: estar cerca de los desventurados; sabiendo estos últimos que las mejores mujeres y hombres siempre estarán presentes para afrontar las comunes adversidades.
Sus hojas de vida dan cuenta, como dice R. Rolland, de un martirio virtuoso y prolongado. Ejemplo para aquellos que no se resignan a la pobreza de espíritu, a los que no renuncian al combate diario, “triste la más de las veces, librado sin grandeza ni fortuna, en la soledad y en el silencio.” Para ellos, el “otro” reivindicado, era la expresión de sí mismos.
Triunfaron más por el corazón y el pensamiento que por la fuerza. Más por la reflexión colectiva que por la imposición autoritaria del poder, porque éste no tolera la brillantez de la verdad, la claridad de la consciencia, ni lo inconmensurable de la libertad.
Juan María Alponte los llamó “Los liberadores de la consciencia… y forman parte de la memoria de la libertad. Memoria que ilegitima la desmemoria, el olvido, el oscurantismo y la banalización de la vida. Son referentes de uno de los discursos más famosos de la historia de la lucha por las libertades humanas: “Yo he tenido un sueño” (Luther King).
El mejor homenaje a la vida y obra de Nelson Mandela, puede condensarse en la siguiente máxima de Ludwig Van Beethoven: “Hacer todo el bien que sea posible, amar a la libertad por encima de todo, y aún cuando fuera por un trono, no traicionar nunca a la verdad”. No en balde nos legó en su novena sinfonía su inmortal himno a la alegría, como esencia y motivo para vivir en congregación y comunión universal.

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