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Moisés Alcaraz Jiménez *

Zeferino y la frustración de la esperanza

 

 

Zeferino Torreblanca Galindo tiene razón: él nunca ofreció explícitamente resolver todos los males de Guerrero que, a fin de cuentas, como epílogo de su gobierno, esos males continuaron intactos y en algunos casos se duplicaron. Sin embargo, supo encaramarse perfectamente a un movimiento social que ciertamente él no había creado pero que explotó magistralmente y pudo sacarle el máximo beneficio personal y faccioso posible.

Ese silencioso movimiento social inspirado en una necesidad de cambio fue un sentir popular generalizado alimentado por el hartazgo ciudadano generado por el histórico padecimiento de gobiernos mediocres y corruptos que han sido la parte fundamental de un modelo nacional de desarrollo retrógrado y profundamente injusto. Se trata de escenarios críticos donde la sociedad insatisfecha busca al líder carismático que solucione sus problemas. Zeferino fue uno de esos líderes que surgió en el momento justo como el mesías salvador, donde pudo vender su imagen con altos dividendos políticos.

Con gran destreza supo explotar el hastío social por generaciones contenido y a fin de cuentas se puso a la cabeza de la esperanza de una población ávida de los más elementales satisfactores sociales. Por ello, ante el inminente desencanto social, a Zeferino le fue muy cómodo decir después: yo no ofrecí resolverles todos sus problemas; inclusive, en esas condiciones, hasta pudo haber dicho yo no les pedí que votaran por mí.

Muy pocos gobiernos han podido provocar una frustración de expectativas tan dramática como lo hizo el ex gobernador, cuya abismal caída y descenso en credibilidad y confianza apenas se puede comparar con la que sufrió el gobierno de Vicente Fox, con el cual Zeferino se identificó planamente. El fin de la popularidad con la que llegó al poder tiene múltiples explicaciones. Primeramente el cargo le quedó extremadamente grande. En los primeros meses de su mandato el propio Zeferino reconoció públicamente que los problemas de Guerrero eran mucho mayores de lo que él suponía. Pidió un año de gracia para ofrecer resultados. No estaba preparado para gobernar un estado tan complejo como el nuestro. Aunado a ello integró un equipo de trabajo más parecido a un club de viejos socios y amigos, que a un gabinete de gobierno. Se trató de amigos empresarios con nulos conocimientos en el complicado arte de gobernar. Pero no eran cualquier tipo de empresarios: eran empresarios provenientes del fracaso que se recapitalizaron de inmediato al asumir sus cargos. Tal vez sean los funcionarios zeferinistas a los que anteayer en estas páginas hizo referencia el contralor del estado y que acompañaron a su ex jefe durante su intervención en el grupo Pricalli.

Empresarios que son parte de un sector social muy diferente al que gobernaron, por ello se explica su trato despótico hacia una población hundida en la más atroz de las miserias. Entre ellos hubo auténticos sátrapas de trato cruel e inhumano. Vaya como ejemplo un señor Zuzuarregui (+) que fue un verdadero capataz porfiriano al que Zeferino nombró jefe de personal. Hubo un dentista de apellido Vallejo a quien le dio el nombramiento de subsecretario de Desarrollo Político (de ese tamaño era el interés del ex gobernador por los asuntos políticos de su gobierno); el señor, de clara tendencia fascistoide con la mayor desfachatez del mundo renegaba de haber nacido mexicano y era público su odio a los guerrerenses desde su origen veracruzano. El propio Torreblanca llegó a comportarse como un reyezuelo, cuando los miserables se le acercaban a pedirle apoyo les decía que él no era la beneficiencia pública. Una razón más de la rápida transformación de la confianza social en repudio ciudadano.

Dentro de su fallida estrategia porfirista de mucha administración y poca política, su principal oferta fue limpiar la casa. Otro más de sus rotundos fracasos ¿Cómo limpiar la casa durmiendo con el enemigo? ¿Cómo ordenar la vivienda si hizo pactos turbios con su antecesor a quién jamás tocó ni con el pétalo de la más mínima auditoría habiendo demasiada tela de dónde cortar? ¿Cómo sanear la casa si Zeferino se había montado en la misma caduca y sucia estructura de gobierno en la cual dejó a muchos de los sinvergüenzas que ofreció combatir? A quienes lo llevaron al cargo los marginó humillantemente bajo el argumento de que eran unos inmorales incapaces de gobernar. Pero sus amigos resultaron perores.

Los rubros de gobierno que más presumió como logros de su administración: educación y salud, fueron los más desastrosos de su mandato. A educación, producto de los más sucios acuerdos de los que se tenga memoria en Guerrero, llevó a una verdadera banda de forajidos, expertos en maquillar cifras para ocultar el desastre que dejaron y hábiles como pocos para asaltar las arcas públicas. Su alianza con Elba Esther Gordillo hundió más a la educación en el atraso. No es gratuito que sea precisamente en esos sectores donde la Auditoría Superior de la Federación detectó los más escandalosos robos al erario que ahora se conocen con nitidez.

Zeferino padeció de una terquedad patológica, su enfermiza tozudez lo llevó a encabezar un gobierno unipersonal. Nunca fue capaz de reconocer ni mucho menos enmendar errores. Su estilo bravucón y peleonero (literal) lo condujeron a abrir muchos frentes de guerra. La mesura y la prudencia nunca estuvieron de su lado. Dijo que escuchaba a la crítica, pero nunca la tomó en cuenta.

El verdadero rostro con el que gobernó lo hizo público éste miércoles durante su participación en el grupo Pricalli: expresión iracunda llena de resentimiento, el rostro desencajado, una figura descompuesta.

 

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* El autor es director estatal de Gobernación

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