Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Botica 20

Acapulqueños de antes

Los acapulqueños de antes no eran como los de hoy, sobre todo en cuestiones de civilidad. Orgullosos de haber nacido en Acapulco asumían con pasión y coraje la defensa de su ciudad, sin importar el tamaño de los enemigos internos o foráneos. Hoy ya no sucede lo mismo. Los depredadores de Acapulco lo voltean al derecho y al revés y aquellas voces ya no se escuchan más.
Quizás porque los acapulqueños de hoy tienen intereses más apremiantes, más inmediatos. Quizás también porque en el puerto viven solo porque del puerto viven. O a lo mejor es por el miedo, ese miedo que paraliza al convivir todos los días y a toda hora con una violencia criminal nunca antes conocida. El miedo comprensible a las llamadas telefónicas amenazantes, a los levantones, a las extorsiones y al balazo certero en la cabeza. Y, lo peor, el lector (a) lo sabe: no hay que cuidarse únicamente de los oficialmente “malos”.
Tan farragoso introito tiene un solo propósito: presentar aquí una lista de “acapulqueños de antes”, en este caso todos ellos “abajo firmantes”. Des-prendida tal relación del texto de la denuncia social, condena pública o exigencia de justicia, la ofrecemos desnuda, tal cual la encontramos en una hoja suelta.
Los nombres darán pie para ubicar el año del documento y, lo mejor, para recordar con cariño al pariente o amigo enlistado, sobre todo si ya no es de este mundo. Helos aquí:
Doctor Alfonso Diego Ba-silio, Agueda Diego viuda de Córdova, Francisca Diego Paco, Julio Diego Paco, Felícitas Die-go Romero, Marco Antonio An-draca, Silvia Deloya, José De-loya, Emma Diego de Velasco, Angela Herrera, viuda de Die-go, Humberto Martínez, Raúl Morales, Toribio Vinalay, Juana García, María Garaizal de Ce-ballos, Antonio Ceballos, José Paco Caro, Rodolfo Paco Caro, Goyo Román, Miguel y Luis Martínez Clark, Carlos Sutter, Emilio Sucedo, Andrés Pintos Cruz, Andrés Pintos Carballo, Antonio Pintos Carranza.
Dejemos atrás el barrio de La Playa para lanzarnos al centro de la ciudad: Darbelio y Ezequiel Arredondo, doctor Luis Arredondo, Alfredo Ga-leana, Rodolfo Galeana, Jose-fina Chavelas viuda de Dávila, Graciela Galeana, Luis Martí-nez Cabañas, Laura y Carlos Chavelas, Javier Bautista, Pe-dro Álvarez Sutter y Juan Mondragón.
Y más: Marcos Cruz, Gui-llermo Diego Cruz, Tomás Es-trada, José H. Luz, Tomasa Di-mayuga de Ortiz, Eduardo Di-mayuga, Jesús Galeana, Pilar Caballero, Justino Rodríguez, María de Jesús viuda de Por-cayo, Manuel Aguirre, Rogelio de la Cruz, Custodio Carbajal, Camerino Carbajal, Elba Ca-rranza, Javier Marroquín, Ame-lia Bello viuda de Piedra, Napo-león Mosso, Alicia Arredondo, Ignacio Mastache, Clotilde He-rrera viuda de Sutter y Martha Contreras.

El Veladero

La pluma magistral de don Ignacio M Altamirano retrata amorosamente a un chiquillo delgado y moreno correteando por todo el cerro de El Veladero de Acapulco, cuartel general del Generalísimo José María Morelos y Pavón.
El chamaco vuela zarangolas y cococoles, caza con su resortera ardillas y cucuchitas y juega a las guerritas con sus muchos iguales. Alguna vez se disfraza de pirata y con un paño en la cabeza enarbola la bandera negra de “Paso a la Eternidad”, no sin la severa reprimenda de su señor padre. Un muchachillo de 8 años al que toda aquella comunidad de curtidos guerreros cuida con ternura por ser hijo de quien es, el querido “Jefe Chemita”.
Juan Nepomuceno Almonte no lleva el nombre del padre por muy obvías razones. Eso al señor cura no le preocupa. Sí y mucho el destino del chiquillo viviendo en medio de los horrores de la guerra. Le acongoja sobre todo su suerte inmediata si él llegara a faltarle: “que nadie tiene la vida comprada y menos en medio de las balas”. Por eso, después de mucho cavilar, toma la decisión de poner a salvo al chiquillo fuera del país. La oportunidad se presenta con la designación del sacerdote José Manuel Herrera, como plenipotenciario de la causa ante el gobierno estadunidense. Él llevará a Juanito para matricularlo en un colegio de Nueva Orleans.
Nepomuceno Almonte, hijo del cura de Carácuaro y Necupétaro, lleva el apellido de la madre, Brígida Almonte, sobrina y sirviente del rico necuperatense Mariano Melchor de los Reyes. Todo había empezado cuando este le pide al joven sacerdote preparar a la chiquilla de 14 años para su primera comunión. Brígida comulga vestida de blanquísimo tul y toda ella llena de gracia, pero a los nueve meses parirá un niño muy parecido al padre. Juan le llamarán en honor de la abuela paterna, doña Juana Pavón. Otros nueve meses y llegara otro bebé al que llamarán Eligio. Y, bueno, alguna culpa tendrá el médico del pueblo quien no se cansa de advertir: “órgano que no se utiliza se atrofia”.
Eligio Almonte luchará a las ordenes de su padre cuya sombra no le permitirá ninguna posibilidad de crecimiento. Juan Nepomuceno, por su parte, regresa del colegio una vez consumada la independencia. Incorporado a las fuerzas de Santa Anna, le toca participar en la discutida batalla de El Álamo. Cuando se cante victoria, el hijo del “Jefe Chemita” le mentará la madre a su general, en silencio, por supuesto. Ello porque “Pata de Palo” le niega el indulto solicitado para cinco jóvenes gringos sobrevivientes de la matanza. Estará entre ellos el luego legendario David Crocket.
Feroz conservador, Juan N. Almonte forma parte de la Junta de Notables que viaja a Europa para ofrecer la corona de México a Maximiliano de Hapsburgo, en cuyo imperio será influyente mariscal de campo. La primera nieta del cura Morelos, hija de Juan Nepomuceno, será llevada a la pila bautismal por el propio emperador y se llamará Juana. El obsequio para la ahijadita fue una medalla de oro con la imagen de la virgen de Guadalupe. El compadre Juan viajará más tarde a Europa en busca de ayuda para el “chómpira” Max, pero ya no regresará.

Más amores, más hijos

Más que la pluma del tixtleco Altamirano, la de Yolanda Vargas Dulché será la apropiada para narrar los amores del “Jefe Chemita” con Francisca Ortiz. Ella era sobrina del hacendado Antonio Gómez Ortiz, a quien el joven José María llevaba las cuentas de sus negocios. Será Panchita su primer amor adolescente con proyectos futuro de matrimonio. No contaba el joven arriero con una solicitud dramática de doña Juana, su señora madre. La de verlo antes de morir convertido en sacerdote y sin retobar el muchacho se inscribe en el Colegio de San Nicolás de Valladolid.
La tal Francisca no era una perita en dulce, ¡que va! La muy pizpireta le hacía a Chemita de chivo los tamales con Matías Carrasco, su mejor amigo. El joven Morelos montará en cólera cuando conozca la infidelidad, jurando matar al infiel que le ha robado el primer amor de su vida. Pasa el tiempo y Morelos se convierte en El Rayo del Sur. Un día llega con su tropa a Chichihualco y no falta quien le informe que ahí viven Matías con Francisca.
La infame migraña que ha llegado a doblegar a roble tan macizo, se hace presente en aquél momento y aún así el hombre sale en busca de Matías para cobrarse tan añosa traición. Le hierve la sangre y la piedad otrora proclamada por él mismo le vale madres

Love story

Encuentra al rival a la vuelta de una esquina y ambos varones sostienen un lance a machetazos adivinado mortal. No llegará a serlo porque Morelos está enterado de que Matías sirve como soldado a la causa de la independencia. Detiene entonces el machetazo que cercenaría sin duda la cabeza del otrora amigo entrañable. ¡Vete, pronto porque mis hombres también te traen ganas!
Ernesto Alonso hubiera envuelto la escena siguiente con las melosas notas de la melodía Love story de Francis Lai.
Ante un Morelos jadeante, todavía con el machete en la mano, se presenta ¡Francisca Ortiz! Berrea como becerra de año. (¡Pinche vieja!, piensa unánimemente la tropa). Se abraza a las piernas de Morelos clamando perdón y olvido. Ofrece mil explicaciones. Que ella no quería irse con Matías pero que aquél se la robó a silla de caballo. Que es él el único hombre al que ha querido. Que Matías la trata como si fuera una suripanta, que la vida junto a él ya no es vida. Suplica sin dejar de berrear que en aras de su sacerdocio y de la historia de amor que los unió, la salve de tal esclavitud.
En lugar de descargar sobre aquellas grupas generosas por lo menos tres fajos con el machete, bien merecidos, por lo demás, el “Jefe Chemita” la levanta amorosamente y la lleva consigo. “Es que el jefe no sabe mucho de viejas”, lo disculpan sus hombres. (Aquí, el Señor Telenovela subiría el volumen de la música hasta cerrar la escena).

Don Vicente Leñero

El periodista, escritor y dramaturgo Vicente Leñero habla de Francisca Ortiz después de ese encuentro con el general (Morelos , religión y patria) Dice: Francisca Ortiz acompaña a Morelos en las gestas guerreras y le da dos hijos: José Vicente –que será el preferido del prócer hasta su muerte– y José Francisco. Como los hijos se vuelven una carga para quien anda entre batallas de soldadera, Morelos envía de cuando en cuando a su mujer y a sus bastardos a Tepecoacuilco, donde vive el tío de su mujer, el hacendado Antonio Gómez Ortiz, fervoroso simpatizante de la causa insurgentes. Se sabe, por otro lado, que Carrasco se esconde en el Rancho de la Virgen al sur de Tepecoacuilco.

Matías y Francisca

De no creerse lo que harán enseguida Matías Carrasco y Francisca Ortiz: se reconcilian como si nunca hubiera pasado nada entre ellos. Y no solo eso, Matías descarga entonces su odio mortal contra Morelos otorgando su apellido Carrasco a los dos hijos del cura y general. Estos serán en adelante José Vicente y José Francisco Carrasco Ortiz. Los Carranco Cardoso de Chilpancingo serán la quinta generación de descendientes directos del caudillo.
La historia, no hay duda, supera muchas veces la mas desbocada y retorcida imaginación telenovelera, Diga usted, si no.
En la batalla de Tezmala, el 5 de noviembre de 1815, Morelos vuelve a encontrarse con Matías Carrasco, ahora en bandos contrarios. Triunfador, el hombre que le quitó a la mujer y le dio apellido a sus hijos. También recurrimos a don Vicente Leñero:
–Parece que nos conocemos, señor Carrasco –dicen que le dijo Morelos en frase histórica.
Carrasco le respondió con un empellón que derribó al guerrero junto al jacal donde iban a encerrarlo.
–Ya veo que el haberse hecho realista lo ha vuelto mas valiente y caballeroso, replicó Morelos con ironía.
Y Matías supongo que le mentó la madre.

Tres más

El general Morelos y Pavón, según algunos historiadores, habría tenido amores durante sus campañas en Tasco (ahora Taxco) y Oaxaca. En la ciudad guerrerense habría conocido a María Rodríguez, quien le dio a Mariquita Rodríguez y en la segunda a Manuela de Aponte, quien le dio cuatitos: Luciano y Jesús María Aponte. ¡Gallo!

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