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La canción Se vende mi país la escribí hace 10 años, pero parece que la hice hace media hora: Óscar Chávez

*El cantautor se presentará en el Auditorio Nacional el último sábado de agosto

Jorge Ricardo / Agencia Reforma

Ciudad de México

Óscar Chávez está detrás de su escritorio, bajo el cartel de su segundo concierto en el Auditorio Nacional, en 1998. Igual que entonces trae coleta, las patillas largas, la mirada entre enojada o triste, los labios apretados.
El último sábado de agosto, como desde 1997, dará su recital. En esta ocasión, la número 16, se titula Se vende mi país. Y ese es el motivo de esta entrevista, que si por él fuera la terminaba apenas encender la grabadora.
“El título es una canción que yo hice hace muchos años”, dice.
–¿La escogió por un motivo especial?
–Porque así se llama la canción, ja.
Acaba sus frases con una risa ahogada, casi sin ganas, mientras sostiene entre el dedo índice y el medio un cigarro Delicado.
La razón tal vez haya que buscarla en la letra: “Se vende mi país y da coraje / Se vende mi país y sus petróleos / Y los santos obispos con sus óleos / Se vende mi país por todas partes / Se vende Antropología y Bellas Artes”.
–¿Y por qué no habla cómo fue que compuso esa canción?
–No, no. La compuse hace más de 10 años…
En la calle de Colima, en la Roma, se oye uno que otro auto que pasa, el canto de palomas.
Chávez se siente obligado a decir algo: “… No puedo ponerme a platicar una canción ––¡Maestro, por favor! ahí esta la letra… lo que la canción dice…” ¿Y cómo se siente usted de que todo siga igual?
–Habría que ver cómo nos sentimos 100 millones de mexicanos, no yo.
–Pero puede contestar por usted
–Me preocupan los 100 millones de mexicanos. Lo que yo quiera decir, lo digo cantando, ja.
Raspa el filtro con el pulgar. A regañadientes añade: “La compuse hace ocho o diez años, y es como si la hubiera hecho hace media hora”.
No es esta la primera vez en que Óscar Chávez Fernández, quien nació hace 78 años en la Colonia Portales y creció en Santa María la Rivera, sea tan parco a la hora de dar una entrevista, lo cual considera una pérdida de tiempo.
–No, yo no he dicho que sean una pérdida de tiempo, pero… –enciende otro cigarro– ¿a ver, por qué?”
Si las acepta es porque le dan oportunidad de anunciar su concierto. Decirle a la gente: Aquí estoy. Igual que su concierto. Cuando llevaba siete lo dejó claro: “Sería negocio si fueran dos o tres al año: Lo importante es hacer acto de presencia. Existe el problema de los espacios para presentarme”.
Hasta hace unos años estuvo vetado para salir en las televisoras debido a su canciones políticas. En 1976 Vicente Leñero le entregó un corrido sobre la expulsión de Julio Scherer de Excélsior, pero nunca salió.
“No fue culpa mía –responde de inmediato– yo lo grabé, sí lo grabé, pero yo no tenía la total autoridad para organizar los discos, no era yo dueño de todo…”
Lo que no ha pasado con sus composiciones románticas: En 2001 hasta Lucerito grabó Por ti. Pero al año siguiente la publicidad del concierto de Óscar Chávez en el Auditorio titulado No me toquen ese vals. ¡Ni mucho menos ese Fox. Trot fue clausurada en los parabuses.
Aun así, en 2002 el Auditorio estuvo casi lleno. Y él no pierde el humor, aunque su humor se haya vuelto seco y negro como el título de sus anteriores conciertos: No la chiflen que es cantada, Me lleva la cantada, El Chávez canta aunque la rama cruja.
“La canción de protesta necesita que se conozca su contexto y es muy efímera, si no pega, pasa pronto… y si pega uno dice: ojalá y que esta canción como Se vende mi país dejara de existir”.
A pesar de todo, es un símbolo que ha trascendido a generaciones de movimientos ciudadanos. Entre su público están quienes lo vieron como El Estilos en la película de Los Caifanes, en las tocadas del Movimiento del 68, en el primer concierto de música popular en Bellas Artes, en 1973, quienes leyeron su poemario Sinfín de llanto de 1980 o en algún recital para el Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Él aclara que no sólo ha hecho canción política, y asegura que la mayor parte de sus 100 o más discos –“Ya perdí la cuenta”– tienen que ver con el rescate de la música tradicional mexicana.
Desde 2011 trabaja en un disco de sones, aunque todavía no sabe cuándo va a salir. “Sólo las grandes empresas pueden asegurar que un disco sale tal o cual día”, dice.
En su concierto de agosto, junto con el trío Los Morales, interpretará canciones de protesta, de la tradición mexicana y poemas que ha musicalizado, como La niña de Guatemala, de José Martí, y eso es todo lo que quisiera decir: “Si la gente quiere ir, que vaya porque nos la vamos a pasar bien”.
Tiene el semblante de Óscar Chávez la autosuficiencia de quien se ha hecho a sí mismo, de quien no necesita nada, a nadie. Pero eso dura hasta que termina la entrevista, entonces casi hasta sonríe, apachurra el cigarro en el cenicero, da un ligero retoque a su escritorio, abre la puerta: “Ándale, mano, muchas gracias, hay nos vemos, gracias por venir hasta acá, hasta luego”.

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