Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Botica 21

La Nao de Manila

“Los sonoros bronces de la catedral de la ciudad de México se dejaban escuchar entre nueve y diez de la noche tocando la señal de rogativas, secundados por las campanas de un centenar de templos metropolitanos. Tales rogativas estaban dirigidas a Dios nuestro Señor, implorando el feliz arribo a Acapulco de la Nao de Manila. Constituían, a la vez, un aviso para que los interesados se aprestasen a dirigirse al puerto más bello del Mar del Sur”.
“Luego de que llega a México la noticia de haberse avistado el galeón en las costas surianas, se cubren de gente los caminos de Chilpancingo y Acapulco. Los comerciantes se dan prisa para ser los primeros en tratar con los sobrecargos llegados de Manila. Ordinariamente se reúnen en algunas casas poderosas de México, a fin de adquirir la totalidad del cargamento de telas, sedas y géneros de aquel cargamento. La venta se hace sin siquiera abrir los bultos, provocando suspicacias en los compradores, no faltando quienes los acusen de tramposos. (“Trampas de la China” o “fraudes de China”. Así se llamó aquí a las mercaderías venidas de Oriente y cuya calidad estaba muy por debajo de la ofrecida).
“No vamos a transportarlas tres mil leguas para que sean rechazadas así como así, se defendían los vendedores. Los comerciantes locales cerrarán los tratos solo cuando la nave esté a punto de zarpar, los obligarán finalmente a venderles barato cerrando los tratos el mismo día en que zarpaba la nave.
“La población de Acapulco que ordinariamente no pasaba de cuatro mil habitantes, ascendía a nueve mil cuando llegaba la Nao de Manila, haciéndose muy difícil conseguir hospedaje”.

Acapulco-Manila

Treparse en Acapulco a un ga-león con destino a Manila fue es-cogida por algunos como una forma efectiva de evadir su realidad. En el caso que nos ocupa se trataba de dejar atrás cuchicheos malsanos, escarnecedores. Lo fue el de don Juan de Armijo y Concha luego de enterarse –él, el último, como siempre–, de que su bella esposa Dolores le pone los cuernos con el poeta de medio pelo Mariano José de Larra. Ya en la cubierta de la embarcación –¿la nave del olvido?–, don Juan saca su pañuelo blanco solo para agitarlo al viento pero sin haber nadie que le responda en tierra. La pizpireta Lola no se ha enterado siquiera del viaje.
Lo hará muy pronto y entonces Dolores Armijo presentará a don Juan entre los suyos como un marido infiel, que ha huido a Filipinas con una mujer de origen asiático pero muy joven, casi una chiquilla. Nadie se lo cree por supuesto. Termina su falso relato con una advertencia: “Se equivoca el pérfido si piensa que se va a escapar de mí”.
Aburrida de las tertulias literarias donde escucha poemas melosos y cada vez más cursis, Dolores toma la decisión temeraria de seguir al marido hasta Manila. Ella sabe que don Juan la esperará por siempre, incapaz de mirar siquiera a otra mujer. Indaga todo lo relacionado con el viaje Acapulco-Filipinas y adquiere con tiempo su lugar. Sabe que la travesía es durísima, casi heroica, con duración de tres meses –el regreso de seis–, y que las condiciones del viaje no son para una dama como ella, pero está decidida. Calculadora, espera hasta el día de la partida para despedirse de su amante y pedirle que no la espere.
Un poeta de hoy, en circunstancias similares, aprovecharía el viaje de la amante para hacerle algunos encarguitos orientales e incluso inscribirlo en algún concurso filipino de poesía. Poeta de antes, Mariano José de Larra no hará tal cosa. Por el contrario, le advierte lloriqueante a la mujer
–¡Si te vas, me mato…, tú eres el único motivo de mi existencia, sin ti no podría vivir!
–No marches, güey, no te queda el drama, a’i nos vicentiamos, –le habría contestado Do-lores en una traducción arbitraria del pulcro español de ese tiempo.
Cuando la nave cruce apenas la Bocana, un hombre agonizante pide el auxilio espiritual. Se trata del poeta Mariano José de Larra quien ha tomado un brebaje mortal en la choza del negro Man-dinga, en el barrio de La Guinea, tan eficaz como se lo ha descrito el médico brujo. Antes de morir, el poeta se despedirá de la amada infiel con un poema que rima Dolores con amores y Acapulco con sepulcro.
Ya no hay poetas de esos y sí muchas mujeres como Dolores.

Catarina de San Juan

Mirrha fue el nombre de una niña nacida en la primera década del 1600 en el reino asiático de Mogor. No fue princesa sino hija de una familia acomodada que tenía a Borta, como matriarca. Inquieta y traviesa, desde muy tierna le dio por la aventura. Alguna ocasión fue arrastrada por la corriente de un río de su localidad, para ser localizada kilómetros abajo. Ya más crecidita, otra escapada pero ésta sí definitiva. Se aleja tanto de su casa que es levantada por fieros corsarios en calidad de esclava. A su paso por la ciudad india de Cochín, sus captores la presentan con los frailes franciscanos para ser bautizada con el nombre de Catarina de San Juan. Ella prefería su nombre gentílico Mirrha, cuyo significado es Amargura.
Puesta a la venta en un mercado de esclavos, Mirrha-Ca-tarina es adquirida por personeros del virrey en turno de la Nueva España, por lo que deberá ser embarcada en un galeón con destino a las nuevas tierras. Y allá va.
Mirrha-Catarina llega a Aca-pulco a bordo del galeón de Ma-nila. Corre el primer mes del año de 1625. No es de creerse, como aseguran algunos historiadores, que después de un viaje de seis meses en condiciones de total insalubridad y por si fuera poco conviviendo con ratas, aquella mujer hubiera llamado la atención por su porte, belleza y vestido deslumbrante. Por el contrario, si alguien se fijó en ella sería para censurar su presencia “neja y jedionda”, como decían los acapulqueños de entonces.
Catarina se encontrará aquí con la mala nueva de que el Virrey, su comprador, ha dejado de serlo y que por lo tanto ya no tiene dueño. Entonces será adquirida por el matrimonio poblano formado por don Miguel de Sosa y doña Margarita de Chávez. Estos disponen al dia siguiente de su llegada a Puebla que haga su primera comunión, misma que se la dará el propio obispo Alonso de la Mota y Escobar. Así de influyentes eran sus nuevos amos.

Ménage à trois

Catarina –la describe su biógrafo José de Castillo Grajeda–, había sido muy bella desde niña, su hermosura se destacaba ahora que ya era toda una mujer y sus perfecciones corpóreas despertaban con mucho las ansias varoniles. Todo ello contrastaba con sus negros andrajos (La verdadera historia de la China Poblana).
No obstante, la antigua Mirrha contraerá matrimonio con el chino Domingo Suárez y lo que pase en su unión escandalizará a no pocos poblanos. Ello cuando se hable de que la pareja acostumbra dormir con alguien más en la cama. Los confesores de la mujer saldrán al quite para explicar aquel pretendido ayuntamiento entre tres; santo, lo calificarán. Domingo y Catarina acostumbraban acostarse en la misma cama, pero separados sus cuerpos por finos cojines, sin siquiera llegar a tocarse. Los confesores de la mujer llamarán a aquella una relación entre tres –maliciosamente ménage à trois–, pero sin advertir que sobre los cojines que separaban a la pareja, se colocaba todas las noches una imagen de Cristo, nuestro Señor.
Catarina de San Juan, digámoslo pronto, es históricamente la icónica China Poblana, creadora con su imagen del traje típico de la mujer mexicana. ¿Un mito genial toda ella? Éste, por fortuna, no es tema de esta Botica 21.

Muerte súbita

El capitán Antonio Rojas dirige las maniobras para amarrar de una enorme ceiba (quizás en Tlacopanocha) su galeón de largo nombre: Nuestra Señora de la Guía-Santo Cristo de la Miseri-cordia-San Francisco de las Lá-grimas. Felicita a sus hombres por un viaje sin mayores tropiezos y hace subir a la nave a los oficiales del rey que la revisarán hasta el último recoveco.
Terminada la minuciosa revisión, el capitán Rojas es informado por los aguaciles del hallazgo de mercancía ilegal en la panza del galeón. Uno de aquellos precisa: se trata de un contrabando de sedas cuyo valor estimamos en 200 mil pesos y por ello debemos arrestarlo. Entonces, el rostro del recio marino se amorata, las manos van al pecho y cae redondito; “súpito”, dijo un marino presente. Seguramente un infarto masivo, salvo mejor opinión de mi cardiólogo Chucho Hernán-dez, pero a los acapulqueños nadie quitará nunca que fue una muerte “por vergüenza”.
En Acapulco no circula ningún periódico –“ a Dios Gracias”, dice la gente–, y entonces se tendrán que esperar las noticias atrasadas de La Gazeta de México. Sus páginas harán eco de los rumores locales sobre el deceso del capitán Rojas. “Todo hace suponer”, precisa, “que el ameritado marino murió de vergüenza. Avergonzado de que se haya puesto en duda su honradez y prestigio”.
Hoy mismo no faltaron aquí quienes pensaron que el ex gobernador Andrés Rafael Granier Melo, de Tabasco, iba a seguir el ejemplo del capitán Antonio Rojas. Y es que la sabiduría popular no se equivoca: “vergüenza no es robar sino que te descubran lo robado”.

Homofobia

El sexteto de jóvenes hispanos llama la atención por ruidosos y relajientos al descender de la nao Ave María. Proceden como muchos otros viajeros del puerto peruano de El Callao, atraídos por la diversidad y exotismo de la Feria de Acapulco. Vienen tras las gentiles chinitas, las carreras de caballos, las peleas de gallos, el baile sensual del “chuchumbé” y también atraídos por las sedas y las chinerías.
Las mujeres en el atracadero, algunas esperando al hombre ausente casi un año y otras queriendo estrenar, cuchichean maliciosas frente a la presencia perturbadora de aquellos gallardos donceles. El alegre sexteto llama también la atención de don Pedro Reguera.
Y no es que a don Pedro le haga agua la canoa o le guste el arroz con popote. Por el contrario, una de sus actividades favoritas, como alguacil mayor del Santo Oficio en Acapulco, es descubrir “sométicos” –contracción de sodomitas–, y aquel grupo se lo parecen. Postula que los homosexuales son los seres más nefandos de la creación, abominables, detestables, dignos de burla y sin perdón de Dios.
–Aquí no harán sus cochinadas, cabrones –les advierte al arrestarlos.
Los seis jóvenes serán llevados engrillados a la ciudad de México para ser entregados al Tribunal del Santo Oficio, integrado por curitas piadosos con el gusto de oler carne quemada. Se desconoce el destino de aquellos primeros springbeakers en Acapulco, aunque es fácil adivinarlo.

Naufragio

Una severa tormenta nocturna sobre Acapulco hace zozobrar en plena bahía la nao Nuestra Señora de la Concepción. Para rescatarla, una vez que ha mejorado el tiempo, interviene con éxito la fragata Santa Isabel, al mando del capitán Ignacio Figueroa.
Bartolomé Gallardo es el nombre del más experimentado constructor de embarcaciones del puerto y por ello ostenta la dignidad de cabo de los carpinteros del puerto. A sus servicios habrá de recurrir el capitán Jorge Rodrigo de Lisboa, propietario de la nave averiada, a la que dejará como recién salida del astillero.

El fin

Agustín de Iturbide se apodera en 1820, a su paso por Chilpancingo, del importe de las mercancías de la Nao de Manila. Ese hecho marcará la suspensión de la ruta naviera Acapulco-Manila y viceversa, activa por espacio de 250 años.

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