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Jesús Mendoza Zaragoza

Una simulación de muy alto costo

Hay preguntas sobre la estrategia oficial de seguridad del gobierno federal, que en la práctica es secundada por los gobiernos estatales y municipales, que inquietan mucho. ¿Cómo es posible que se mantenga dicha estrategia a pesar de su ineficacia y del muy alto costo social que está teniendo? ¿Por qué no escuchan a tantas opiniones calificadas que disientan ante dicha estrategia o hacen propuestas alternas a la misma como lo hizo la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)? ¿Por qué se mantiene a la fuerza pública como la punta de lanza de la estrategia de seguridad como si el de la violencia fuera exclusivamente un tema policiaco? ¿Que no hay asesores lúcidos en el gobierno que ayuden a valorar positivamente la visión de los ciudadanos?
El hecho de que se privilegie la represión a las organizaciones criminales hace pensar que la estrategia oficial sea una mera simulación en lugar de una respuesta razonada e integral ante la violencia. Me resisto a creer en la posibilidad de que las autoridades no tengan a la mano diagnósticos más certeros y completos de la situación nacional como para construir una estrategia más atinada, inteligente y eficaz. Las ciencias sociales aportan acercamientos a la realidad, que dan cuenta de su complejidad y orientan a la elaboración de estrategias viables y más atinadas.
Escuchar diagnósticos o propuestas como las de la UNAM y del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, por señalar a las más significativas, sería muy saludable para el país y para que las autoridades ya no den más palos al aire. Pero no se atienden los factores fundamentales de la violencia y se mantiene en pie la ya agotada estrategia represiva, que es necesaria como parte de una estrategia más global en la que la represión no es lo fundamental.
Hablo de simulación porque la estrategia oficial ha dejado de lado factores que son fundamentales del origen y el desarrollo de la violencia en México. Ni se ha tocado de frente la corrupción pública ni los negocios infiltrados del narcotráfico. No se ha tocado ni a los políticos involucrados con el crimen organizado ni a los empresarios que hayan incluido en sus negocios el dinero sucio que proviene de los ámbitos criminales. Corrupción y lavado de dinero son dos temas que no se han tocado y se mantiene una impunidad casi absoluta en esos campos tan decisivos para que el crimen organizado se mantenga y se fortalezca.
Sin tocar el patrimonio del narco y la corrupción de los servidores públicos, seguirá esta guerra mostrando su ineficacia y su alto costo social. La confrontación violenta con el crimen organizado ha generado más violencia en una espiral que no tiene para cuando detenerse. Y si nos ponemos a considerar otros factores como los educativos, culturales, sociales y económicos que tampoco se asumen desde las políticas públicas, el panorama se complica.
¿Por qué no se han tocado esos factores tan decisivos? Si se ha evitado tocar al sistema político y al modelo económico, a los señores del poder y del dinero, es por razones fuertes que deberían investigarse. Pero hay que tomar en cuenta que este hecho ha costado mucho al país. Ha costado mucho sufrimiento por la multitud de muertos –ya sean inocentes o criminales–, desaparecidos, secuestrados y amenazados, cuya cifra tiende a crecer y a multiplicarse.
Es del dominio público la idea de que muchos de nuestros legisladores, jueces, presidentes municipales y gobernadores no son inocentes en este tema y que han apuntalado con sus complicidades el poder de los criminales y la violencia que se deriva de él. De ello hay muchas historias que circulan discretamente entre la gente. Y muchas de ellas son realmente creíbles. En este contexto, a las autoridades no les queda más que simular. Y lo hacen con bombo y platillo y sin el menor rubor o escrúpulo. Y simulan en el discurso tan vacío y tan manoseado. Y simulan en las acciones que se reducen a multiplicar policías, militares y tácticas represivas. El hecho es que los factores de la violencia que se generan desde el poder siguen intactos, mientras que los que se generan en los ámbitos sociales son duramente castigados.
En estos términos, el tema de la violencia va para largo. ¿Será que el presente proceso electoral será una señal más de esta simulación? La verdad, no esperamos sorpresas al respecto porque los partidos políticos son expertos en el arte de la simulación. De hecho, simular la democracia es una forma de violencia que es funcional con la violencia que debate al país en grandes sufrimientos. Necesitamos salir de este círculo de simulaciones para hacernos honestos ante la realidad como punto de partida de verdaderas soluciones para el país.

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